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México D.F. Domingo 26 de octubre de 2003

Angeles González Gamio

La cortina de nopal

En los años 50 del siglo XX, un joven y talentoso artista de espíritu rebelde -lo que se advertía en el fulgor rabioso de sus ojos verdes, a veces medio cubiertos por una melena color arena que permanentemente le caía en la cara- se enfrentó a los grandes pintores de la época, entre los que sobresalían José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera. Su pleito era en contra del arte surgido del nacionalismo que generó el movimiento revolucionario, cuya principal expresión fue el muralismo. El novel pintor y dibujante calificó a dicho movimiento, que ya se había vuelto restrictivo, de la cortina de nopal, lo que le atrajo severas críticas y ataques que lo llevaron a dejar el país por varios años. Ya habrán adivinado que hablamos de José Luis Cuevas.

Inspirado en esa frase célebre de Cuevas, el dentista y promotor cultural Isaac Masri tuvo la idea de invitar a 80 artistas a participar en una magna exposición titulada nopal urbano. La idea contó con el apoyo de la dinámica y talentosa Julieta Campos, quien dirige la Secretaría de Turismo del Gobierno del DF, y con el de la Secretaría de Desarrollo Económico, a cargo de Jenny Saltiel, así como de Mezzotinto AC. El lugar seleccionado no podía ser mejor: el recién renovado Paseo de la Reforma, con su flamante pavimento dorado, floreadas jardineras y bancas nuevas, además de las tradicionales, para el descanso del paseante.

El único defecto es que los contratistas dejaron medio ahogados varios pedestales que sostienen las estatuas de los héroes, quitándoles toda la proporción; confiamos en que eso se resuelva pronto, como se lo merece el lujoso paseo, que ahora nuevamente funciona como una gran galería de arte, adornada con los creativos nopales.

Cada artista recibió una caja con una estructura metálica de 2.50 de ancho por 5 metros de altura, con la cual cada uno dejó volar la imaginación y creó una obra única, lo que convierte en un auténtico agasajo recorrer las calzadas laterales del elegante paseo que construyó el emperador Maximiliano para llegar con rapidez al Castillo de Chapultepec.

También participaron poetas que se inspiraron en la mexicana cactácea: Homero Aridjis, David Huerta, Alberto Blanco y Francisco Serrano. La gastronomía se expresó en las recetas de las excelentes chefs Mónica Patiño y Marta Ortiz. Hace unos años el paseo estuvo adornado con la exposición de esculturas en bronce de José Luis Cuevas titulada Animales impuros, que añadían encanto y belleza a la de por sí hermosa rúa, tanto que se deseaba que quedaran permanentemente; lo mismo sucede con esta muestra, que además imprime un toque de alegría, pues la mayor parte de los nopales tienen vívidos colores. Aunque prácticamente todos están magníficos, sobresalen, para mi gusto, los de Carmen Parra, Eloy Tarciso, Arnaldo Coen, Emiliano Gironella, Moisés Zabludovsky, Paulina Lavista, Gabriel Macotela, José Luis Cuevas, Gilberto Aceves Navarro y Rogelio Cuéllar.

Por cierto, este último, gran fotógrafo, expone, hasta el 2 de noviembre, Paisajes interiores. La ciudad de México en el majestuoso palacio de los condes de Calimaya, que alberga al Museo de la Ciudad de México. También se le conoce como Casa de los Cañones, por las grandes gárgolas labradas con esa forma. La muestra reúne 150 imágenes de distintos aspectos de la capital, cien de ellas de gran formato, que ha venido realizando a lo largo de 30 años, en una búsqueda personal por trascender el hecho meramente informativo, tratando de captar la emoción y el sentido humanista de la urbe, su fisonomía y sus transformaciones.

Los domingos al mediodía Rogelio, con su compañera de vida, la ojiverde Alma Rosa, hacen un recorrido para los amigos; vale la pena caer por ahí y escuchar de sus propias palabras los momentos y anécdotas que hay detrás de las imágenes, algunas verdaderamente conmovedoras, como la de unos niños jugando canicas en las calles polvosas de los viejos barrios capitalinos. Es sin duda una gran crónica gráfica de las tres décadas pasadas de la cambiante ciudad de México.

Al salir, justo al lado del soberbio palacio, en Pino Suárez 28, en una casona dieciochesca, se encuentra el restaurante Oaxaca, que ofrece las especialidades de esa exquisita gastronomía: mole negro, amarillo, verde o coloradito, tlayudas, tasajo, chapulines, buñuelos y el pan de agua; por cierto, en estos días ya se puede adquirir el especial, con caritas, que hornean para los días de muertos, en las tiendas con productos de esa entidad, que se encuentran junto al bellísimo templo de La Santísima, situado a unos pasos de la calle de Moneda.

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