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México D.F. Lunes 27 de octubre de 2003

Iván Restrepo

Deterioro en el Golfo de California

En agosto pasado, millones de mexicanos pudimos comprobar a todo color y casi en directo la suerte que corren algunas promesas oficiales de conservar los recursos naturales. Un impactante reportaje de Armando Figaredo, transmitido en El Noticiero que conduce Joaquín López Dóriga en el Canal 2 de Televisa, mostró el triste final que espera a las ballenas atrapadas en las redes que pescadores irresponsables abandonan en el mar. Como preámbulo, Figaredo nos ilustró antes sobre los problemas que existen en Baja California en el campo ambiental. En esta ocasión mostró la forma en que tres ballenas fueron salvadas de morir, gracias a la pericia de especialistas en la conservación de la fauna marina.

En un país en el que a diario se denuncia la pérdida de recursos naturales, no extrañaría que se atente contra quienes tienen en los mares su hábitat, lo enriquecen, contribuyen a garantizar su vida y hacen posible otros ecosistemas necesarios para el desenvolvimiento del planeta. Pero en el caso que nos trajo la televisión, sucede que hace varios años el Golfo de California fue declarado por el gobierno federal área natural protegida debido a su enorme riqueza y diversidad biológica, parte de la cual solamente se encuentra allí y está en peligro de desaparecer, como la totoaba y la vaquita marina, de la cual existen menos de 600 ejemplares. Con toda razón es llamado el acuario del mundo.

Cada vez que hay oportunidad las autoridades aseguran que los planes gubernamentales para cuidar esa parte del país funcionan y tienen éxito. Así ha ocurrido en los tres últimos sexenios. Programas de protección van y vienen, y cuando menos se piensa llega el informe de los especialistas revelando la otra realidad: la destrucción, frecuentemente patrocinada por instancias oficiales deseosas de contar con apoyo político de grupos privados interesados en explotar la riqueza marina.

Precisamente el 10 de junio pasado se anunció, en una ceremonia encabezada por el presidente Fox, el Convenio para la Preservación, Control y Combate de la Contaminación en el Golfo de California.

El trabajo coordinado de los tres niveles de gobierno y de las instancias locales, estatales y federales -se dijo entonces- permitiría avanzar en la democracia y el federalismo, así como en la solución de los principales problemas ambientales que afectan a esa parte del país que el Presidente consideró de seguridad nacional. Y con razón porque, además de su incalculable riqueza y biodiversidad, encierra uno de los archipiélagos mejor conservados del planeta y contribuye con más de la mitad de la producción pesquera nacional.

Pero el gobernador panista de Baja California, Eugenio Elorduy (en cuyo estado se alienta la presencia indiscriminada de plantas gaseras estadunidenses que afectan el ambiente a cambio de dádivas), se negó a firmar el convenio, alegando que la Federación pretendía restringir la actividad pesquera y convertir el Golfo en una "pecera", eliminando de paso la soberanía de la entidad en el aprovechamiento de los recursos. Dijo de refilón que el convenio obedecía a intereses extranjeros.

El mandatario panista parece ignorar que los asuntos pesqueros son de competencia federal, y que si de presiones externas hablamos vienen de em-presas trasnacionales y de algunos grupos privados nacionales que buscan hacer de nuestros mares tierra de nadie. Igualmente, que la contaminación, la pesca excesiva con tecnologías inadecuadas, el turismo y la falta de conciencia sobre una riqueza única diezman especies y reducen la fuente de vida de miles de personas.

Los actuales responsables de la agenda ambiental del país seguramente están al tanto del convenio firmado en junio, así como de otras medidas adoptadas antes para el Golfo de California y áreas adyacentes con el objeto de proteger los recursos naturales y garantizar su utilización racional. Convendría entonces que en un saludable ejercicio de evaluación informaran de los frutos obtenidos hasta ahora con dichas medidas. No vaya a quedar el nuevo convenio como muchos: en simple promesa, en el olvido, y que se imponga finalmente el espíritu empresarial y economicista, tan del gusto de los nuevos funcionarios.

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