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México D.F. Jueves 30 de octubre de 2003

Octavio Rodríguez Araujo

Sucesión en la UNAM

No podía ser más oportuna la inclusión de la Universidad Nacional Autónoma de México en el muro de honor del salón de sesiones de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión. Con esta inscripción se reconoce que la UNAM ha sido no sólo una institución pública ejemplar sino el máximo proyecto educativo, científico y cultural del Estado mexicano. Para quienes trabajamos en la UNAM, y para todos los mexicanos, es motivo de orgullo que nuestra máxima casa de estudios figure con letras de oro en ese muro de honor.

Dije que no podía ser más oportuna esta inclusión porque estamos en vísperas de que se discuta el presupuesto de egresos del gobierno federal y, por lo mismo, el monto del financiamiento a nuestra máxima casa de estudios. También porque está en vías de designarse a su rector para el próximo cuatrienio. Y no menos importante porque, aunque sea indirectamente, la Cámara de Diputados le está diciendo al presidente Fox que no debe olvidar que la Universidad Nacional no sólo es autónoma sino pública, una institución del Estado y que, por lo mismo, debe formar parte de sus prioridades de gobierno. Quizá el próximo paso que deberá dar el Congreso de la Unión sea establecer que el financiamiento de las universidades públicas sea convertido en una política de Estado (no de gobierno) como una proporción automática del producto interno bruto y no, como ha ocurrido hasta ahora, sujeto a negociaciones anuales que puedan quedar atrapadas por intereses de coyuntura.

A la UNAM, precisamente por su importancia nacional, y por ser autónoma a la vez que pública, se le ha querido agredir y minimizar desde diversos ángulos de tiro, permítaseme la figura. Recientemente, en los tiempos del neoliberalismo -que no se inauguraron con el presidente Fox-, esas presiones han aumentado y lograron influir en algunas autoridades universitarias del pasado que intentaron poner a tono a la casa de estudios con esa dinámica neoliberal y tecnocrática dictada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el Fondo Monetario Internacional y otras instituciones semejantes. Fracasaron por las razones que todos conocemos, y llegó un rector que no sólo ha recuperado las tradicionales banderas de la universidad pública, plural y autónoma sino que las ha defendido contra las amenazas nada veladas del gobierno actual.

Juan Ramón de la Fuente, con quien al principio de su rectorado tuve diferencias públicas, ha resultado ser un rector que ha intentado y logrado hasta ahora defender a la UNAM como universidad pública y autónoma ligada a la sociedad y necesaria para ésta. No ha sido tarea fácil, pues incluso dentro de la institución ha tenido oposiciones importantes (cada vez menos). Sin embargo, ha seguido una política de reconciliación interna, que se había deteriorado considerablemente en el movimiento estudiantil de 1999-2000, de respeto a la pluralidad (esencia de esta casa de estudios) y de defensa de la autonomía que significa no sólo administración de su presupuesto sino, también, libertad de cátedra e investigación.

Quienes nos formamos en la UNAM de los años 60 del siglo pasado apreciamos enormemente la importancia de la autonomía universitaria. Esta quería decir que sus planes de estudio respondían a los criterios de los mismos universitarios y no a modas o necesidades dictadas desde el exterior. Lo mismo conocimos de la investigación: ésta se hacía porque cada investigador quería y podía hacerla, según sus aptitudes y los programas de su dependencia, y no porque las empresas o el gobierno dieran indicaciones o financiamientos extraordinarios para que se hicieran. La UNAM tenía su propia dinámica y fue ésta la que la fortaleció y la mantuvo como la gran universidad que ha sido y es, a pesar de las múltiples y variadas agresiones que ha sufrido de los gobiernos del país desde, por lo menos, los tiempos de Díaz Ordaz.

Con excepción del profesor Mejía Estañol, de la Facultad de Contaduría, conozco bien a todos los universitarios mencionados a la Junta de Gobierno para el próximo rectorado en la UNAM. A todos ellos, como universitarios, los respeto. Algunos son mis amigos. Sin embargo, en las condiciones actuales, tanto del país como del mundo, pienso que el actual rector debería continuar cuatro años más, pues varios de sus proyectos y el mismo congreso universitario deberán materializarse sin dilaciones. No digo ni sugiero que otros de los candidatos a la rectoría harían un mal papel en este alto cargo; afirmo, sí, que el proceso de reconstrucción institucional iniciado por De la Fuente, que ha avanzado mucho, debe continuarse, pues a mi manera de ver todavía existen algunos cabos sueltos que, con un poco más de tiempo, podrán ser amarrados adecuadamente.

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