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México D.F. Jueves 6 de noviembre de 2003

Octavio Rodríguez Araujo

IFE, un triunfo pírrico

Hace siete años el Instituto Federal Electoral fue constituido por personas asociadas a los partidos políticos o simpatizantes de éstos. La novedad ahora ha sido que el PRD no fue invitado a la fiesta, que el proceso de selección de los consejeros fue más obvio que en el pasado y que la asociación de los nuevos consejeros con los dos partidos que decidieron su entrada en el IFE es más directa, cuando no se trata de militantes activos, sobre todo del PRI.

Otra diferencia entre el ahora y el pasado es que hace siete años la mayoría de los consejeros provenía de la academia. Pero tampoco aquí debe haber engaño: ser académico no es sinónimo, necesariamente, de pureza ideológica o de ausencia de simpatías partidarias. La imparcialidad de una persona depende más de sus valores éticos y de su sentido de justicia que de su militancia política. En los partidos políticos, aunque a veces no lo parezca, hay personas con sentido de justicia y de ética. Quizá sean los menos, sobre todo en puestos de dirección (donde suelen ser comunes las negociaciones), pero no se puede negar que existen.

Lo que molesta de la pasada elección de consejeros del IFE es que los criterios adoptados negaran de entrada la pertinencia de la pluralidad en la composición del instituto. Tiene más credibilidad un órgano colegiado plural que uno obviamente sesgado en favor de dos partidos, de dos partidos que, según todas las evidencias, están negociando el futuro de México de espalda a los ciudadanos y a los intereses de la nación. El equilibrio ideológico y de simpatías partidarias en el pasado Consejo General del IFE fue su garantía de imparcialidad como cuerpo colegiado. El desequilibrio del actual Consejo General, en cambio, no garantiza esa conveniente imparcialidad de conjunto, menos su autonomía como instituto. Molesta, asimismo, que a los diputados y diputadas que manejaron este proceso no se les haya ocurrido que hay especialistas en partidos y elecciones que no sólo no han militado en ninguno de los partidos existentes sino que no simpatizan con ninguno. Es mi caso, pero no soy el único (y aclaro, para evitar equívocos, que nunca ha estado en mis proyectos de vida formar parte del IFE). Lo que hicieron los diputados priístas y panistas fue pensar en un órgano de composición bipartidista, a modo con sus intereses a futuro, para la grande en 2006.

Los diputados y diputadas del PRIAN pensaron en términos partidarios sin importarles (Ƒserá?) el descrédito que su decisión pueda acarrear al IFE y a los procesos electorales próximos. Si en México habíamos logrado que los cuestionamientos a las elecciones fueran mínimos, ahora nos cubrirá, por lo menos, una enorme sombra de duda; y esto, se quiera o no, puede significar un retroceso, una vuelta al pasado de la Comisión Federal Electoral sin el secretario de Gobernación como presidente de ésta.

Si ya de por sí el abstencionismo seguía creciendo en México, con el triunfo pírrico de priístas y panistas aumentará todavía más, salvo que se maquillen los resultados electorales, como hizo el PRI en el pasado. Con el aumento del abstencionismo disminuirá también la legitimidad de los resultados, es decir de quienes resulten gobernantes o supuestos representantes populares. Y el sistema de partidos, que a pesar de los desatinos del PRD era plural, tiene el peligro de convertirse en un sistema de dos, como para confirmar que Salinas y Fox son la misma cosa y que nuestro destino como nación está en las privatizaciones, en la entrega de nuestra economía y de nuestra fuerza de trabajo a Estados Unidos, y en la concentración de capital a toda costa y de manera salvaje.

Es una pena que los magos de la política y de la grilla sólo hayan pensado en el poder para ellos mismos. Se entiende que la máxima aspiración de los partidos políticos sea la conquista del poder (para eso se inventaron los partidos), pero lo que no es fácil entender es que sean tan cortos de miras y que crean que el pueblo tiene paciencia infinita o que está totalmente enajenado. Lo que han hecho priístas y panistas ha sido provocar mayor desconfianza popular en las instituciones y, como sabe cualquiera con tres dedos de frente, cuando las instituciones pierden credibilidad los pueblos actúan al margen de éstas o en su contra. Se legitima la rebelión, para decirlo de otra manera, y cuando hay tendencia a la rebelión o a la subversión, el poder tiene dos opciones: hace uso del autoritarismo y de la llamada violencia legal del Estado, o cae desde las alturas como ha ocurrido en Ecuador, Argentina y Bolivia, o en México en la UNAM a fines de 1999. Confiemos en que el autoritarismo y la arbitrariedad no vuelvan al ejercicio del poder.

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