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México D.F. Domingo 9 de noviembre de 2003

Rolando Cordera Campos

ƑSe acabó?

Los secretarios han sido claros, contundentes, valientes: o nosotros o el Armagedón. Si no nos siguen sobrevendrá la nefasta ronda de devaluación, inflación, estancamiento, y si la luz no se abrillanta con los vatios de los negociantes no habrá caos pero tampoco crecimiento. Del brazo y por la calle, Calderón y Gil Díaz se aferran al Apocalipsis que vendrá como argumento principal de sus propuestas, pero no nos benefician con razonamiento alguno. Reforma o muerte, habrían dicho en otro tiempo. Reforma o muerte, es lo que nos proponen al despuntar lo que será otro desastroso debate parlamentario en torno a la política económica nacional.

Por ese camino se llega seguro a la crisis, pero no por la contumacia de la oposición reconvertida al populismo de todos tan temido, sino porque la confusión y la necedad se volverán las coordenadas de la conducción política y económica del Estado, y el país quedará inerme ante las inevitables convulsiones de la economía internacional, que no ha abandonado la fase crítica de la globalización que arrancó con las crisis asiáticas y se adentró en el laberinto de la seguridad imperial con la militarización impuesta por el presidente Bush después del 11 de septiembre de 2001. La recuperación estadunidense puede modificar las cosas por un lapso, pero eso ya no es señal de aliento efectivo para nosotros, porque a diferencia del 95 o el 96 China ya no está lejos sino a la vuelta de la esquina, y la autocomplacencia que se apoderó de cerebros y reflejos en el diseño de nuestras políticas industriales cumplió su tarea para hacernos perder competitividad y mercados con el coloso asiático, pero también con Brasil, Chile, Perú, Colombia, El Salvador.

No habrá recuperación milagrosa que nos saque del atolladero actual, pero el proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación lo que promete es mantenernos en él o llevarnos a una recesión aún más grave. De restrictivo puede pasar sin más a recesivo, y de ahí en efecto a una crisis mayor, con caos o sin él pero siempre en el túnel al que no llega la luz flaqueante que todavía genera la Comisión Federal de Electricidad. A media luz los tres: el país que cada día entiende menos y desconfía más; Felipillo que nunca entendió pero que sigue presumiendo que aprendió las lecciones de su inefable mentor; Paco Gil que sí sabe de lo que se trata, pero que se cree Felipe II y no ve de otra que una expiación todavía más dura que la que hemos pasado para depurar al cuerpo social de tanto pecado y pecador.

ƑPuede haber una política económica diferente? Sí, pero a condición de que su factura sea congruente con los tiempos políticos y estructurales en los que México vive. No puede haber cambio sin más, porque eso sí que sería entrar al umbral de la descomposición financiera y cambiaria que nos ofrece el secretario del miedo como castigo ineluctable por no hacer caso de sus consejos. Lo que está en cuestión no es el cambio, que es indispensable, sino su dirección y ritmo, lo que nos remite al tema del Estado y de la democracia, a sus capacidades para generar acuerdos y conducir pacientemente las mudanzas del caso. Y es ahí donde estamos en falta, los mexicanos de a pie pero también los de BMW. Las bases y sus respectivas elites, que parecen apostar a la paz y la estabilidad aunque sean sepulcrales antes de plantearse en serio las implicaciones del cambio que proclaman.

El tema de la responsabilidad política debería estar en el primer lugar del orden del día del debate democrático nacional pero no lo está, quizás porque no hay tal debate. Lo que se da en su lugar es juego de espejos y abalorios, fintas, defensas corporativas, abuso de la impunidad que se vuelve riqueza inexplicable e inaceptable. En ese cuadro político, con un Estado devastado y vaciado de contenido popular, corporativo y autoritario sin duda, pero eficaz y dúctil por un buen tiempo, México ve hacer mutis a las reformas que le son indispensables para salir del marasmo y aspirar al desarrollo. Tanto presumir del cambio y de la democracia para acabar con melancolía pueblerina o ilusiones de retorno salvífico. šQué desperdicio!

Ritmo de blues y nostalgia del chachachá. Tal vez tengan razón lo émulos de San Juan que dicen gobernarnos: se acabó pero no va a quedar nadie para apagar la luz, porque todos nos vamos a hacer realidad el milagro de la multiplicación de los panes con cargo a las remesas. šQué vergüenza!

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