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México D.F. Domingo 9 de noviembre de 2003

Angeles González Gamio

Bello e interesante

Buena parte de los edificios del Centro Histórico guardan fascinantes historias. Es el caso del soberbio palacio que alberga al Museo Nacional de Arte (Munal), que ocupa la que fuese la sede de la Secretaría de Comunicaciones, edificada por órdenes de Porfirio Díaz entre 1904 y 1911. Recordando el dicho de que "nadie sabe para quién trabaja", en el transcurso de una visita informal fue inaugurado por Francisco I. Madero, durante el breve periodo que fungió como presidente de México.

De este y mil datos más nos enteramos en el bello e interesante libro El Museo Nacional de Arte, que se presentará en ese lugar (Tacuba 9) el próximo martes 11, a las 19 horas, en el lujoso salón de recepciones, con sus plafones pintados con coloridas alegorías, garigoleados yesos, maderas labradas y oro por doquier, que nos traslada a un palacio renacentista, lo que no hará fácil la concentración de los presentadores: Saúl Juárez Vega, José Gordón y la que esto escribe.

La obra es un acierto en todos los sentidos: el contenido es de enorme interés, ya que nos lleva desde principios del siglo XVII, cuando los jesuitas levantaron en ese lugar un noviciado, mismo que por falta de recursos cayó en el abandono, hasta que apareció el capitán Andrés de Tapia Carvajal, quien les donó un ingenio azucarero y haciendas de ganado mayor para su manutención.

Esto permitió rehacer la institución y reabrirlo bajo la advocación de San Andrés, en honor al patrono. Poco les duró el gusto, pues en 1767 fueron expulsados por un decreto del rey Carlos III y sus bienes pasaron a ser propiedad del gobierno.

El inmueble nuevamente quedó abandonado hasta la epidemia de viruela de 1779, lo que llevó a que se le adaptara como hospital y que pasada la epidemia se le declarara hospital general. En 1905 se trasladó a su nueva sede, en la colonia de los Doctores, y el viejo edificio se demolió para dar paso a la plaza de Minería y el flamante Palacio de Comunicaciones.

En el libro nos enteramos detalladamente de quiénes y cómo construyeron el magno edificio. Asombra conocer que a pesar de su apariencia palaciega tiene una moderna estructura de acero y pisos y arquerías a prueba de incendio. Como era la costumbre porfirista, el arquitecto fue un italiano: Silvio Contri, quien propuso a muchos otros extranjeros para distintos aspectos decorativos.

En estilo ecléctico, combina la modernidad con elementos de arquitectura y decoración tradicionales, dando como resultado una construcción impactante, en muchos sentidos desproporcionada pero básicamente de gran belleza y majestuosidad.

Este es el marco en el que se muestra la extraordinaria colección del Munal, cuyo origen es la gestación en 1781 de la que sería la Real Academia de San Carlos de la Nueva España, que desde su nacimiento comenzó a recibir en donación y adquirir en sus épocas de bonaza obras de arte, cuyo fin era fundamentalmente para que sirvieran de modelo de enseñanza a los estudiantes.

A partir de la creación del Instituto Nacional de Bellas Artes, en 1946, pasó a ser el custodio del acervo de la Academia de San Carlos; desde esa fecha la colección comenzó a engrandecerse de manera continua con donaciones de particulares y adquisiciones gubernamentales. En 1982, mediante un decreto presidencial se otorgó al Munal una parte del antiguo Palacio de Comunicaciones, y en 1997 el inmueble completo. Ello motivó un replanteamiento del museo con el Plan Maestro 2000, bajo la dirección de su dinámica directora, Graciela de la Torre. La aplicación del ambicioso proyecto mantuvo el museo cerrado varios meses, que se hicieron eternos para sus asiduos visitantes, pero valió la pena. Sin duda el nuevo proyecto museológico, que se logró a plenitud, pone al Munal entre los mejores museos del mundo en su género.

Todo esto está plasmado en el libro que se presenta el martes, que además de la valiosa información tiene un bello diseño y fotografías espléndidas, que nos muestran algunas de las obras de arte más selectas de la colección y diversos ángulos del edificio y los espacios museísticos. Ese día se va a vender con gran descuento.

Otro atractivo es que a un costado de la hermosa plaza se encuentra el restaurante Los Girasoles, donde podrá cenar exquisitamente una ensalada de arándanos con mandarinas, un pato en salsa de zarzamora, o si prefiere algo ligero, unos rollitos de berenjena rellenos de requesón. En el postre sí hay que pecar con un alcatraz negro, que es un cono de chocolate amargo relleno de helado, nuez frita y salsa de cajeta. No se preocupe por la indigestión, pues ahí preparan unas infusiones maravillosas para la noche: la digestiva, de semillas de cilantro, hinojos y comino.

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