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México D.F. Miércoles 12 de noviembre de 2003

Robert Fisk

Ecos antisemitas en Beirut

Caminaba yo esta semana hacia la calle Sadat de Beirut cuando mis ojos de castor avistaron el escaparate de una librería. Y allí en la ventana -el corazón se me fue a los pies- descubrí un título muy familiar: Los protocolos de los sabios de Sión. Una vez más ese vil y antiguo tratado antisemita, producto de la policía secreta zarista con todo y relatos de canibalismo de niños, está de vuelta en los anaqueles: una hilera completa con portada de color rojo brillante.

Había también una edición en árabe y otra en francés (Les protocols des sages de Zion). Todas señalaban haber sido impresas por Vigilancia 2003. Pero no existe en Líbano una casa editorial llamada Vigilancia. Por lo menos, hace años, una edición anterior, de portada blanca, traía Damasco como lugar de origen.

Ahora bien, siempre tengo cuidado tratándose de acusar a los árabes de antisemitismo. Son en sí mismos una raza semita. Basta leer juntos los números hebreos y árabes para entender lo cercanos que están. Ichot-wahed (uno), stein-ithnein (dos), arba-arba (cuatro), khamesh, khamseh (cinco). Algunos números no concuerdan -shalosh-tlaite (tres)-, pero tienen raíces semejantes.

Una vez dejé perplejos a unos combatientes del Hezbollah en el sur de Líbano al indicarles que tiempo atrás en la historia (y no muy atrás) sus familias y las de los ju-díos probablemente estuvieron emparentadas. Puede el lector imaginar la reacción.

Un contador del hotel Rey David de Jerusalén, hombretón de enorme barba que era judío ortodoxo, alguna vez me dijo que de seguro su aspecto era muy parecido al de los combatientes del Hezbollah. Estuve de acuerdo.

ƑCómo es posible que ese maligno tratado pueda aparecer en un país refinado co-mo Líbano? Sólo hay que oír los latidos de corazones que aún reverberan por la decisión del canal de televisión del Hezbollah de transmitir durante el mes sagrado del Ramadán una serie llamada Al Shatat (La diáspora), que pretende ser una historia del sionismo de 1812 a 1948. Se refiere al "complot" judío para apoderarse del mun-do -ecos de los Protocolos-; el Departamento de Estado ha estado expresando en forma atronadora su repulsión por la serie: exige saber por qué la televisión siria desea transmitirla e insiste en que el gobierno li-banés prohíba los programas.

La embajada estadunidense en Damasco llamó a los funcionarios de la televisión siria, quienes aseguraron que la serie no se transmite ni aparece en su programación. Los cínicos sospechan que Damasco sí te-nía intención de difundirla, pero la envió al otro lado de la frontera, a sus aliados libaneses, cuando los estadunidenses comenzaron a arrojar humo por la nariz. La respuesta libanesa era predecible. Después que el embajador estadunidense en Beirut, que tiene el nombre inmortal de Vincent Battle -Vicente Batalla-, pidió retirar la serie, el ministro libanés del exterior, Jean Obeid, insistió con orgullo en que Líbano goza de "libertad de expresión".

Se trata, por supuesto, de la escuela chocarrera de diplomacia. El gobierno libanés no se ha mostrado adverso a excluir co-mentarios antisemitas de la televisión na-cional, como tampoco a cerrar la televisora Murr a causa de rivalidades políticas lo-cales, ni a amenazar al noticiero de televisión de Thaseen Khayat por presentar un cuadro poco halagüeño de Arabia Saudita (el primer ministro libanés lleva pasaporte saudita y el hombre a quien debe complacer su trabajo es un príncipe saudita). Pero el programa sigue adelante -otra pulga en la oreja del señor Battle-, apenas un año después de que una televisora egipcia difundió una serie acerca de Los protocolos, también coincidente con el Ramadán.

Conozco el argumento de Beirut al respecto. Si a los estadunidenses les molesta tanto el racismo, Ƒpor qué no suprimen los crueles estereotipos de los árabes que muestra Hollywood? ƑPor qué siguen exhibiendo Ashanti, filme relativo al comercio árabe de esclavos, que los muestra en forma muy similar a como los Protocolos retratan a los judíos: venales asesinos devoradores de niños? (Olvidémonos de que el actor Omar Sharif, nacido en Líbano, actúa en esa deplorable película.) ƑPor qué el gobierno de Washington permite que los periódicos estadunidenses caricaturicen a los árabes como asesinos de nariz aguileña, tal como los judíos son presentados en Der Sturmer?

Pero no me parece un argumento irreprochable. Líbano tuvo alguna vez una numerosa comunidad judía. Era la única nación árabe que permitía a judíos nacidos en su territorio trabajar en el gobierno y el servicio civil después de la creación de Israel, en 1948. El viejo cementerio judío aún existe en Beirut: a menudo camino por sus veredas flanqueadas de pinos los fines de semana; muchas de las tumbas honran a judíos alemanes, que huyeron de los nazis, que iban camino a Palestina pero al llegar a Beirut se enamoraron de la ciudad y se casaron con muchachas originarias de ella. Existe aquí todavía una comunidad judía de unos cien miembros, y la pequeña sinagoga, por terrible ironía dañada en 1982 por granadas lanzadas desde barcos israelíes, está en restauración.

Pero no puedo pasar por esa librería sin mirar esa ominosa hilera de libros rojos en el aparador. Así que el otro día entré. El due-ño me dijo que era una reimpresión de la edición australiana de 1948. No sabía dónde estaban las oficinas de Vigilancia. "No quiero ganancias", me dijo. "Quiero que la gente lo lea". Pero todo es falso, dije, zbeile (basura). "Usted no sabe", me contestó. "ƑQuién dice que es falso?" Le di todas las referencias, le conté de la policía secreta zarista. Inútil. En esta pequeña librería la mentira sigue siendo la base de la política. Puse los ejemplares del escaparate en uno de atrás. Inútil otra vez. Al otro día estaban de vuelta en el aparador.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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