Ojarasca 79 noviembre 2003


 
Genocidio de la mente

Más allá de la tragedia americana

 
La lucha por la identidad india en Estados Unidos y Canadá es, dentro de lo acontecido en el continente después de la llegada de los europeos hace quinientos y pico de años, quizás lo más sangriento y triste de todo. (Esto, si alguna comparación es válida para describir lo ocurrido entre la batalla de Cholula y la de Wounded Knee, o del exterminio de los taínos en el Caribe como si fueran monos hace cinco siglos a la masacre de Acteal hace seis años).
Escuela
Escuela industrial en la calle Mott, Nueva York, circa 1890. 
Foto: Jacob A. Riis

Ahora que la resistencia india revela una fuerza que desafía la demografía y los sistemas políticos en países como México, Bolivia o Ecuador, la persistencia de los pueblos (tribus, naciones) en Norteamérica posee un valor cultural admirable. Reducidos hasta ser la única minoría que no se expande (mas no desaparece) en el vientre de la ballena imperial, los pueblos originarios al norte del río Bravo han alcanzado en las artes, la literatura y el pensamiento cultural una riqueza que con frecuencia pasa desapercibida. La red de agujeros de su "herencia" incluye la diáspora, la anomia y la vergüenza con intensidades dostoievskianas: reservaciones, casinos, violencia gratuita, clínicas de desintoxicación, disfunciones metabólicas.

En la percepción general de una sociedad tan dada a los estereotipos como la estadunidense, pocos grupos sociales se mantienen más inalterables que el de los indios. "Hoy, después de cinco siglos de eurocentrismo, casi nadie tiene idea de qué tribus aún existen y cuáles fueron exterminadas. El público ha sido inundado con diversas presentaciones del estereotipo gracias al cine y la literatura, que nos describen como gurús espirituales, paganos salvajes, princesas de cuento o patéticos fardos para la sociedad" , escribe MarieJo Moore en el prólogo a su Genocide of the Mind. New Native American Writing (Thunder Mouth Press/Nation Books, Nueva York, 2003). El libro, algo más que una antología, fue propiciado por Amerindia Inc., la mayor organización nacional de artistas nativos.

Nacida en 1987 en el corazón de las comunidades, Amerindia ha logrado reunir artistas y organizaciones tradicionales, así como proyectos novedosos y creadores individuales de todo Estados Unidos que le abren paso al siglo xxi. " La voz emergente representa un mosaico cultural que invita al público, y ofrece una historia soprendentemente universal", expresa la escritora y cineasta osage Diane Fraher, fundadora de Amerindia Inc. Podría ocurrir, agrega, que la experiencia de ser indio en la sociedad contemporánea sea más rica e interesante de lo que todas las fantasía no indias hubieran imaginado, incluso las mejor intencionadas.

Nada confirma mejor que Genocidio de la mente la autenticidad de este movimiento. Treinta y cuatro artistas e intelectuales de diversos orígenes y edades, de ochenta a venticinco, pueblerinos y urbanos, escindidos hasta la médula, obsesionados por su origen y las mezclas raciales que los precedieron y ellos perpetúan. Despojados de tierras y vidas, con sus tradiciones mutiladas, sobreviven en las reservaciones (equivalente a comunidades) y urbes como Nueva York, Chicago, Toronto o Detroit. Dice MarieJo Moore: "Aquellos de nosotros que hemos elegido vivir en ambos mundos, hacemos lo posible por mantener encendido el conocimiento de nuestros ancestros. Las tradiciones, a diferencia de las doctrinas, pueden perdurar y evolucionar a la vez".

Narradores orales, novelistas, músicos, cineastas, performanceros, directores teatrales, catedráticos universitarios, abogados, veteranos de la primera guerra del Golfo, obreros de la construcción, poetas, ambientalistas, editores. Hablan en primera persona del hecho plural de ser indio todavía, y pese a todo verse continuados en el futuro. En tono de memoria, testimonio, ensayo transcultural, denuncia política, épica de callejón o poesía en lengua originaria y traducida "para sí", los autores que congrega Amerindia dan constancia del desarrollo subterráneo de un alma universal y si se quiere posmoderna, a salvo del kitch tradicionalista y la reivindicación plañidera de los paraísos robados.

Aún en el lenguaje más generoso que quepa imaginar, los autores no consiguen ocultar el resentimiento que lastima sus corazones. Siguen siendo las mascotas estúpidas de los equipos de beisbol y futbol americano, como antes fueron el Tonto del Llanero Solitario o las cucarachas que aplastaban las botas de John Wayne. Viven en una sociedad que los desprecia, y ahora para colmo los confunde con sus nuevas bestias negras: árabes, latinos, afganos o iraníes. Demasiado pocos y dispersos como para sublevarse, los nativos americanos (su gentilicio más común) sobrepueblan las prisiones de alta seguridad y no obstante dan otra vuelta de tuerca a la sobrevivencia pues conservan sus inteligencias en llamas.
 
Mujeres
Indios (iroquois) en la calle Broome, Nueva York, circa 1890. 
Foto: Jacob A. Riis

Humillados y ofendidos, culpables por definición, los indios de Norteamérica hablan hoy de viva voz. Proclaman su derecho a existir a cargo de la culpa histórica de los conquistadores y colonizadores de la cristiandad: Inglaterra, España y Francia, la Unión Americana y Canadá.

Como reconoce el joven Joel Waters, "trato de no encabronarme con la historia estadunidense respecto a nuestros pueblos, pero es muy difícil". Según la escritora cherokee/choctaw/creek Kimberly Roppolo, aún ahora que la mentalidad dominante en Estados Unidos se abre a una cierta tolerancia racial, así sea por vergüenza, "no es el caso de los indios, pues el racismo contra ellos está tan arraigado en la conciencia americana que resulta invisible". Andrew Young Man, investigador cree de la universidad de Alberta, y especialista en estudios indios, afirma: "vivimos en un apartheid social y político". Que no se nota.

Genocidio de la mente evita también las idealizaciones que han caracterizado a muchos autores y movimientos indios de Estados Unidos, siempre a contracorriente de las interpretaciones erróneas y estereotipadas que tiene de ellos el sistema dominante y sus derivaciones culturales y asistenciales.

La tripulación de Cristóbal Colón introdujo el deporte hace cinco siglos: "Cortaron los senos, brazos, manos y pies de las mujeres taínas para lanzarlos en macabro juego de catch (precursor del beisbol y el basquetbol), un ritual que los soldados blancos han practicado hasta el presente", apunta Alfred Young Man.

Algunos autores del volumen pertenecen a lo más respetado del mundo artístico e intelectual de los nativos americanos: Simón Ortiz, Steve Russell, Vine Deloria Jr., Steve Elm, Paula Gunn Allen, Gabriel Horn, Lee Francis. Otros provienen de medios alternativos, y representan lo nuevo en un mundo de aparheid al cual no se le concede la capacidad de renovarse, mucho menos perdurar más allá de los museos, el panteón del folclor y las leyendas infantiles, las Exposiciones Universales o las fotos de Sheriff Curtis y National Geographic Magazine. Son jóvenes como Mary Black Bonnet (sioux de Dakota del Sur), Carol Snow Moon Bachofner (mississquoi abenaki de Maine), Joseph Dandurand (kwantlen de Columbia Británica), Sean Lee Fahrlander (de la reservación del lago Sanguijuela, en Minnesota), así como el pianista Tim Hays (ho chunck de Nebraska, celebrado intérprete de Maurice Ravel que ha trabajado para la Ópera de Zürich en Suiza y la Opera du Rhin en Francia).

Dave Stephenson (tlingit/haida de Alaska) se refiere a la asimilación voluntaria o forzada, y la búsqueda de refugio y anonimato, todo lo cual ha hecho que el sesenta por ciento de la población indígena de Estados Unidos habite en las ciudades. "Vamos a la deriva. Huimos. Abandonamos nuestras comunidades sin pretensiones ni fanfarrias". Educados en el rechazo a lo que son, en la negación de sus lenguas y costumbres, los indios de Norteamérica (coloquialmente llamados pieles rojas por el color que adoptaban sus cuerpos al ser desollados por el hombre blanco) hoy miran hacia los indios de Chiapas (como en el poema Not Juan Valdez de Steve Russell) y demandan de su país algo que éste nunca ha hecho: "sentir culpa colonial".

Como expresa Kimberly Rappolo, "ya no exigimos que nos devuelvan las tierras robadas, ni siquiera que nos las paguen, ni que los tratados que se firmaron sean cumplidos o que Estados Unidos nos indemnice de acuerdo con la Convención de Genocidio de las Naciones Unidas". Piden mucho menos, sin que el poder muestre ninguna disposición. "Ni siquiera pedimos disculpas formales del presidente de Estados Unidos por las atrocidades que sufrieron nuestros antepasados. Simplemente demandamos el mismo respecto que reciben otros grupos étnicos" (negros, chinos, mexicanos, vietnamitas), dice Rappolo. "Sólo queremos que nos reconozcan como personas, no imágenes de televisión, mascotas o caricaturas."
 
 

Nota y traducciones: Hermann Bellinghausen

 

regresa a portada