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México D.F. Miércoles 26 de noviembre de 2003

LA MUESTRA

Carlos Bonfil

Osama

Estrategia femenina de supervivencia
Brutalidad sexista

LA PRIMERA SECUENCIA de Osama es impactante: un contingente de mujeres cubiertas todas con una burka azul marcha por las calles exigiendo trabajo, reinserción en sus labores y derecho a la igualdad. La protesta es reprimida. La acción transcurre bajo la dictadura de los talibanes en Afganistán. En ese momento las leyes del fundamentalismo coránico multiplican las prohibiciones contra la mujer, quien no puede aventurarse sola a la calle, sin un acompañante masculino, bajo amenaza de ser apedreada.

EL REALIZADOR AFGANO Siddiq Barmak hace referencias constantes a ese trato inhumano y relata la historia -basada en hechos reales- de una niña de 12 años, a quien su madre, ya viuda, decide cortarle el pelo y vestirla de hombre para que pueda trabajar y aportar un ingreso mínimo a la familia.

EN SU PROPUESTA central, Osama se asemeja a la película Barán, del iraní Majid Majidi, sobre la precaria situación de los refugiados afganos en Irán, con el recurso de un personaje que disfraza a su hija de hombre para que pueda permanecer en un puesto de trabajo clandestino. Sin embargo, la cinta de Barmak tiene una distinción particular: es la primera realizada en Afganistán después de la caída del régimen talibán, y en ese sentido, un testimonio directo de una historia reciente que ha incluido otras vivencias escalofriantes, como el caso, ampliamente reportado en la prensa, de la joven ejecutada en plena calle, a bordo de su automóvil, por la imperdonable falta de haber mostrado su antebrazo descubierto. Una posibilidad semejante se insinúa en la cinta cuando los talibanes detienen a una joven por dejar entrever la desnudez de su pantorrilla.

OSAMA ES EL nuevo nombre que protege la identidad de la niña, y en la película hay una segunda referencia a ese nombre para señalar al terrorista Bin Laden y su reclutamiento de los niños que serán los futuros combatientes del Islam, luego de someterlos a la disciplina del estudio del Corán.

EN EL MOMENTO en que Osama es reclutada por la fuerza, se inicia el drama de equívocos donde la amenaza continua es el ajusticiamiento de la joven en caso de descubrirse su identidad. No hay aquí, como en Barán, una historia de amor, y apenas se explora la complicidad afectiva entre la niña y un jovencito vendedor ambulante, enterado de la impostura. No hay desbordamientos líricos, y sí una contención sorprendente. El ejercicio de la mirada, omnipresente en casi todas las escenas, es instrumento de denuncia.

LA CAMARA OBSERVA una festividad que reúne a un grupo de mujeres; pero al llegar al barrio los talibanes, la celebración se hace pasar como velorio, y en un instante las mujeres retoman la única vestimenta autorizada. La burka, largo velo que cubre toda la anatomía femenina, sirve también para disimular a una joven en otra visita inesperada de los fundamentalistas. La cámara asiste discreta a este teatro de simulaciones diarias, al inventario de estrategias femeninas de supervivencia; asiste también al terror que invade a Osama en los momentos clave en que cree ser descubierta.

EL DIRECTOR AFGANO instala todo un dispositivo de denuncia que ciertamente parece maniqueo y de intachable corrección política (los talibanes son todos un solo personaje perverso y cruel), pero que resume bien la frustración y amargura del propio cineasta quien por años presenció directamente ese clima, muy real, de brutalidad sexista. Una vez más un cine de limitadísimos recursos materiales señala la distancia que existe entre la imaginación creadora y el mero cálculo de rentabilidades. Todo un acierto.

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