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México D.F. Domingo 30 de noviembre de 2003

Carlos Bonfil

Festival de Cine Franco-Mexicano

El Festival de Cine Francés tuvo en Acapulco sus mejores momentos. Durante seis ediciones fue un evento muy concurrido, conservó la especificidad de su primer propósito, difundir lo mejor del cine francés contemporáneo (reservando una sección especial a películas mexicanas invitadas), convocó a un número importante de realizadores, de actores y actrices galos, y todo eso garantizó por un tiempo una cobertura sostenida y entusiasta en los medios más importantes. Poco antes de su traslado de la sede guerrerense a la capital del país, se modificó la naturaleza del acto y se le institucionalizó como símbolo del intercambio cultural entre Francia y México. El ahora llamado Festival de Cine Franco-Mexicano reunió en su programación películas mexicanas -algunas de estreno, otras exhibidas ya en otros foros- y un número más reducido de películas francesas.

Al realizarse en días recientes el festival en la ciudad de México, éste se topo con algunas limitaciones tan previsibles como lamentables. Limitaciones de tiempo y de espacio. El lugar elegido para proyectar las películas era, a todas luces, inadecuado: el Teatro de la Ciudad de México no disponía de la mejor infraestructura para exhibir cine, y su ubicación en el centro histórico podía desalentar la concurrencia de muchos espectadores. (Es regla o fatalidad que buena parte del cine alternativo se proyecta en la zona sur, y que la facilidad de acceso vial es ahí mucho mayor, y mejor la identificación de su público cautivo). El tiempo elegido no podía tampoco ser más desafortunado: no se pudo evitar que el festival coincidiera con la Muestra Internacional de Cine, que tradicionalmente atrae un número importante de cinéfilos, todo a un ritmo de exhibiciones muy absorbente. Para colmo, la muestra proyectaba casi paralelamente una de las cintas francesas más atractivas del festival (Swimming pool), y también la cinta mexicana (Recuerdos) que inauguraba el festival francés. Hubo así una presencia menos llamativa de realizadores y comediantes franceses, y un poder de convocatoria de medios menor al acostumbrado en las ediciones pasadas de Acapulco. Todo esto le restó presencia y vigor a un festival del que se espera cada año una promoción oportuna y novedosa de lo mejor de la producción francesa. Paralelamente, dos cintas galas que merecían figurar en el festival naufragaban en la cartelera comercial: Demonlover, de Olivier Assayas, y La hermana virgen (A ma soeur), de Catherine Breillat, en tanto otra cinta -igualmente atractiva para el festival- probaba también su fortuna en las multisalas: El albergue español, de Cédric Klapisch.

ƑCuál era en contraste la oferta del festival franco-mexicano? Por un lado, cintas nacionales ya difundidas en cartelera o en circuitos alternativos, y una programación francesa más desigual que en ocasiones anteriores. Tres cintas notables (Pasiones secretas, de Jean-Claude Brisseau; Irreversible, de Gaspar Noé; Swimming pool, de François Ozon), contra otras cinco muy comerciales (Mis dos mujeres, Janis y John, Los niños de la lluvia, Padre e hijo, ƑQuién quiere matar a Bambi?), inferiores a lo que en paralelo ofrecían los directores Breillat, Assayas y Klapisch en la cartelera.

La difusión de cine francés en México atraviesa por uno de sus mejores momentos, al punto que sucede hoy algo antes impensable: el público masivo tiene acceso en grandes salas a películas francesas de mayor calidad que las que proponen los festivales. Desafortunadamente, esas películas duran poco en cartelera por una difusión insuficiente, y por concentrar la prensa su atención en actos que a menudo no cubren siquiera sus propias expectativas. La presencia deslucida este año del Festival de Cine Franco-Mexicano en la ciudad de México, obliga a sus organizadores a un replanteamiento de estrategias. Es preciso dar mayor vida al festival restituyéndole su primera vocación, eminentemente cultural, alejada un tanto de compromisos institucionales de intercambio formal y diplomático, y evitar sobre todo que su programación coincida con la asistencia, ya ritual, de un público cautivo a la Muestra Internacional de Cine. Un Festival de Cine Francés en México, con las exigencias en programación de los ya existentes en Yokohama o en Nueva York, sería una estupenda opción para los cinéfilos y un buen refuerzo para la difusión del cine galo en nuestro medio. De algunas de las cintas mencionadas se hablará en detalle en el momento, muy próximo, de su estreno en cartelera.

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