310 ° DOMINGO 30 DE NOVIEMBRE DE 2003
La inmigración en la España de hoy
Miedo
a los
dinosaurios

ALEJANDRO GOLDBERG*/Barcelona

¿Con qué tipo de país se encuentran los inmigrantes al llegar a España? ¿Cuáles son las condiciones migratorias, de integración,convivencia, laborales, de vivienda?
Una vez colocada en la agenda de “seguridad”, la inmigración se ha presentado en España inevitablemente ligada al terrorismo, la delincuencia, el crimen organizado, las mafias o el tráfico de drogas. De esta forma se ponen en práctica mecanismos de exclusión, estigmatización, marginación de individuos, que por causa de su “otredad” se transforman en chivos expiatorios.
Hay que despertar el miedo a los enemigos. O como decía Italo Calvino, se propaga el miedo a lo diferente, a lo extranjero, a la vuelta de los dinosaurios. Los medios de comunicación han jugado su papel en la construcción mediática de la figura del “inmigrante ilegal” como estereotipo de “delincuente”

Fotografía: Mar BinimelisLa inmigración es un fenómeno relativamente reciente en España, que ha vivido en los últimos 20 años el progresivo cambio de estatus de “país de emigración” a “país de tránsito” y luego a “país de asentamiento”. Sobre todo a partir de los noventa, tras su incorporación a la Unión Europea (UE), la situación ha cambiado: España se ha convertido en un país de inmigración. No obstante, aún hoy, el saldo migratorio sigue siendo favorable a España, con alrededor de 2 millones de emigrantes españoles en el extranjero, frente a poco más del millón y medio de inmigrantes contabilizados por el Ministerio del Interior español.

A grandes rasgos, la política migratoria del gobierno neofranquista de José María Aznar reconoce tres tipos de extranjeros en territorio español: los turistas (los “guiris”), preferentemente noreuropeos, estadunidenses y japoneses; los inmigrantes “regulares”; y los inmigrantes “ilegales” o “clandestinos”. El único denominador común entre ellos es que todos contribuyen con sus riquezas al producto interno bruto del Estado: los primeros gastando dinero; los otros dos, generándolo con su trabajo. Por lo tanto, vale una primera observación a tener en cuenta: todo inmigrante es concebido y tratado como extranjero, pero no todo extranjero es tratado como inmigrante.

Me referiré, entonces, a los inmigrantes extranjeros latinoamericanos, africanos y asiáticos; a las personas provenientes de diversos países del llamado Tercer Mundo que arriban a España, al continente europeo, en busca de trabajo para enviar dinero a sus familias, que migran con éstas, que van “a probar suerte” o “a ver qué pasa”. Distintos estudios muestran que, a diferencia de los migrantes españoles e italianos que arribaron al continente americano a principios del siglo pasado, estos nuevos migrantes no son los más pobres en sus sociedades de origen. Es decir, sólo emigran los que pueden.

¿Con qué tipo de país se encuentran al llegar? ¿Cuáles son las condiciones migratorias, de integración, de convivencia, laborales, de vivienda?

En primer lugar, entre todos los países integrantes de la UE, España es el que registra los índices de desocupación, siniestralidad laboral y temporalidad más elevados. Es así que la demanda de trabajadores extranjeros se concentra sobre todo en los puestos de trabajo más precarizados, principalmente en el ámbito de la economía, en el que sobresale el sector de la agricultura.

En segundo lugar, a través de la Ley de Extranjería del 23 de enero de 2001, vigente en todo el territorio español, “el gobierno declara fuera de la ley a todas las personas que no obtengan previamente los correspondientes permisos de entrada y trabajo. De esta situación de ilegalidad se deriva la negación de una serie de derechos fundamentales de la persona (reunión, manifestación, asociación, sindicalización, huelga) y del acceso a gran parte de los servicios asistenciales del Estado. Esta privación de derechos, unida a la amenaza de expulsión del territorio español, conforman un panorama de futuro para la inmigración clandestina que la aproxima bastante a las condiciones de esclavitud (...) creándose bolsas de población completamente marginal, que para sobrevivir tendrán que padecer las peores condiciones” (Martínez Fresneda, G. 2001: “Tres leyes del siglo”, Le Monde Diplomatique, No. 63, p. 25).

Dicha ley es violatoria de los artículos 22, 23, 24 y 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU y de la misma Constitución española. Por otro lado, la negación de derechos y muchas de las prerrogativas explicitadas en ella recuerdan un tanto a las leyes de Nüremberg (16 de marzo de 1935), por las cuales quedaban suspendidos los derechos civiles para todos los judíos en territorio alemán.

Tras un año y medio de aplicación, en general, la Ley de Extranjería ha favorecido la inmigración clandestina. Las políticas basadas en la restricción de la inmigración y el endurecimiento de las medidas de entrada y requisitos de regularización se tradujeron en un aumento de los inmigrantes clandestinos que tiende a provocar segmentos diferenciados en el mercado de trabajo español, determinados por la precariedad.

Un nuevo chivo expiatorio

Empezó una discusión general. Lo extraño es que la posibilidad de que yo fuese un Dinosaurio no se tenía en cuenta; la culpa que se me achacaba era la de ser Diferente, un Extranjero y por lo tanto Sospechoso; y el punto debatido era en qué medida mi presencia aumentaba el peligro de una vuelta eventual de los Dinosaurios. (Italo Calvino, 1994: Memoria del mundo y otras cosmicómicas. Madrid: Siruela. p. 76).
Tanto en el plano material como en el simbólico se puede establecer una dicotomía sustancial en el abordaje de la situación de los inmigrados en España, ciudadanos integrados vs “ilegales” excluidos: “El Estado identifica a las personas, las define, las clasifica. Un Estado es inconcebible sin la definición de ciudadanos y la simultánea exclusión de los no-ciudadanos” (Holloway, J. 2002: Cambiar el mundo sin tomar el poder. Buenos Aires: Herramienta, p. 115). En este movimiento de definición y exclusión, los definidos como “ciudadanos” quedan incluidos; una parte de los inmigrantes extranjeros, clasificados como “ilegales”, son excluidos.

Paralelamente, como toda sociedad capitalista de mercado, la sociedad española es dual en lo sociopolítico: está formada por excluidos e integrados al sistema. En la sociedad existen personas nativas que sufren la explotación, la opresión, las desigualdades y la exclusión. Pero los que constituyen el grupo subalterno con más grado de marginación y de exclusión sociopolítica y cultural son los inmigrantes del Tercer Mundo.

Asimismo, los discursos que relacionan inmigración con delincuencia en algunos casos se apoyan en una especie de lógica mecanicista que cala en el sentido común español, y que podría resumirse así: si hay más inmigrantes que trabajos quiere decir que hay inmigrantes que no pueden tener uno; y por lo tanto, para sobrevivir tienen que delinquir.

¿El problema, entonces, es que los inmigrantes sean pobres e “ilegales”? ¿O que los pobres e “ilegales” sean los inmigrantes?

Una vez colocada en la agenda de “seguridad”, la inmigración se ha presentado en España inevitablemente ligada al terrorismo, la delincuencia, el crimen organizado, las mafias o el tráfico de drogas. De esta forma se ponen en práctica una infinidad de mecanismos de exclusión, estigmatización, marginación de individuos, que por causa de su “otredad” se transforman en chivos expiatorios.

Hay que despertar el miedo a los enemigos. En ese sentido, el papel de los medios de comunicación en la construcción mediática de la figura del “inmigrante ilegal” como estereotipo de “delincuente” tiene el objetivo de situarlo en el centro de las preocupaciones y el temor ciudadano, criminalizarlo como forma dominante de percepción social del fenómeno.

Entre los aspectos de la representación de la inmigración en la televisión española puede considerarse el hecho de que se suelen presentar estereotipos negativos, paternalistas y discriminatorios, basados en descripciones rápidas y eficaces que responden a un determinado mito de la “identidad europea” (cristiana, “democrática”, etcétera) para definir lo desconocido, extraño, ajeno de “los otros”, cuya identidad es generalmente desconocida y por ello temida. Desde una perspectiva de análisis sociocultural, lo anterior se plasma en una forma que presenta al “otro” como enemigo económico, político, social y cultural, particularmente a los musulmanes.

Sobre la prensa, puede decirse que delito-inmigración (delincuente-inmigrante “ilegal”) constituyen motivo de gran preocupación social, por lo que un tratamiento de tipo alarmista, simplista o superficial, como el que realizan los medios españoles, puede tener efectos muy negativos para el conjunto de la sociedad (Wagman, D. 2002: “Estadística, delito e inmigrantes”, en edición digital y SOS Racismo: Informe Anual). Uno de ellos es el aumento de las medidas de control social de corte represivo; el otro, la criminalización de la inmigración.

“Ayúdanos a luchar contra
el racismo. Vuelve a tu país”

El racismo cumple la función de categorizar, colocar y discriminar a ciertos grupos religiosos, étnicos o sociales. Y, al mismo tiempo, constituye un discurso que justifica, sostiene y legitima ciertas prácticas orientadas a mantener una forma preponderante de poder político, económico y social. Es preciso recordar el hecho de que, a lo largo de la historia, movimientos migratorios y minorías étnicas han sido objeto de los mismos estereotipos criminales, así como fuentes de problemas de higiene, salud, contagio y contaminación cultural.

En el caso de España, “el fenómeno racista tiene raíces históricas profundas, ya que desde la antigüedad la península ibérica fue lugar de cruce, de confrontación y también de convivencia entre el sur de Europa y el norte de Africa”. (Colectivo IOE-UGT, 2001: ¡No quieren ser menos! Exploración sobre la discriminación laboral de los inmigrantes en España. Madrid: Comisión Ejecutiva Confederal de UGT, p. 159). Los prejuicios contra los “moros” se encuentran, por un lado, en relación con el dominio islámico de más de ocho siglos sobre la península y las Cruzadas de la Iglesia católica para la reconquista. Por otro lado, en las campañas militares de los albores del siglo XX, así como en la utilización de mercenarios marroquíes por parte de las tropas franquistas durante la Guerra Civil española.

El episodio racista más sonado de los últimos tiempos en España fue el de El Ejido, provincia de Almería, en febrero de 2000. Allí, como consecuencia del presunto asesinato de una mujer a manos de un “marroquí bajo tratamiento psiquiátrico”, se desató una ola de violencia xenófoba descontrolada, aunque al parecer, no absolutamente espontánea, contra los inmigrantes, en su mayoría originarios de Marruecos. El resultado: 58 heridos, comercios de inmigrantes incinerados, barrios de chabolas (villas de miseria) destruidos, además de persecuciones y linchamientos de inmigrantes, y otras acciones de corte racista. Por aquellos días se podía leer en una pinta: “Inmigrante, ayúdanos a luchar contra el racismo. Vuelve a tu país”. En El Ejido se impuso entre la población nativa local el miedo a unas personas desconocidas, anónimas y sin documentos (los inmigrantes “ilegales”), producto de la situación de segregación espacial y exclusión en la que se encuentran y que hace de estos últimos, no personas, sino algo que se desconoce absolutamente, una masa de la que se tiene miedo (Martínez Veiga, U. 2001: El Ejido. Discriminación, exclusión social y racismo. Madrid: Libros de la Catarata, pp. 210-211).

Más que de “episodios”, cada vez más frecuentes, el racismo es un fenómeno estructural en España, reflejado en estudios como los que se detallan a continuación:

• Según datos del Informe de Juventud en España 2000, elaborado por el Instituto de la Juventud, 30% de los jóvenes españoles considera que la inmigración, a la larga, “perjudica a la raza”, mientras que 24% cree que tiene efectos negativos en “la moral y las costumbres españolas”.

• Un estudio elaborado por el gubernamental Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en febrero de 2001 mostraba que 44% de los españoles encuestados reconoció no haber tenido nunca trato con inmigrantes. El estudio arrojaba también los siguientes datos: 42% de los españoles creía que había demasiados extranjeros, mientras que 27% confesó que le preocuparía que su hija se casara con un “moro”.

Miedo y consumo en España

Se dice que la discriminación y el racismo son hijos del miedo y la ignorancia. En el caso de España puede agregarse también la falta de memoria. Sin contar la invasión al continente americano y el periodo colonial, sólo entre 1840 y 1924 llegaron a América 4.5 millones de españoles huyendo de la miseria y el hambre. En el caso de Argentina, mi país, hace un siglo desembarcó una oleada de españoles e italianos, principalmente, además de personas de otros países europeos y algunos africanos y asiáticos. Todos ellos hambrientos de comida y de trabajo. Por aquellos tiempos, bajo el axioma “gobernar es poblar”, tras la aniquilación de buena parte de los pueblos indígenas originarios y en nombre del “progreso”, los sucesivos gobiernos argentinos, hasta 1914, cumplieron la meta de una “Argentina para los europeos”.

Pero como el tiempo no para y la rueda de la historia sigue girando, después de un siglo volvemos a Europa.

No obstante, en el transcurso del siglo que pasó hay más historias. Entre los treinta y los cincuenta, muchos españoles emigraron, escapando de la dictadura franquista y por las pocas posibilidades de mejorar su calidad de vida, con destino a los países más industrializados de Europa y a algunos americanos, como México, Venezuela, Uruguay y Argentina.

Más tarde, y del otro lado, hace 30 años, algunos argentinos (los que pudieron) cruzaron el charco escapando del terror y la muerte de otra dictadura genocida, de las tantas impuestas por Estados Unidos en América Latina. En el marco de esta especie de vínculo histórico entre “morir o seguir vivos”, hoy van y venimos motivados por las hambres desiguales que genera la globalización neoliberal: las multinacionales españolas, a saquear las materias primas y lo que queda del sistema. No es casualidad que a partir de concesiones como la de Telefónica (1990) y otras empresas de capital español en Argentina (Endesa, BSCH, Repsol y otras) pueda ubicarse el crecimiento del consumo en España, generado justamente con las superganancias que se han obtenido en la “colonia”, en lo que constituye esta suerte (o mala suerte) de nueva política “virreinal”.

En cuanto a la “metrópoli” española, actualmente se trata en términos generales de una sociedad recostada en dos pilares fundamentales: miedo y consumo; en la que, como valores hegemónicos, lo individual prima sobre lo colectivo, y el individualismo y la competencia sobre los lazos de fraternidad, cooperación y solidaridad. Una sociedad en la que el silencio (crimen de lesa humanidad), la vista gorda, esconder la cabeza como el avestruz, el consentimiento, la indiferencia, no saber, saber y callar, no querer saber, constituyen actitudes cotidianas de buena parte de la población europea en torno a la situación de los inmigrantes; sin olvidar el importante rol que juegan en él, día a día, hombres y mujeres que a título individual y/o colectivo desarrollan tareas de solidaridad y apoyo con estas personas.

Una sociedad en la que ser inmigrante significa ser un extranjero, un extraño, un diferente, marca la existencia cotidiana en destino, en sus múltiples dimensiones y determinaciones: como pasajeros, inquilinos, vecinos, trabajadores, pacientes, alumnos, pareja, hombre, mujer, niño o anciano.

* Antropólogo social (UBA-Argentina), investigador y doctorante en antropología social y cultural (URV-España)