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México D.F. Domingo 14 de diciembre de 2003

Bárbara Jacobs

Bajo la flor del agua

De pronto muere Madame Loaeza; de la muerte de Monsieur Loaeza no me enteré. Pasan unos años y resulta que Guadalupe, de las menores de la amplia familia, y ya convertida en famosa escritora, escribe su primera novela, Yeguas finas, en la que contesta mi vieja pregunta de qué había tras bambalinas, de cómo se desarrollaba un día común y corriente en una familia que era todo menos común y corriente como la Loaeza. Podría decir que Guadalupe lo hace muy bien, que lleva su talento de observadora lejos; que escribe con claridad y mesura --las asociaciones de ideas que le llegan podrían desatarse sin control--, y que consigue interesar, divertir y conmover al lector. Pero me quedaría corta. Yo misma no aguantaría no haber dicho toda la verdad de mi propia impresión.

Y la verdad es que con su libro, nuestra autora echa por tierra la teoría de Lucien Freud. Pues si Madame Loaeza trató con especial brutalidad a uno de sus hijos fue a Guadalupe y, de todos los hijos, por lo que se ve, es a la que mejor le va. O, si no, Ƒcómo logró superar la insistencia de Madame Loaeza en descalificar a Guadalupe no importa en apariencia por qué motivo? Al ser muy sensible, Ƒcómo toleró la indiferencia con que la mamá se conducía en su casa en relación al trato con sus hijos? Era el estar ahí sin estar de su madre lo que atormenta especialmente a la niña Guadalupe antes de saber que era víctima de una conducta grave por parte de su mamá. O, Ƒa quién creerle? ƑQué creer? Al final, una tía hace una revelación a su sobrina Guadalupe que podría explicar por qué la víctima elegida para los primeros golpes de la vida, elegida quizás involuntaria, inconscientemente, fue Guadalupe y, en todo caso, es a lo que debemos atenernos si queremos no sólo creer la historia, sino conmovernos por ella.

A lo largo de la novela hay un ejemplo ilustrativo tras otro de esta relación enemistosa, digamos, entre madre e hija. Y, sin embargo, Ƒquién negaría el triunfo de Guadalupe, el éxito, la capacidad de haberse sacudido de la negación que su mamá hacía de ella continuamente durante su niñez y su adolescencia? ƑO cómo se zafó Guadalupe del ninguneo materno? ƑCómo se hizo una vida propia y admirable? Quizá la respuesta esté en que Monsieur Loaeza no levantó nunca la cabeza; es como si él hubiera absorbido en su persona la descalificación que Madame hacía señaladamente de su hija Guadalupe para liberarla a ella de semejante aplastamiento existencial.

De la novela destacaría, repito, el poder de observación de Guadalupe, poder que, aunado a su gracia natural, hace de la lectura un paseo agradable y divertido a lo largo también de la vida de un tipo de colegio, de un tipo de niñas, en un tipo de país, en un tipo de época. Pero no sé por qué quiero irme más bien por el otro lado, por la pregunta de cómo toleró Guadalupe no ser llamada sino estúpida por su propia madre durante toda su niñez.

"No traten con los ángeles, por favor; para eso está Dios", nos dice Madame Loaeza en la embajada de México en París hace veinte años, a mi esposo y a mí, cuando nos descubre sentados en un rincón esperando ser recibidos por un empleado cuando terminara su junta. Yo conocía a las hijas de Madame Loaeza, había sido alumna de Eugenia, pero a Madame sólo la había visto una vez en mi vida, cuando mi maestra me invitó a comer a su casa, un sábado a medio día. Yo estaba tan abrumada por la situación que ni siquiera hablé; me fijé muy bien, eso sí, en el papá, en Monsieur Loaeza, un señor más callado que yo, con la cabeza baja a la hora de comer todos juntos alrededor de la misma larga mesa. Desde entonces, y más después del incidente en París, cuando, en lugar de permitir a mi esposo llevar a cabo modestamente la modesta misión que nos había llevado hasta ahí no sé qué organismo oficial mexicano, impuso su estilo sobre el nuestro; nos aplastó. Y debíamos de estarle agradecidos. A partir de entonces, yo pensaba con frecuencia en madame Loaeza, en qué habría detrás de esa fuerza desatada de la naturaleza, como dirían; en cómo afectaría a sus hijos una personalidad tan imponente como la suya, en si los apachurraría o, más bien, los haría ser seres libres, imponentes a su vez.

Luego se me mezcló una teoría del nieto pintor de Freud, en la que sostiene que el hijo más querido por la mamá es al que mejor le va en la vida. ƑMadame Loaeza quería mucho a todos sus hijos por igual? Por lo que yo iba viendo a través de los años, a todos les iba bien, y hasta muy bien; es decir, hasta ahí donde uno puede saber cómo le va a la gente. En la diplomacia, con altos rangos; "bien" casados, ellas, que eran unas cinco o seis hermanas; así como él, que siempre fue el único hijo, el único hermano hombre. Empezó a haber divorcios, pero los Loaeza parecían inmunes a esa experiencia; incluso una viudez temprana. ƑQué había detrás de los Loaeza que fuera diferente de lo que uno veía de ellos a simple vista? El hermano, guapo; todas las hermanas, bellas, bien vestidas, siempre en el lugar en el que había que estar, siempre desenvolviéndose en donde fuera exactamente de la mejor manera en que había que desenvolverse, simpáticas, ocurrentes, inteligentes, educadas.

Es tan evidentemente cruel el desapego que muestra hacia un hijo un padre --šuna madre!-- que se conduzca como lo hacía Madame Loaeza, que no deja de asombrarme, no que Guadalupe escriba, y cada vez mejor, sino que tenga ánimo en la vida, que sepa que cada día es el único día, que persista, que no se deje abatir. "No traten con los ángeles, nos reprendió aquella vez Madame Loaeza; traten con Dios." Ella era dios, rodeada de subalternos entre los cuales contaba, sin duda, al propio embajador por lo que a nosotros respectaba. No queríamos más que un contacto con cualquier empleado de Radio France con el que afianzar un acuerdo menor. Pero madame Loaeza habló con el director de Radio France, y le comunicó que unos amigos muy cercanos del Presidente de México se encontraban en París para acordar algo de suma importancia. ƑA qué hora los podía recibir esa misma tarde? Mientras escribo estas líneas no se borra de mi mente, sin embargo, la cabeza gacha de Monsieur Loaeza en la cabecera de la mesa familiar; su silencio; su indiferencia ganada a pulso por preferir toda la vida ser ángel que pretender ni un solo instante fingir que desplegaba los poderes de ningún dios.

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