313 ° DOMINGO 21 DE DICIEMBRE DE 2003
 Paisanos que se matan entre sí
La guerra civil
de las pandillas mexicanas
en California

George B. Sanchez y Julia Reynolds*

Fotografías: Janjaap Dekker

Era el Edén de John Steinbeck. Es la tierra de la ira de miles de jóvenes mexicanos y mexicanoamericanos que forman los ejércitos de las pandillas californianas. "Ustedes no nos quieren, pero aún así estamos aquí", dicen los "sureños", los inmigrantes recién llegados, a los "norteños", los nacidos en California. La guerra de las pandillas, que cobra vidas todo el tiempo, se alimenta de la pobreza, de las larguísimas jornadas de trabajo de los padres, de las oportunidades nulas para los jóvenes en la tierra de las oportunidades, del abuso policiaco, de las mafias que controlan todo desde las cárceles. Los autores de este amplio reportaje, en tres entregas, se sumergieron durante un año y medio en el mundo de las pandillas mexicanas en California


En la foto, jovencitas en el funeral de Silvester Pérez,
de 21 años, víctima de la violencia de pandillas.
Varios meses después de su asesinato, la policía no tiene sospechosos


"Aquí hay un crimen que va más allá de la denuncia. Aquí hay un pesar que el llanto no puede simbolizar.
Aquí hay un fracaso que derrumba todos nuestros éxitos". (John Steinbeck, Las viñas de la ira)

PRIMERA PARTE

El doctor David E. Ramos habla en un susurro. Exhausto, sentado en el Memorial Hospital del Valle de Salinas, acaba de salir de un largo turno en la sala de emergencias y apenas tiene fuerza para hablar. Como médico de emergencias, hay cosas que sabe que hará seguido durante su carrera, dice. Abrir el pecho de un joven no es una de ellas.

Pero, una semana atrás, Ramos tuvo que hacer justo eso a un inocente espectador de un tiroteo entre pandillas.

El joven manejaba en Salinas, California, y su pasajero portaba una cachucha roja de beisbol. Ninguno de ellos era un malhechor, pero el color de la gorra fue suficiente para provocar a un miembro de una banda que traía una pistola, quien le disparó al chofer.

"No pudimos salvarlo", continúa Ramos, "lo más triste es que se mantuvo fuera de la vida (de las pandillas) y aún así lo mataron".

Como último recurso, Ramos realizó una torocotomía, o sea, abrió el pecho de la joven víctima, en un intento por revivir su corazón. Se trata de un procedimiento que sólo se usa en severos casos de trauma, a menudo provocados por heridas de bala. No sirvió de nada.

"Abro pechos demasiado seguido. Se supondría que no debería de hacerlo más de una o dos veces en mi vida, sirviendo a este tipo de población. Ya lo he hecho cuatro veces y preveo que lo estaré haciendo cada seis meses", dice Ramos. "En cualquier ciudad grande lo hacen todo el tiempo; eso se puede esperar en lugares como Oakland. Pero, por Dios, este es el condado de Monterey".

Específicamente, esto es Salinas. Una ciudad de 144 mil personas, dos horas al sur de San Francisco, sobre la autopista 101 en la Costa Central de California. Salinas está desbordada por las pandillas latinas. Si bien la historia literaria, agrícola y laboral de Salinas se mantiene fuerte, un nuevo legado de violencia pandillera y brutalidad sin sentido se desata en las calles.

En esta ciudad, más de 2 mil 500 residentes son pandilleros certificados, según el Departamento de Policía. Diecisiete de los 20 homicidios reportados en 2002 tuvieron que ver con pandillas. Ha habido 19 homicidios en 2003. La tasa de homicidios per cápita de Salinas es comparable a la de Los Angeles y casi duplica la de San Francisco y Nueva York. La violencia pandillera que se vive aquí es pandémica –es parecida en Fresno, Modesto, Watsonville y otros pequeños pueblos granjeros del norte de California.


Antonio Avalos sólo tuvo que seguir los pasos de sus mayores:
"Sólo por ser su hermano menor y porque todos mis amigos
se juntaban por aquí, nos volvimos parte de la pandilla"
Maderos Batos Locos

Hace menos de un siglo, Salinas fue el escenario de gran parte de la obra literaria de John Steinbeck. Situada en un valle rodeado por las faldas de las montañas de la Costa Central, las calles ahora pavimentadas siguen siendo símbolos de la promesa de oportunidad que representa California para miles de inmigrantes mexicanos, quienes permanentemente llegan a este pueblo como jornaleros agrícolas mal pagados. Pero el legado de California, como lo contó Steinbeck, aún es verdad, y la apuesta que Tom Joad hizo en Las viñas de la ira hace tantos años para tener una mejor vida, es un destino que aún persiste en esta ciudad, pero esta vez las víctimas, criminales y héroes, son los jóvenes latinos de Salinas.

Una niebla gris cubre el valle de Salinas en cualquier mañana, un clima ideal para la lechuga, las fresas, la coliflor y docenas de otros vegetales que crecen en los campos. Los jornaleros peinan la tierra húmeda, agarrando, cortando y recolectando la fresca producción destinada a la venta y distribución en algún lugar lejos de aquí. Los campos –vastos, de exuberantes tonos verdes– se extienden por millas, desde el margen de Salinas a la distante falda de la montaña.

A mediodía, el sol pega fuerte y la oscura piel de los jornaleros se pone aún más morena, mientras, agachados, continúan sus labores. La mayoría son inmigrantes. Hay 53 mil trabajadores extranjeros en Salinas, según el censo, y representan un tercio de la población de la ciudad. A partir de 1990, la población inmigrante ha crecido casi 85%. Llegan de Oaxaca, Jalisco, Baja California, Michoacán y Guanajuato, y muchas veces se asientan en el lado este de Salinas, alguna vez conocido como el pueblo de Alisal. El español es el idioma principal en 84% de estos hogares. Los padres trabajan todo el día, mientras sus niños se quedan solos, vulnerables a la atracción de la calle.

En Salinas, muchas madres y padres latinos trabajan largas jornadas, muchas veces en dos o más empleos, para que apenas les alcance. En el lado este de la ciudad, el cual es casi 90% latino, el ingreso promedio es de 9 mil 134 dólares por persona –menos de la mitad del ingreso promedio en Estados Unidos: 21 mil 857 dólares. Casi una cuarta parte de los residentes en el este de Salinas viven debajo de la línea de pobreza, el doble del promedio nacional. Las expectativas de romper este círculo de pobreza mediante una mejor educación son deprimentes –sólo 30% de los residentes del lado este tiene diplomas de preparatoria, comparado con el promedio nacional de 80%.


Salas, en el tatuaje, significa Salinas, "la ensaladera del mundo"

El hacinamiento, una pobre educación y las largas jornadas de trabajo han hecho de Salinas un terreno fértil para las pandillas. Recientemente, el departamento local de la policía obtuvo más dinero y empleados, pero no hay señales de que disminuyan el control y el terror que las pandillas ejercen sobre la comunidad. Según un experto local en prevención de pandillas, quizá la razón sea que los residentes de Salinas ya aprendieron a vivir con miedo. Pero aprender a vivir con el problema no hace que desaparezca.

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Patricia Alfaro, de 41 años, nació y creció en Salinas. Su delgada figura y sus luces de güera californiana disfrazan su fuerza interna. Mientras crecía, dice, Salinas todavía no era una ciudad, y tenía todas las comodidades de una pequeña comunidad. Alfaro dice que todos se conocían, nadie cerraba su puerta, y el parque más cercano era el sitio de los domingos para los adolescentes y las familias, el lugar donde compartían risas, hacían parrilladas y mostraban con orgullo sus recién lavados coches.

Ahora, las cosas son distintas. La puerta de la casa de Alfaro siempre está cerrada con llave. El ulular de la sirena de la policía la pone tensa, preocupada como vive, por la seguridad de sus hijos. Alfaro, madre de cinco jóvenes y abuela de una pequeña bebé, no sabe cuándo ni por qué cambiaron las cosas, sólo sabe que así fue. En el fondo, asegura, están las pandillas de Salinas. Como madre soltera trabajadora, siente que hay poco que pueda hacer por mantener a sus hijos alejados de la violencia. Sin el apoyo de un padre, Alfaro tiene que trabajar tiempo completo, en vez de quedarse en casa con sus hijos.

A pesar de ser una chicana con confianza en sí misma, Alfaro considera que su ejemplo como proveedora es uno de fracaso, porque mientras ella trabajaba de tiempo completo, no había nadie en casa con sus chicos. "Yo era la que ganaba el pan, no su mamá, debí haber estado ahí", dice.

Si lo pudiera hacer otra vez, dice que pediría asistencia social, que preferiría la pobreza a una familia fracturada.

Al menos dos de los cinco hijos de Alfaro son miembros de pandillas norteñas. Tres han entrado y salido de la cárcel juvenil y uno estuvo en la cárcel del condado. Al igual que muchas madres en su posición, ella está consciente de los estilos de vida de sus hijos, pero se muestra reacia a admitirlo.

"Si no lo digo, lo hace parecer menos real", se dice a sí misma.

La negación es un poderoso factor en el ascenso de las pandillas de Salinas. De hecho, es cosa común, dice Antonio Avalos, un ex pandillero sureño que actualmente está a cargo de Barrios Unidos, un grupo de prevención del pandillerismo en el este de Salinas. Y Avalos es honesto sobre
sí mismo.

"Mi hermano mayor solía estar con un grupo de amigos e iniciaron el primer grupo sureño en Salinas –MBL [Maderos Batos Locos]", dice Avalos en su suave habla, mezcla de español e inglés. "Solían cotorrear aquí en la esquina de Madeira y Market. Sólo por ser su hermano menor y porque todos mis amigos se juntaban por aquí, nos volvimos parte de la pandilla también".

Avalos nació y creció en la colonia Orizaba, de Mexicali; llegó a Estados Unidos a los 11 años, cuando un coyote trajo a su madre y sus siete niños a Salinas. Aquí, durante el día, su madre recogía vegetales, mientras Antonio luchaba por encajar, sin lograr entender sus clases en inglés en la secundaria. La familia se cambió de un departamento pequeño a otro departamento pequeño, recuerda, donde se apretujaban ocho cuerpos en un espacio para uno.

Uno de estos departamentos está a unas cuadras de su oficina de Barrios Unidos, en la calle de Hebbron. La oficina está a una corta caminata de la intersección donde las pandillas de Salinas se establecieron primero.

Salinas es único, porque lo que algún día fueron peleas a puñetazos entre pequeñas pandillas callejeras hizo erupción y se tornó en guerra sin fin entre pandillas latinas que se identifican como norteñas o sureñas. Los norteños y sureños de las calles están vinculados a –y a veces controlados por– las pandillas carcelarias de mala fama: Nuestra Familia y Mexican Mafia.

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En la intersección de Madeira y la calle East Market, hay un par de puestos al aire libre. En el pasado, había pequeños puestos de fruta salpicados por todo el barrio. Fue aquí, dicen muchos, donde comenzaron las primeras pandillas.


El valle de Salinas, territorio de Steinbeck, y lugar
donde César Chávez inició su batalla por
los derechos de los jornaleros

En los cincuenta, los puestos de fruta estaban en una zona desincorporada de Salinas conocida como el Distrito Alisal. Era una mezcla de casuchas, calles sin pavimentar y viviendas temporales para los jornaleros agrícolas de Salinas, quienes eran blancos pobres, filipinos, inmigrantes mexicanos y mexicanoamericanos. En aquellas esquinas, emergió un grupo de jóvenes. La mayoría de las veces se juntaban, tomaban, se ponían broncos y peleaban. Se les conocía como los Fruit Standers.

Los Fruit Standers eran mucho más que una vivaz mezcla de fanfarrones, borrachos y peleoneros. Fueron los primeros de lo que ahora se clasifica como una pandilla cultural.

Las pandillas culturales, dice Antonio Avalos, son específicas de una región y normalmente están organizadas a través de la historia, el idioma, la etnicidad y la experiencia colectiva. Las pandillas callejeras, las que muchas veces se adjudican como propias una cuadra o un barrio, son pandillas culturales, dice Avalos. Las peleas entre las pandillas culturales suelen estallar por motivos relacionados con el respeto y la reputación. Muchas veces, estas pandillas son apenas poco más que un grupo de amigos organizados a quienes se suman los chavos del barrio, si bien con tendencias violentas. Las pandillas culturales se diferencian de las pandillas industriales, como Mexican Mafia, dice Avalos, porque las segundas son empresas organizadas hacedoras de dinero, que primordialmente dependen del tráfico de drogas y armas.


Noche de sábado, noche de tiroteo. Muchas veces
estos crímenes no son denunciados porque las
víctimas no quieren arriesgarse a que la policía
las interrogue en el hospital

En 1975 se formó la primera pandilla callejera norteña, Salinas East Marqueta o SEM, una pandilla cultural muy parecida a los Fruit Standers. Uno de los fundadores fue Armando Rico Frías.

"Cuando nos juntamos por primera vez, en SEM, era por protección, por unidad, para defendernos de las injusticias que se cometían contra nosotros", dice Frías.

Hijo de jornaleros agrícolas migrantes de Michoacán, Frías dice que SEM fue formado por siete jóvenes mexicanoamericanos para protegerse de los de fuera del pueblo, que se ensañaban contra los locales de Salinas.

SEM creció hasta reunir más de 100 miembros y hoy es reconocida por la comunidad y las fuerzas del orden locales como la más vieja y más grande pandilla norteña en Salinas.

Como miembro de una pandilla, Frías dice que creía que no iba a llegar a los 25 años. Padre de dos niños a los 18, estaba convencido de que sus hijos iban a crecer sin padre. No quería que se quedaran indefensos en su ausencia, así que les enseñó a ser como él, a ser un semeño, un norteño, un pandillero.

"Para mí estaba bien enseñarles", dice Frías. "De veras creía que iban a crecer sin padre y quería asegurarme de que aprendieran a sobrevivir, y eso quería decir que si iban a ser violentos, iban a ser violentos. Si iban a vender drogas, iban a vender drogas".

Frías recuerda que trató de enderezar su vida tras una de sus primeras sentencias de cárcel. Trató de trabajar en los campos de cultivo, pero era más fácil vender marihuana y metanfetaminas; en unas pocas horas en la calle ganaba más de lo que podía tras un duro día de trabajo en el campo. Así que vender drogas fue lo que hizo.

Veinte años después, Frías trabaja ocasionalmente en Barrios Unidos, con Antonio Avalos, enseñándole a los chavos por qué tienen que mantenerse fuera de las pandillas y les da una figura adulta, en ausencia de los padres trabajadores. A pesar de que sus conexiones con las pandillas no han quedado muy atrás, hoy Frías puede sonreír al pensar en lo lejos que él y Avalos han llegado.

En los tiempos en los que ambos eran pandilleros, los amigos norteños de Frías querían matar a Avalos. Una vez, en una fiesta, estuvieron cerca de tenderle una emboscada. Le pasaron el pitazo a Avalos, y éste partió antes de que se desatara la violencia.

No todos fueron tan suertudos. En el invierno de 1990, hubo otra fiesta. Antonio Avalos no fue, pero la recuerda. Su amigo Jesús Montalvo, sureño como él y miembro de Maderos Batos Locos, estaba ahí. A Montalvo, conocido como Gordo, le gustaba irse de fiesta y esa noche no fue distinta.

Gordo se vistió muy bien esa noche, recuerda Avalos –una linda camisa, bonitos zapatos y pantalones elegantes. La noche del viernes era de reventón. Gordo se emborrachó y no está claro qué ocurrió después. Avalos dice que hay muchas historias distintas, ninguna de las cuales le interesa saber. Sin embargo, a Gordo lo sedujeron para alejarlo de la fiesta; un par de norteños lo invitaron a dar un paseo. Normalmente, esto provocaría sospechas, pero Montalvo era distinto, explica Avalos. Por más encarnizada que fuera la lucha entre sureños y norteños, siempre había excepciones, hombres y mujeres que estaban de un lado pero eran amigos de ambos. Gordo era una de esas excepciones, según Avalos. Así que cuando Montalvo aceptó la invitación, probablemente no le dio vueltas. No era la primera vez que daba un paseo con norteños.

Esa noche, Montalvo fue llevado fuera de Salinas, al pie de las montañas, y asesinado.

Avalos dice que a la mañana siguiente, temprano, fueron a despertarlo algunos de sus homies [carnales del barrio]. Le dijeron: "Gordo nos dejó". Al principio, Avalos no pensó nada al respecto, como si simplemente se hubiera ido a algún lugar. Lo repitieron: "Gordo nos dejó". Entonces, dice Avalos, comprendió.

Cuando el cuerpo de Gordo fue encontrado, su nariz y dedo pulgar habían sido mochados. Su pecho y espalda había sido apuñalados múltiples veces, supuestamente con un juego de cuchillos de cocina. Montalvo se desangró en las faldas de las montañas de Salinas.


Jornalero mexicano

"¿Quería que atraparan a los tipos que mataron a Gordo? Quizá", dice un solemne Avalos. "Pero no serviría de nada. Digo, Gordo está muerto –está muerto. Yo quería a Gordo y aún lo quiero, y no hay nada que nadie pueda hacer para traerlo de regreso".

Debido a que Gordo era un miembro querido de Maderos Batos Locos, se esperaba una venganza. Pero Avalos, que era un líder fuera de lo común, impidió a la pandilla regresar el golpe.

"Estábamos sentados, haciendo planes, y les dije a mis homeboys [carnales del barrio], ‘de veras, si hacemos esto, algunos de nosotros vamos a morir’", dice Avalos. "Ves, a mis amigos no les importaba si morían. Luego luego dijeron, ‘no nos importa’. Les dije, ‘a mí sí me importa, yo los quiero... hemos sido amigos desde que era chavito y realmente he perdido a demasiados como para seguir".

Poco más de un año después de la muerte de Jesús Montalvo, Antonio Avalos se convirtió en el padre de un niño. Lo nombró Jesús.

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Las tardes en el lado este normalmente encuentran a Antonio Avalos en Barrios Unidos, a pesar de que este mexicano se las ve duras. Cuida y mantiene a ocho niños, se esfuerza por publicar una revista local dirigida a la juventud, lleva a cabo presentaciones en español sobre pandillas para padres migrantes mexicanos, y asiste a las reuniones comunitarias como una voz razonable entre toda la histeria, miedo y malentendidos. Y aún así logra tener tiempo para los chavos de Barrios Unidos.

Para los chavos, él es uno de ellos. Sabe lo que es ser hijo de un inmigrante, no encajar con los chicanos porque no nació aquí. Sabe la tentación que ejercen las pandillas sobre los jóvenes, hombres y mujeres. Por eso, Barrios Unidos se enfoca a los niños y, como señala, trabaja para prevenir que, para empezar, se unan a las pandillas.

"Ahora, los chavos se clasifican en sureños o norteños por los lugares que frecuentan, por quiénes son sus hermanos, por sus parientes y por el tipo de ropa que usan", explica Avalos. "Antes, casi todos los que hablaban en español eran sureños; o sea, no importaba de dónde venías, si hablabas español, eras un sureño".


Norteños. Ella hace el "uno" y su amigo el "cuatro".
Dado que la N es la catorceava letra del alfabeto,
los norteños usan esa cifra para sus señas y sus graffiti
en todo el norte de California. Los sureños,
en contraparte, usan el 13, por la letra M, que
representa a la Mexican Mafia, también conocida como La Eme

Pero el distanciamiento de los mexicanoamericanos –chicanos– de los mexicanos nativos no es una cosa del pasado, dice Evelyn Gracia, quien trabajó como defensora juvenil en el Programa de Educación Migrante del Condado de Monterey.

"La gente chicana de aquí, nació y creció aquí, y no entienden a la gente que llega de México", explica Gracia. "Los jóvenes te dirán ‘pues no son como nosotros’. Pero los jóvenes de México llegan y tienen broncas con eso. ‘Queremos pertenecer. Ustedes no nos quieren, pero aún así estamos aquí’. Y ahí es cuando comienza la guerra".

Parece trivial pero es la verdad de Salinas, dice Gracia.

Esa diferencia significa todo para las bandas latinas de Salinas, que mantienen a su ciudad en un constante estado de sitio pandillero. Prácticamente en cada visita a Barrios Unidos se conoce la noticia de otro tiroteo o pelea entre pandillas. Aún corre la sangre, y como director de Barrios Unidos, Avalos aún tiene la esperanza de mediar una paz. Pero en Salinas la paz es frágil.

En un reciente fin de semana, tres personas fueron asesinadas; la cuenta de homicidios del año llegó a 19. El primero en morir fue Eduardo Vallecillo, de 17 años, un asiduo de Barrios Unidos. Menos de 48 horas después, un chavo de 20 años fue asesinado en una fiesta en la madrugada del domingo. La policía dice que el asesinato estaba relacionado con las pandillas, y si bien hubo más de 100 testigos, nadie se ha presentado a declarar.

Con testigos o sin ellos, la matanza en Salinas continúa.

Colaboraron en este reportaje: Nada Behziz, Justin Kane, David Montero, Michael Chandler, Marlena Telvick, Mara Reynolds, Oriana Zill de Granados y estudiantes del seminario sobre periodismo de investigación de Lowell Bergman en la UC Berkeley Graduate School of Journalism.

(Traducción: Tania Molina Ramírez)

*Center for Investigative Reporting / Centro de Periodismo de Investigación.