313 ° DOMINGO 21 DE DICIEMBRE DE 2003
 Testimonios del 10 de junio
"Amontonaban 
los cuerpos
como si fueran animalitos"

Emiliano Monge Garcia

Han pasado más de 30 años de la matanza del 10 de junio de 1971 y siguen acumulándose los relatos y las pruebas de la complicidad oficial en aquel trágico acontecimiento que marcó de manera indeleble la vida del país.
Presentamos las vivencias de doctores y enfermeras del hospital Rubén Leñero que atendieron a decenas de manifestantes heridos ese día y que fueron testigos de cómo se los llevaron para matarlos

Fotografía: Enrique Bordes MangelEl 10 de junio de 1971 no sólo es una de las fechas que quebraron la historia colectiva de México. Ese día también se rompieron las formas tradicionales de actuar de la clase política y de sus opositores. Significó un vuelco en el uso de la violencia; se pasó de la legalidad a la ilegalidad; el Estado pasó por encima del estado de derecho. El uso sistemático de las desapariciones y la eliminación de los disidentes volvió ilegítima e ilegal el uso de la violencia por parte del Estado.

El inicio de la guerra sucia fue el primer paso del régimen político hacia su propia destrucción. En el momento en el que desaparece a sus enemigos, en lugar de juzgarlos, arrasa con el pacto social establecido y con la ley. Si antes reconocía al otro como adversario, compraba líderes, infiltraba, creaba caciques, a partir de la desaparición forzada destruye el espacio de la contienda política. Con la guerra sucia comienza la lenta erosión del poder político. Así, los enemigos del régimen se ven obligados a insertarse en la clandestinidad.

Reconocer este cambio es impostergable para la historia de nuestro país. Situarla en el lugar que se merecen los crímenes contra la humanidad. Los grupos paramilitares encargados de la guerra sucia deben ser juzgados por la historia junto con los gobernantes que la ordenaron.

La actuación de Los Halcones es un vuelco en la historia política de México. Hubo gente que los miró de cerca, que durante años calló por miedo, pero que ahora se ha resuelto a hablar. Estas personas no fueron sujetos de la represión, pero vivieron su furia de manera accidental. Y la recuerdan con estremecimiento, pues destruyó su cotidianeidad. Los hechos que quedan en su memoria aparecen como el relámpago del que hablaba Walter Benjamin, que ilumina por un instante el oscuro entramado de algo que pretendía quedar en la noche. Son historias que se vuelven Historia.

Las voces que se presentan a continuación son del personal médico y de enfermería, hoy casi todos jubilados, del hospital Rubén Leñero, adonde llegaron los participantes de la manifestación del 10 de junio. Son sólo fragmentos de algo que ya eran fragmentos, pero así es la memoria.

Doctor Alfonso Herrera Franlluti, jefe de guardia del hospital Rubén Leñero.

Mi guardia era de ocho de la noche a ocho de la mañana. Cuando llegué, el hospital ya estaba lleno de heridos y muertos. Rumbo al elevador me pararon con una metralleta unos hombres y me preguntaron: "¿Dónde está el Zócalo?"; yo les respondí: "¿Qué Zócalo?" Me volvieron a preguntar: !No te hagas tarugo, ¿dónde está?" Zócalo era el nombre que le daban a uno de los que estaba entre los heridos. Luego fueron a terapia intensiva, y ahí lo buscaron, hasta que uno dijo: "¡Aquí está!" Era un tipo con una sonda, tenía un balazo, una herida intratorásica. Después supe que había ingresado vestido de civil.

Creo que han de haber llegado unos 200 heridos… eso calculo. Cuando uno moría, yo llenaba el acta y la llevaba al Ministerio Público. "Tenemos indicaciones de no recibir actas", me dijo el encargado. "Pero yo no, le contesté, así que ahí se las dejo". 

A los muertos y a los heridos se los llevaron los militares, entraron con camionetas al estacionamiento y los subieron. Luego algo pasó porque los regresaron. El doctor Pérez de Tejada (director del hospital y médico militar) fue por ellos al Campo Militar Número Uno. Y entonces el problema fue justificar que acababan de morir, por lo que se repartieron los cuerpos en quirófanos, en terapia, otros en alguna sala y así.

Doctor Cuauhtémoc (no quiso dar apellidos).

El 10 de junio yo estaba haciendo guardia en el hospital de Balbuena. Ese día nos trajeron aquí (al Rubén Leñero). Nos dijeron: "No se van a dar abasto allá los médicos". Yo llegué al quirófano y me acuerdo que ni nos pudimos lavar: "Andenle, entren que se está yendo uno". Estaba con el doctor Héctor Zamorano, operando, cuando llegaron unos y se metieron en la sala diciendo: "¡Este es un hijo de la chingada!", y que nos avientan y… tras, tras, tras... Me impresionó tanto que aún no lo puedo olvidar.

(En la siguiente parte de la entrevista también participa el doctor Humberto. Tampoco quiso dar apellidos.)

En la noche entró un carro del Ejército; entró por donde las ambulancias. Abrieron las redilas de atrás y metieron a los muertos. También iban muchos heridos y todavía se oyeron balazos. Aventaban los cuerpos como leños. Teníamos tanto miedo que ni podíamos hablar. Nos amenazaban con las armas. El hospital se llenó de ellos (Los Halcones), estaban por todos lados, en los techos y las ventanas.

El doctor Humberto cierra el comentario: Los Halcones vestían de civil, con tenis blancos; luego llegaron soldados que venían de verde… se veía que se conocían.

Enfermera Consuelo Velázquez Medina.

Del 71 recuerdo que venía la gente a esconderse, no sé qué chisme hubo allí afuera pero entraban espantados y aquí los venían a agarrar. Yo escondí a un muchacho en la sala de maternidad. Vino el estudiante y me dijo: "Escóndame, señorita". Le pusimos su camisón, lo rasuramos y lo metimos en una cama. Los fulanos andaban preguntando y moviendo todo. Teníamos mucho miedo de que los fueran a encontrar porque a los que agarraban los bajaban y los empujaban con una vara por la espalda. Esa noche tuvimos que acostar a los enfermos en el suelo porque aventaban balas por las ventanas. Ya en la madrugada, sacaron estudiantes en camionetas mientras nosotros sacábamos a otros en las ambulancias.

Enfermera Jovita Pérez Vázquez.

Me acuerdo cuando estábamos en el quirófano. Los doctores estaban operando a un muchacho y se metieron unos de ésos (agresores) y con la punta del rifle empezaron a picar al que estábamos operando, y a la doctora la quitaron y no la dejaron que siguiera con su operación. Después vimos cómo venían las marinas –que son las que revisan a los pacientes–. Había una sala hasta atrás que era para poner yesos, todas nos metimos ahí, con mucho miedo, para escondernos. Cuando entramos, eso estaba atascado de muertos. Era un cuartito, haz de cuenta, como la mitad de éste (de no más de cuatro por cuatro metros), había muertos encima de otros, como si fueran animalitos, nomás echados ahí unos sobre otros.