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México D.F. Viernes 26 de diciembre de 2003

El ex consejero electoral presenta su libro La transición votada, editado por el FCE

La democracia no ha trascendido su origen electoral: Mauricio Merino

El pasado ha aprendido a convivir con el presente sin ruptura, afirma el investigador

MIREYA CUELLAR

La de México ha sido una transición concentrada, casi exclusivamente, en los asuntos electorales. No ha producido un pacto fundacional ni otro destinado a afianzar la gobernabilidad democrática ni se ha ocupado de la reforma de las instituciones políticas para acoplarlas a los nuevos signos de la pluralidad partidaria. Ha sido, por tanto, una transición votada, señala el ex consejero electoral Mauricio Merino en La transición votada, libro que el Fondo de Cultura Económica (FCE) ha puesto en circulación.

Así, la pluralidad generada a fuerza de votos convive con instituciones del régimen presidencialista, mientras que el sistema de partidos se debate entre las viejas tensiones por la conquista de votos y las nuevas exigencias de la gobernabilidad democrática.

En los años recientes, dice Merino, los acuerdos políticos se cifraron en la apertura de los procesos electorales y en el refuerzo de las instituciones responsables de llevarlos a buen puerto, pero no se propusieron una transformación mayor en el resto del entramado institucional. Este proceso ha fortalecido el sistema de partidos, pero lo cierto es que la democracia mexicana no ha trascendido su origen electoral.

En el texto, Merino hace la comparación entre los procesos de transición clásicos y el mexicano. Por ejemplo, dice, la mexicana no ha sido una transición pactada entre las elites que han buscado el poder; sus acuerdos se han limitado, en el mejor de los casos, a las reformas electorales.

Es decir, no hubo un pacto fundacional que abriera la puerta a la democratización ni un conflicto de origen que obligara a los actores políticos a celebrar acuerdos decisivos. Tampoco ha habido una ruptura con el régimen anterior, una nueva institucionalidad o inclusive una crisis de legitimidad que haya obligado al partido hegemónico a abandonar la plaza en definitiva, como ha ocurrido en otros países.

Ello quiere decir que, con la excepción de las instituciones electorales -en las que sí puede identificarse un antes y un después-, el cambio político de México ha sido un proceso en el que los liderazgos anteriores comenzaron a convivir con las nuevas dirigencias derivadas de su oposición.

Por tanto, las instituciones políticas se han mantenido intactas y de ahí que el pasado haya aprendido a convivir con el presente.

La transición en México "ha consistido en un proceso gradual de incorporación y ajuste mutuo. El PRI dejó de ser el partido hegemónico, perdió la Presidencia y muchas otras plazas de poder político, pero sigue siendo el partido con más votos acumulados y sigue conservando la mayor parte de los puestos de elección popular. Esto no ha ocurrido en otros países. La transición en México no ha supuesto una ruptura sino una apertura hacia la pluralidad".

La tercera diferencia con otras transiciones ha consistido en que la de México no ha supuesto el diseño de una nueva institucionalidad -salvo la electoral-, sino la recuperación de las instituciones que ya existían en la Constitución, pero que se hallaban claramente subordinadas al aparato del partido hegemónico. Desde el punto de vista institucional, la transición mexicana ha recuperado más que transformado.

Todos estos datos, apunta, son suficientes para explicar por qué la transición mexicana a la democracia no está comenzando, sino que ya ha cerrado un ciclo; ha seguido un patrón basado en la apertura, la recuperación de instituciones y, lo más evidente, en la vía de los votos.

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