Gabriela Rodríguez

Inocentes de Acteal

A partir del siglo IV el 28 de diciembre se conmemora la matanza que hubo en Belén de todos los niños menores de dos años, ordenada por Herodes dado su temor de ser desplazado por el Mesías: el rey de reyes que vendría a cambiar todas las leyes y a remover el corazón humano. Se trata de un mito evangélico, de un "bautismo de sangre" que se ha convertido en la masacre emblemática de inocentes, semejante a toda matanza por mantener el poder.

Nuestros últimos santos inocentes fueron 19 mujeres indígenas, 4 de ellas embarazadas, 8 hombres, 14 niñas y 4 niños, asesinados mientras rezaban el 22 de diciembre de 1997. Hoy sabemos que Herodes todavía reina entre los hombres: en la clase política mexicana orquestó la ofensiva desde el Estado y sigue atrás de los grupos paramilitares: ya en el paraíso pospresidencial, ya en el partido derrotado, ya en el Congreso de la Unión. Con impunidad no enfrenta a Jesús, sino al corazón tzotzil, quien escapó a su espada para llorar a sus hermanos muertos, para exigir justicia, para mantener una lucha por la dignidad.

En estos días hay que recordar también a otra figura emblemática cristiana que se opone a la fortaleza viril de Herodes. La Virgen María, con menos poder que Dios y más poder que los hombres, y que, como toda santa, fue mujer que vivió antes en la Tierra. El símbolo femenino de la Virgen-madre se impondrá en Mesoamérica como parte de las estrategias de conquista, pero también como recurso para sostener las tensiones de la pobreza, referente para el consuelo y la esperanza. Movimientos contradictorios rodean la figura de la Virgen de Guadalupe. Para aspirar a la dignificación de indios y criollos frente a la corona española se creó una imagen mítica propia y al mismo tiempo un medio para tomar la sustancia espiritual de España y hacer una nación independiente. Mimetismo frente a las creencias españolas y embrión de una contracultura que desarrollara una conciencia nacional mexicana, resulta en esa fusión sincrética de Tonantzin, reinterpretada como Virgen europea, pero pintada en el ayatl de un indio.

Ha sido referente identitario del pueblo mexicano y representa, tal como otras deidades mesoamericanas, un perfil ambivalente a quien se admira y se compadece, en palabras de Octavio Paz: "Tonantzin/Guadalupe fue la respuesta de la imaginación a la situación de orfandad en que dejó a los indios la conquista... Para los criollos la virgen morena representó la posibilidad de enraizar en la tierra de Anáhuac. En la imaginación de los mestizos ella tiene una réplica infernal: la Chingada. La madre violada, abierta al mundo exterior, desgarrada por la conquista; la Madre virgen, cerrada, invulnerable y que encierra en sus entrañas a un hijo."

Montada en una cultura politeísta, los indios mexicanos posicionan a la Virgen de Guadalupe como diosa, a la misma altura de Cristo y de los santos patronos. Por eso es muy transgresora, porque subvierte la supremacía del poder masculino. Ella fue más tarde símbolo y estandarte de Hidalgo en el levantamiento de Independencia, enarbolada en ese mismo movimiento por Morelos y por Rayón, patrona de la nación para Iturbide, acompañante de las fuerzas revolucionarias en las gestas armadas de la Revolución Mexicana, emblema del levantamiento cristero que se opuso a los gobiernos posrevolucionarios.

Al terminar el proclamado Año de los Derechos Políticos de las Mujeres Mexicanas y ante desconcertantes amenazas del Ejecutivo y del Congreso contra el ejercicio de los derechos económicos, sociales y culturales, los inocentes mexicanos no se dejan engañar. Mujeres indígenas que "no aguantan más" recuperan a la Virgen de Guadalupe como símbolo de resistencia, desde las filas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional razonaba una mujer centenaria "la virgen hecha soldado defiende su dignidad morena para estar con sus hijos, con quienes la tristeza le duele menos".