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México D.F. Sábado 27 de diciembre de 2003

Alfredo C. Villeda

Bioterrorismo

El paludismo, conocido en la antigüedad como "la enfermedad de las charcas", y la gangrena no significan nada frente a la peste. En 1344, los mongoles sitian la ciudad de Kaffa, hoy Fedossia, controlada por los genoveses, sobre la costa oriental de Crimea. Después de tres años de cerco, cuando el acoso está a punto de fracasar, la muerte negra llega oculta en caravanas de mercaderes. Los caídos, entonces, se convierten en armas y son catapultados por sus propios compañeros sobre las murallas para que "el hedor insoportable" acabara con los enemigos. El mando mongol no sabe, por supuesto, que son las pulgas y los piojos los transmisores del bacilo Yersinia pestis, presente en todos los cadáveres, los que van a expandir la enfermedad entre los sitiados. Tampoco se da cuenta de la catástrofe bacteriológica que ha desatado, porque los infectados huyen y de puerto en puerto dejan su mensaje mortal, que se multiplica sin respiro, y al final del Medioevo cobra la vida de 25 millones de personas, la tercera parte de la Europa de la época. La peste, como 660 años después el síndrome respiratorio agudo, también llegó de China.

En un libro pleno en anécdotas, citas históricas y puntual seguimiento del tema, L'ennemi invisible: le bioterrorisme (editorial Balland), Pierre Kohler lleva al lector por los pantanos, las barricadas y las montañas en las que las plagas, los virus y bacilos pasaron de eternos acompañantes del ser humano a sofisticadas armas, cultivadas y "perfeccionadas" para dar muerte al enemigo. Idea ésta de atacar con enfermedades que se remonta a la antigüedad, mucho antes del descubrimiento de bacterias, y que en nuestro incipiente siglo XXI ya cuenta con ejemplos, como el misterioso gas que utilizó la policía especial rusa para "liberar" a los rehenes del teatro de Moscú, en octubre de 2002; la alerta de ántrax en Estados Unidos, en presunta represalia por la invasión a Afganistán despúes del 11 de septiembre de 2001; la sicosis por una eventual agresión iraquí, que jamás tuvo lugar, con armas bioquímicas contra los invasores angloestadunidenses en 2003, y ahora la creciente sospecha de que el agente causante de la neumonía atípica, originado en China, en realidad fue sembrado.

De acuerdo con el Protocolo de Génova, firmado el 17 de junio de 1925 por 40 Estados, queda prohibido en guerras el uso de gases asfixiantes, tóxicos o similares así como el empleo de medios bacteriológicos. A la fecha 134 países han suscrito el documento y dos convenciones lo han reforzado. Aun así, frente a los abusos y transgresiones documentados en Vietnam, los Balcanes, el Golfo Pérsico, Afganistán e Irak de nuevo, con los famosos "daños colaterales", "fuego amigo" e "invasión humanitaria", con los llamados a la jihad de un lado y a la "guerra contra el mal" del otro, es obvio que los acuerdos internacionales sólo representan un modelo de buen comportamiento inviable en época de conflicto.

La sicosis crece debido a las lecciones de la historia. La célebre gripa española, la influenza detectada en 1918, ofrece un adelanto de lo que sería un ataque bacteriológico a gran escala. Con 22 millones de muertos en el mundo, esta epidemia cobró más víctimas, civiles y militares juntos, que los cuatro años de la Primera Guerra Mundial. Si esa pandemia tuvo un gran efecto, devastador, el virus de la viruela, desde el punto de vista de un conflicto armado, se considera todavía más peligroso. De hecho fue la primera enfermadad infecciosa erradicada del planeta, en 1979, si bien es "una victoria que -como explica Pierre Kolher en Historia, revista francesa con nombre español- aparece hoy como un riesgo". ƑPor qué? Porque se detuvo la vacunación contra ese mal, cuyo virus sólo existe ahora cultivado en dos laboratorios: uno en Atlanta, Estados Unidos, y otro en Koltsovo, Rusia... de forma oficial.

En estos tiempos de coronavirus y terror colectivo no está de más acudir a algunas grandes obras en la materia: Diario del año de la peste, de Daniel Defoe; La peste, de Albert Camus, y Opus Nigrum, de Marguerite Yourcenar. Y si bien ya algunos expertos llamaron a no desatar el pánico porque el famoso SARS nada tiene que ver con la peste, es oportuno recordar que precisamente Camus no exageraba cuando planteó, en su ensayo El mito de Sísifo, que no hay problema filosófico más serio que el suicidio. ƑQué pasa con esta especie, homo sapiens, que no ceja en atentar contra ella misma?

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