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México D.F. Sábado 27 de diciembre de 2003

Aristide echa mano hasta del vudú contra opositores

Cobran fuerza las protestas para que el presidente de Haití deje el cargo

BLANCHE PETRICH

Convencido de que la ola de protestas contra su gobierno empañará las pretendidas celebraciones de manteles largos para conmemorar el bicentenario de la fundación de la primera república negra del mundo, y la primera nación independiente del hemisferio americano, el presidente de Haití, Jean-Bertrand Aristide, descrito por un antiguo amigo como "un hombre seducido por la pasión del poder absoluto", convocó urgentemente a su gabinete el 12 de diciembre, en Palacio Nacional. Por la red de internautas Haitianpolitics trascendió un documento con el bosquejo de un plan de acción redactado en el cónclave de aquella noche para ahogar el creciente grito popular que exige, ya sin atenuantes, la dimisión del mandatario que, a medio camino de su periodo sexenal, parece tocar fondo en su crisis.

La operación fue bautizada Siklon pou 2004 ka bon. Se trataría de impedir a cualquier precio toda manifestación opositora en las calles de la capital, en particular en las inmediaciones del Campo Marte (donde se erige la sede del Ejecutivo) y la zona de Raboteau utilizando "todos los medios posibles", desde la fuerza pública, la violencia de los chimiers -grupos de choque cercanos al oficial Partido Lavalás, fuertehaiti_unrest_bd6mente armados y reclutados entre los jóvenes y niños de los interminables barrios de miseria del país- hasta la censura de prensa, los atentados personalizados dirigidos a "retirar de la escena" algunas cabezas visibles del masivo movimiento antiaristidista e inclusive echar mano de los recursos del vudú y la magia negra, prácticas extendidas, para reducir al máximo la capacidad de acción de las fuerzas opositoras.

Antes de que se pudiera confirmar la veracidad del plan, los hechos ocurridos en los días siguientes dieron cuenta del cumplimiento puntual del operativo: el 22 de diciembre fue reprimida violentamente una manifestación en la capital, que marchaba justamente hacia Raboteau cantando y danzando al compás de varios músicos de moda, como Boukan Eksperyans; otros hechos similares se reprodujeron en el interior, donde el eco que exige la renuncia de Aristide replica con fuerza. Apenas el día 11 había sido atacada otra marcha similar.

Otros objetivos del operativo son reducir al mínimo la capacidad de transmisión de las radioemisoras, venas vitales para la circulación de las ideas de la sociedad en pie contra Aristide; "bloquear" las universidades del país, y cerrar todos los accesos al palacio de gobierno. Eso último se cumple 24 horas al día con la vigilancia de turbas aristidistas concentradas para, según declaran, "defender al presidente constitucional".

Deterioro irreversible

Varios funcionarios del grupo cercano a Aristide han abandonado el barco en días recientes, acentuando el deterioro y el aislamiento del gobierno: la ministra de Educación, Marie-Carmele Austin, inclusive se ha sumado a las manifestaciones que exigen su renuncia. También han dimitido los titulares de Turismo y de Salud y el embajador en República Dominicana, además de dos influyentes senadores, Dany Toussaint y Prince Pierre Sonson, que abandonaron el Partido Lavalás denunciando "la demencia" del presidente y sus cercanos.

Pese al descontento organizado y generalizado que domina la escena, la jerarquía católica y la embajada de Estados Unidos se han manifestado en favor de sostener en la presidencia al enfurecido mandatario.

En noviembre, el arzobispo de Puerto Príncipe propuso la enésima plataforma mínima de negociación entre el régimen y las fuerzas opositoras, representadas principalmente por Convergencia Democrática y "las 184", coalición de organizaciones multisectoriales encabezadas por el empresario André Apaid.

Pero el día cinco de diciembre el régimen dio una prueba más del alcance de sus "promesas de negociar compromisos políticos" para resolver la crisis. Ese día un grupo de jóvenes fuertemente armados ingresó a la universidad de Puerto Príncipe y tomó las instalaciones. El rector, Pierre Marie-Paquiot, se apersonó de inmediato para mediar en el conflicto. A los pocos minutos fue sacado de ahí con ambas rodillas quebradas a garrotazos por sus interlocutores y desmayado por el dolor. Dos docenas de estudiantes y profesores también resultaron heridos. Parte del conflicto entre los universitarios y el presidente es que éste pretende cerrar la casa de estudios para fundar una nueva universidad privada, de su propiedad. En este caso fueron los temidos chimiers sus delegados.

Ante esa muestra de "buena voluntad" y con el antecedente del fracaso de al menos una docena de misiones previas de la Organización de Estados Americanos, que intentaron, sin lograrlo, sortear la crisis incubada con el fraude electoral de 2000, los distintos frentes opositores rechazaron sentarse nuevamente a la mesa de diálogo.

Sin embargo, el Departamento de Estado y su embajador en Haití, James Lafoy, avalan la propuesta del clero, aún después de las acciones represivas del 11 y 22 de diciembre, y se manifiestan en favor de la permanencia de Aristide hasta el fin de su mandato en 2006.

Esta crisis de gobernabilidad en Haití no es reciente. Hace tres años, y con más fuerza en los pasados dos meses, diversas capas de la sociedad han encontrado puntos de convergencia en un solo objetivo: quitar de la presidencia al decadente jefe de Lavalás y darle oportunidad al país de empezar otra vez la construcción de una democracia que nuevamente se vuelve a desmoronar.

Entre los dirigentes de las manifestaciones de hoy figuran muchos líderes y actores sociales que hace 15 años marchaban por todo el país bajo la consigna: "šAbajo Duvalier!" Hace 13 años lograron su sueño poniendo fin a la dictadura de los Duvalier y llevaron al poder a un joven cura teólogo, el propio Aristide, quien prometía una nueva época de esperanza para este país desgarrado por las tiranías y el saqueo colonial. Menos de un año duró el cura en la presidencia. Fue derrotado por un golpe militar consentido, si no es que apadrinado, por el gobierno de Bill Clinton, quien en una doble maniobra acogió en el exilio al mandatario depuesto. Al cabo de cuatro años, Washington decidió deshacerse del coronel golpista, Raoul Cedras, y reponer a Aristide en el poder mediante el desembarco de 20 mil marines en la depauperizada isla.

Cuando terminó su periodo presidencial detrás de los tanques estadunidenses, Aristide era otro hombre. Colgó la sotana y se casó con una joven del medio aristocrático, y al poco tiempo volvió a las lides políticas. En 2000 se volvió a sentar en la silla presidencial, después de elecciones fraudulentas.

Para muchos actores de las protestas populares, que agrupan a sindicatos, partidos políticos, periodistas, universitarios, cineastas, músicos, médicos, organizaciones campesinas, grupos de mujeres y de derechos humanos y todo un arcoiris de organizaciones no gubernamentales, se distingue "notablemente" de los frentes populares que en los años 80 dieron las grandes batallas contra la dictadura duvalierista, "por la gran articulación que hoy día tiene la sociedad civil", explica en un análisis la socióloga Susy Castor, del Centro de Estudios Cresfade y miembro del Partido Organización Política Lavalás, uno de los desgarramientos del partido original.

En efecto, hoy el clamor por la renuncia de Aristide parece incluir a sectores de todo tipo, incluido el empresarial, que ha participado de manera protagónica y decidida en las movilizaciones y la organización de frentes y plataformas para una transición. Una de estas plataformas, el grupo de los 184, anunció ayer, durante una manifestación, un ultimátum para la salida de Aristide del poder. Pasado este plazo, informó el vocero del grupo, el médico Ernest Harisson, será nombrado un gobierno paralelo.

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