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México D.F. Domingo 28 de diciembre de 2003

Guillermo Almeyra

Un año de enseñanzas

De este año salieron maltrechos muchos mitos. En primer lugar, el de la eterna solidez del neoliberalismo, al que hasta el Banco Mundial considera ahora herido de muerte. Como corolario de lo anterior, quedaron muy abolladas las tesis a lo Toni Negri según las cuales el imperio habría remplazado al imperialismo, habría un gobierno mundial de las trasnacionales, se habría acabado la disputa por la hegemonía entre las grandes potencias, y los estados y el uso de la fuerza para ocupar territorios ajenos serían cosa del pasado, al igual que la dialéctica, las clases y la idea de que el trabajo socialmente necesario es la fuente del valor de las mercancías. La invasión de Irak comprobó, en efecto, una vez más que el Estado es un instrumento indispensable para las trasnacionales (en este caso, petroleras y armamentistas), que la disputa por la hegemonía a escala mundial subsiste y se acrecienta, que la ocupación de los países donde están los recursos potencialmente cada vez más escasos sigue formando parte de la política imperialista y que no se puede entender ningún fenómeno si no se parte de la idea del conflicto.

También sufrió mucho la idea (que pretendieron vendernos) de un mundo unipolar y de la omnipotencia de Estados Unidos, no sólo por los conflictos entre éste y los demás bloques y naciones imperialistas (Unión Europea, Japón, Rusia), sino también por el impetuoso protagonismo chino, los fracasos de las cumbres y de la Organización Mundial de Comercio (que indican que Estados Unidos no puede imponer unilateralmente nada), y por la subsistencia del gobierno de Hugo Chávez en Venezuela y los resultados de las elecciones en los principales países suramericanos (desfavorables para los candidatos de Washington) y la crisis del panpriísmo, tan necesario para que el gobierno mexicano de los empresarios privatice la energía.

Igualmente tropezó de nuevo (por enésima vez) y de mal modo la idea de la unidad nacional y de que, en alianza con los capitalistas patrióticos, a los pueblos (perdón, Negri: a las multitudes...) los pueda sacar del pozo algún Salvador (Lula, Chávez, Kirchner, Lucio Gutiérrez o quien siga), comprobándose una vez más que el cambio de gobiernos es importante, pero secundario, si no se cambia el régimen, y con él, quién gobierna, para qué gobierna, cómo gobierna, construyendo un nuevo país económico y social sobre la base de la autorganización democrática y de la autogestión social generalizada que establezca otras prioridades y otros consumos.

De modo que nos encontramos ante un mundo que se caracteriza por la inestabilidad económica (la recuperación de Estados Unidos es aún frágil y la recesión mundial persiste), que verá acrecentarse la competencia por un mercado mundial limitado entre China y los otros competidores, y la Unión Europa y Estados Unidos. A esa inestabilidad se agrega la crisis de hegemonía de Estados Unidos y su derrota política y social en Irak, que le ha impedido afirmar su poder sometiendo a Irán, Siria y sus aliados. Y se añade la inestabilidad económica, social y política en Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Colombia y Centroamérica, y la fragilidad del poder panpriísta en México. Porque 2004 será el año del enfrentamiento social en todos esos países, ya que la derecha social tratará de ensanchar la brecha que existe entre la realidad de la política de Kirchner o Lula y sus declaraciones "populares" y, en el caso de Bolivia, de recuperar con una ofensiva desde las instituciones y el poder, golpeando a campesinos y cocaleros, el terreno perdido por las movilizaciones que echaron al Gringo Goni pero no al séquito de éste. Un triunfo del Frente Amplio-Encuentro Nacional en Uruguay, igualmente, volverá a proponer el enfrentamiento entre los votantes, que reclamarán soluciones y cambios, y Tabaré Vásquez, que querrá desempolvar el viejo edificio del Estado sin quitarle ni un ladrillo.

China y Europa tampoco conocerán estabilidad. La primera porque su propio crecimiento económico no lleva al desarrollo y agrava las diferencias entre los campesinos y los habitantes urbanos, entre las regiones pobres y las regiones costeñas, entre la etnia han y las minorías nacionales, entre el gobierno y la sociedad, y fortalece una poderosa burguesía privada, tecnocrática y estatal que aún no enfrenta a su oponente (que inevitablemente aparecerá), un movimiento obrero reivindicativo y organizado, contra ella y contra el poder. La segunda porque, para competir, debe acabar con las regulaciones sociales y, por consiguiente, perderá bases la política de la derecha berlusconiana, chiraquiana o socialdemócrata y crecerá la lucha por la autonomía, a nivel institucionalizado tipo País Vasco, Cataluña, Andalucía o Galicia o a nivel social (la autonomía y la autogestión juvenil urbana en todo el territorio, unida a la protesta social). El 2004 será, por lo tanto, todavía parte del siglo XX, que se niega a dejar espacio a un cambio social.

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