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México D.F. Domingo 28 de diciembre de 2003

Bárbara Jacobs

Lectura prohibida

Un día de desenfado, raro en él, Lunas nos contó que de joven había construido solo, con sus manos y sus sueños, una casa de campo. "Era de adobe", rio, aflojándose la corbata y destensando los brazos y las piernas. "Me tardé casi un año", admitió, para que, una vez terminada la cabaña, no la quisiera habitar. "Perdonen, chicos", nos confió; "pero ustedes son demasiado jóvenes para entender lo que es la insatisfacción''.

Jóvenes o no, debido a esas palabras se creó en nosotros lo que fácilmente reconocíamos como desasosiego. A Lunas le dio por dividirnos en grupos de seis, según juzgara cuál era nuestro interés principal. A mi grupo -el experimento duró mes, mes y medio-- le prohibió leer Bajo el volcán y todo lo que se relacionara con su autor, el desafortunado Malcolm Lowry. "Ustedes son más propensos que sus compañeros a reconocer el abismo ahí en donde el abismo florece", de donde se deducía la prohibición determinante.

Los seis leímos la novela y, para la siguiente cita con el profesor, teníamos una lista de preguntas que hacerle, un sinnúmero de comentarios y, más que nada, la descripción exacta de nuestros respectivos nudos en la garganta. ƑEra el autor su propio protagonista? ƑPor qué le cambió de nombre? Era bien sabido que Lowry no era hábil para construir personajes; sino que lo suyo consistía en ser capaz de congregar y montar un mosaico de experiencias. ƑEntonces? "ƑQué piensan ustedes de todo esto?", quiso saber Lunas. En aquellos años, sin duda tonterías; pero a mí me pareció un motivo central en la creación: ƑEs posible crear un personaje?

Hay una que otra teoría. La más socorrida sostiene que de muchos personajes reales se hace uno ficticio. Es decir, que tomas una característica de una persona y la unes a otras de otras y tu creación Frankestein resulta ser un personaje. Puede ser que sí, que así sea; pero también puede ser que no. Igual que mi maestro Lunas, me atreveré a sostener que no sé tanta literatura, ni tanto de literatura, para afirmar nada con certeza. Pero, muy aquí entre nous, Ƒqué pienso yo?

Lo primero, que es un tema sumamente delicado; y lo segundo, que me parece que aun el más "creado" de los personajes tiene algo del autor. Y a veces creo más valiente al autor que no se disfraza, que al que sí. Será porque doy igual valor creativo a la autobiografía, a la biografía, que a la ficción. La ficción ayuda; pero resta valor a quien se vale de ella para dar forma a sus tormentos particulares.

ƑQué diferencia habría en que el protagonista de Bajo el volcán se llamara Malcolm Lowry a que se llame Geoffrey Firmin, nombre que él mismo desprecia en las últimas páginas del libro para adoptar aún otro y, al hacerlo, enredarse todavía más en su tormento, en el absurdo de la culminación del desasosiego que le impide defenderse y que lo arroja a los pies del ultraje más despiadado imaginable? Malcolm Lowry no pudo huir de sí mismo parapetándose tras Geoffrey Firmin. Geoffrey Firmin se habría vulnerabilizado más en las manos de su autor si se hubiera llamado a sí mismo Malcolm, Malcolm Lowry.

ƑPor qué intentó Lunas impedirnos la lectura de Bajo el volcán? ƑSufría él de alcoholismo y temía que lo reconociéramos a él en el protagonista de la novela? ƑPor qué quiso alejarnos de la intensidad poética con que está escrito el libro? Ser alcohólico y tener la ilusión de que es posible dejar de serlo, es una ilusión y, como tal, ejerce poder en uno; pero, Ƒpoder posible o poder imposible? ƑUn alcohólico está condenado a serlo per omnia seculorum? Lowry estuvo bajo tratamiento siquiátrico en dos ocasiones; pero ninguna lo apartó de la escalera descendente que lo conducía inapelablemente hacia la profundidad del dolor, de la soledad irrompible por más manos que te tiendan para salir de ella, por más que una voz débil dentro de ti esté dispuesta a atender la ayuda y ayudarse.

De manera que una tarde de lluvia hice mi cita con la viuda y, no sin haberlo ensayado, le pregunté con el mayor tacto posible, si su esposo había sido alcohólico, si éste había sido su problema. "ƑPor qué quiere usted saber?", me preguntó a su vez, al tiempo que desdoblaba y doblaba una servilleta sobre su regazo. Inquieta, miraba de izquierda a derecha, como si quisiera asegurarse de que rastros, de lo que fuera que pudiera empañar el recuerdo de Lunas, no había. Pero mi pregunta no pretendía buscar pruebas que mancharan la memoria de Lunas porque, lo entendiéramos nosotros o los demás, o no lo entendiéramos nosotros ni los demás, el único sentimiento que se despertaría en mí, de confirmar que Lunas había sido alcohólico, habría sido el de la compasión. "No lea Bajo el volcán", me conminó la señora Lunas; "no se adentre en el horror." No bien pronunciaba la palabra "horror" cuando un rayo iluminó la casa y amenazó con incendiarla, como incendió la de Lowry una vez, o, de perdida, partirla en dos, en la persona y el personaje.

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