La Jornada Semanal,   domingo 28 de diciembre  del 2003        núm. 460
Gabriel Bernal Granados

Nocturno Moro

César Moro, personaje enigmático nacido en el Perú (19 de agosto de 1903), viajero y residente en Francia y México, homosexual confeso, pintor, poeta, hombre paradójicamente discreto y apasionado hasta el punto de una saciedad verosímil, renegó de su patria y de su lengua materna. Renegó incluso de su nombre de pila (Alfredo Quíspez Asín, el cual, admitámoslo, no carece de cierto don aristocrático criollo) para optar por uno más eufónico pero sobre todo más adecuado a su temperamento nocturno: César Moro. André Coyné, compañero de Moro en los últimos años de su exilio interior, en Lima, cuenta que el nombre fue descubierto en páginas de Ramón Gómez de la Serna, lo cual nunca dejó de "fregar" a Moro. Sin embargo, salta a la vista en una segunda inspección que éste encierra las dos mitades del medallón patricio inserto en el espíritu del poeta: su filiación occidental mediterránea por un lado, y por el otro su sensualidad arábigo-andaluza, transparentada en el color aceitunado de su frente.

En 1925, como lo documenta su amigo el poeta Emilio Adolfo Westphalen ("Sobre surrealismo y César Moro entre los surrealistas", en La Poesía los poemas los poetas, Universidad Iberoamericana, México, 1995), César Moro llega a Francia, y empieza su contacto con el movimiento poético surrealista. Se puede decir que con este encuentro decisivo en la vida del poeta peruano comienza el periodo perdurable de su obra. Aprende los postulados de la escritura automática y lo seduce la entretela revolucionaria, vital, de la teoría surrealista del sueño. Moro escribe poemas directamente en francés; su espíritu quiere propagarse en ese idioma. La "extranjerización" de su persona es en realidad un desasimiento geográfico, una estrategia: ser poeta o ciudadano del mundo requería de una forma suprema de olvido. El olvido de sí mismo.

El caso de Vallejo (otro César de la poesía peruana de los años vanguardistas) es distinto. Su amnesia se da en el territorio de un futuro consecuente con los giros de su propia lengua, rota. En la sección xlix de Trilce, Vallejo se confiesa:

Murmurando en inquietud cruzo,
el traje largo de sentir, los lunes
de la verdad.
Nadie me busca ni me reconoce,
y hasta yo he olvidado
de quién seré.
                                                     (1922)
La orfandad de uno y otro difiere. En Moro existe la firme voluntad de pertenecer, pese a una previsible bancarrota, al país de su afinidad electiva (París, el exilio, el sueño). En su carta de creencia hay algo de Nerval y de arrogancia: "Me voilà dans l’exil/ Parlant un langage de pierre/ Aux oreilles du vent." Más allá del silencio que le responde, nada parece importar. 

Marzo de 1938 (acompañado de Cretina, su tortuga); los hechos ocurren en México. Han quedado atrás los años parisinos de iniciación, más no la técnica. Cuenta la historia que Moro se enamoró de un joven militar mexicano de nombre "Antonio". El romance duró dos años, y el sufrimiento o el verdadero fruto quedó consignado en un libro de poemas que Moro tituló La tortuga ecuestre,1 con saña veladamente esopiana y en homenaje a su animal totémico.

En La tortuga ecuestre sobresalen la técnicas de la cita y el collage, como sutilísima liaison entre los universos verbal y pictórico de la mente de Moro. Por ejemplo, el primer poema de la serie, "Visión de pianos apolillados cayendo en ruinas", supera una metáfora plástica de Salvador Dalí (Seis apariciones de Lenin sobre un piano, 1933); y la crueldad sumada a la ternura para potenciar el significado poético más allá de los miembros de su ecuación retórica, trae a la memoria el primer periodo parisino de Luis Buñuel como director de cine: "El incesto representado por un señor de levita/ Recibe las felicitaciones del viento caliente del incesto/ Una rosa fatigada soporta un cadáver de pájaro.

César Moro fue un hijo de su tiempo, de la geografía y de un diálogo situado a la altura de su circunstancia. "Un inmenso campo baldío de hierbas y de pedruscos interpretables" y "Una mano sobre una cabeza decapitada" ("Batalla al borde de una catarata") parecen imágenes tomadas de un paisaje metafísico de Giorgio de Chirico. Y en el hacinamiento de palabras desordenadas caos previsto como por mandato de un recolector de basura que encuentra en los desperdicios de la vida cotidiana cifras de su propia vida y destino, hay reminiscencias de los collages surrealistas de Max Ernst. En "El olor y la mirada", precisamente, Moro recurre a la enumeración de una serie de factores aleatorios sin perder la brújula de su referente amoroso: "El olor fino solitario de tus axilas/ Un hacinamiento de coronas de paja y heno fresco cortado con dedos y asfódelos y piel fresca y galopes lejanos como perlas/ Tu olor de cabellera bajo el agua azul con peces negros y estrellas de mar y estrellas de cielo bajo la nieve incalculable de tu mirada/ Tu mirada de holoturia de ballena de pedernal de lluvia de diarios de suicidas húmedos los ojos de tu mirada de pie de madrépora..."

El poema se trenza hasta parecer extinguirse en sus posibilidades de retórica y sintaxis. Sin embargo, hay en él una majestad de largo aliento que lo redime y lo hace florecer de un poema a otro. El dominio de su decir (de piedra) es casi absoluto. Sus versos son tratados como unidades autónomas en una provincia de donde los signos de puntuación han sido desterrados. El encabalgamiento y énfasis reiterativo de la palabra "ventana", por ejemplo constituyen el andamiaje sobre el que descansan los poemas.

Vuelves en la nube y en el aliento
Sobre la ciudad dormida
Golpeas a mi ventana sobre el mar
A mi ventana sobre el sol y la luna
A mi ventana de nubes
A mi ventana de senos sobre frutos ácidos
Ventana de espuma y sombra
Ventana de oleaje
Sobre altas mareas vuelven los peñascos en delirio 
y la alucinación precisa de tu frente

("Oh furor el alba se desprende de tus labios")

Lettre d’Amour se publicó en México, en una edición de cincuenta ejemplares, en 1944. Moro vive alejado de su parafernalia vanguardista, a pesar de los pocos años que han transcurrido entre esa etapa y la de La tortuga ecuestre. Más sosegado, su diálogo con el referente amoroso se ha vuelto menos delirante, menos violento. También más pausado. En sus apuntes sobre la poesía de Moro, Emilio Adolfo Westphalen confirma esta impresión. Dice: "En los libros posteriores Le Château de grisou, Lettre d’Amour, Trafalgar Square, Amour à mort, la vena poética al profundizarse parecería apaciguada. Mas es un efecto engañoso, la angustia y la desesperanza han retenido el curso que brama sordamente por estallar y romper las riendas que lo sujetan." Si hemos de confiar en las palabras de Westphalen, que conoció muy de cerca el devenir poético en la vida de Moro, el amor desgarrado y la violencia de su estilo le conferían al poeta un prestigio, una calidad próxima a las nociones románticas de vaticinio y desarraigo. Pero también es cierto que Moro escribe con una suerte de violencia desencantada de sus propios poderes, con una suerte de nostalgia exangüe que sabe que todo esfuerzo encaminando a cristalizar el deseo de la carne es inútil. La mención del color negro se convierte entonces en una certeza probada en el crisol de los sentidos.
Intratable cuando te recuerdo la voz humana me 
es odiosa
siempre el rumor vegetal de tus palabras me aísla 
en la noche total
donde brillas con negrura más negra que la noche.
Toda idea de lo negro es débil para expresar la larga
ululación de negro sobre 
negro resplandeciendo ardientemente.
Carta de amor, como tradujo el propio Westphalen, es muy largo para constituir un solo poema, y muy breve para darle cuerpo a un libro. Consta de sesenta y cinco versos libres, que se expanden o contraen según una ley interna. Moro quiere ser entendido por su hipotético lector. "...pongo toda mi destreza en deletrear/ aquel nombre adorado/ siguiendo todas sus transformaciones alucinantes", dice Moro, subrayando el propósito que subyace en su idea primitiva: dejar una constancia de aquello que fue en un ámbito imposible (el amor). Nunca antes en su poesía Moro había sido tan vocal.

Es difícil encontrar libros de César Moro. Sus obras comienzan a reeditarse pero todavía dentro de y para un círculo restringido de lectores. Esto no significa que su influencia haya sido escasa, sino inteligente. Su poesía conoció dos bifurcaciones: la contención desnuda y la expansión del sentimiento aliado a combinaciones engañosamente azarosas. Su discípulo más aventajado en el primero de estos dos ámbitos fue el poeta peruano Jorge Eduardo Eielson, cuyos poemas sobre sillas, pantalones, estrellas, pájaros, noches oscuras y amores anónimos son deudores de las enumeraciones consteladas de los poemas surrealistas de Moro.2 En su vertiente "despiadada", César Moro tuvo un discípulo menos distante, el chileno Gonzalo Rojas. En los periodos largos de su poesía, en su prolijidad y en su empecinamiento erótico, Rojas ha hecho manifiesta su deuda con la dicción y los experimentos aleatorios de Moro.

Hay una fotografía de César Moro caminando por la calle de san Juan de Letrán (Ciudad de México, 1942). Lleva saco color sepia y camisa negra de cuello redondo. Espejuelos igualmente negros y frente amplia. El vaivén de sus brazos enfatiza el vértigo ilusorio de la céntrica avenida. César Moro conoció y trató a algunos miembros del grupo Contemporáneos, en especial se habla de su empatía con Xavier Villaurrutia, poeta nocturno del amor homosexual, la muerte y el sueño; sin embargo, algo vuela en la apariencia de Moro que lo distancia de sus compañeros de ruta. ¿Qué había en él que lo hacía distinto incluso de los líderes de la vanguardia latinoamericana educados en Europa, como Vallejo o Huidobro, o como el predecesor y maestro de todos ellos, el nicaragüense Rubén Darío? Esa diferencia que marcaba su carácter y apetitos se encuentra en algo que podría calificarse de cierto desdén poético. La cumbre de sus ambiciones no se encontraba en el reino de la literatura o de las artes, sino en el más excelso y difícil de la vida. Casi todos sus poemas están fechados, ya sea por el encuentro o el desencuentro con algún amante, la mitologización de una pérdida, la amistad de Westphalen, la devoción por Breton... Los puentes tendidos entre obra y autobiografía eran enclaves. Tatuajes. Reflexiones herméticas u oraciones vueltas sobre sí mismas. La peculiaridad de César Moro radicaba en la certidumbre de que no hay posibilidad de triunfo en la coronación de un artista. Las voces rimbaudianas Je suis un autre e Il faut être absolument moderne resuenan de alguna manera en la proyección de Moro por la calle de san Juan.

En la cima de un arte tal, lo que predomina es el carácter perecedero de los medios la palabra y la fugacidad impostergable de toda obra.

1 André Coyné considera la presencia de Antonio en la poesía de Moro como un ciclo, que se abre con La tortuga ecuestre y se cierra con el poema Lettre d’Amour, "de diciembre de 1942, y publicado en 50 ejemplares en 1944" ("El poeta y su bestiario", epílogo a La tortuga ecuestre y otros poemas en español, edición e introducción de América Ferrari, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002). Sobre la precisión de este juicio, el propio Coyné tiene dudas: Antonio parece ser un fantasma que cruza la poesía de Moro a partir de un periodo indefinible, quizá porque Antonio es uno más de los emblemas del amor, tema recurrente en la poesía de Moro.

2 El caso de Moro en relación con Eielson admite más de un paralelo: ambos se fueron muy jóvenes del Perú para vivir en Europa, y en cierta medida ambos mostraron una vocación abiertamente europeizante. Eielson no cambió de lengua pero, a diferencia de su predecesor, no ha vuelto a residir en Lima. Por otro lado, ambos han sido "artistas plásticos" y el reconocimiento les ha llegado antes por esta vía que por sus libros de poemas (acaso una prueba de que la crítica y pretendida democracia en el gusto yerran).
 

Gabriel Bernal, México; poeta, ensayista y traductor; fue editor de Aldus y actualmente colabora en diversos medios nacionales.