Evitar desde el noviazgo el maltrato

Tips contra las parejas violentas

* Los borrachos y los golpeadores se ponen peores con el tiempo

Isabel Bueno Lázaro

En memoria de la doctora Graciela Hierro

La violencia en la pareja no es natural, se desarrolla en algunas relaciones, muchas, demasiadas, pero no en todas.

¿Por qué?

¿Por qué algunas mujeres se vinculan con hombres que todo resuelven a golpes o que utilizan la palabra para herir?

¿Por qué en ellos la sexualidad parece ser para lastimar y ejercer el poder y no para expresar cariño?

Las causas son muchas y hay que saber reconocer las señales, ya que desde los primeros encuentros amistosos con miras a una relación, revelamos parte de nuestra personalidad. Si desde el noviazgo hay violencia, es mejor dejar la relación: los borrachos y los golpeadores se ponen peores con el tiempo.

Las mujeres, por entrenamiento cultural, mostramos nuestro lado más frágil cuando nos sentimos seguras y hablamos de nuestros miedos, de nuestro deseo de sentirnos protegidas.

Como los hombres en general son de menos palabras que nosotras, (aunque no siempre), escuchan y conocen nuestro lado flaco, las más de la veces sin mostrar el suyo mas que por encimita.

Él cuenta cómo siendo un hombre maravilloso, buena onda y comprensivo, ha sido traicionado por una mujer y otras lindezas por el estilo.

Los hombres que desde novios son quejosos de otras mujeres, esperan lograr que, en un arranque de amor y abnegación, les juremos que nosotras no los vamos a dejar nunca, que seremos leales… hasta la ignominia.

Luego, viene la prueba de fuego: ¿Qué tanto me quieres?

Esta pregunta precede a la famosa demanda de la “prueba de amor”.

Esto es, tener relaciones sexuales porque él lo “necesita” y debemos elegir entre una reunión agradable o apapacharlo porque está querendón. Todo esto esconde la idea “es cuando yo quiero, no cuando tú puedas”. El hombre violento aprovecha este momento como una prueba de que la mujer no es tan fiel como prometió que sería.

Este chantaje exige aceptación total, si no es así, lo que sigue puede ser la violencia, verbal o física, cimentándose así los futuros acuerdos de la pareja: si se aceptan constantemente las prioridades de él, y pocas veces o nunca las de ella, la relación será muy DISPAREJA.

Cuando hay violencia (1) y ellos hablan del tema con otros hombres, los acontecimientos son vistos desde una luz favorable a los puntos de vista de los que dicen: “perdí la paciencia” pero no mencionan los golpes.

Así, el hombre violento reafirma su conducta, pues al no relatar los hechos su amigo no le dice que está mal lo que hace, y sigue pensando que la culpa de todo es de la mujer con quién vive o de su mamá, sus hermanas o sus hijas, en fin, “otra” que no es él mismo.

La frase favorita es “yo por las buenas soy muy bueno y si no me provocan no pasa nada”. Nunca admite su incapacidad de control, cree que eso no le corresponde a él, sino que las mujeres no deben hacerlo enojar.

El hombre violento responde al dicho: “no busco quién me la hizo, sino quién me la paga” y en ese sentido, la cara que muestra al mundo es la de un hombre controlado que responde con buen humor a una tomada de pelo, pero que al llegar a su casa, descarga su enojo en golpes u ofensas a la persona que le prometió lealtad y que él cree que debe aguantar todo.

Claro que estos hombres violentos tratan de vincularse con mujeres que son tradicionales, educadas en que ellas deben conservar la relación por el bien de los hijos, ya que están bien casadas.

En ocasiones, cuando el maltrato es muy notorio y la mujer que sufre no aguanta la relación, amenaza con el abandono, él puede fingir un arrepentimiento exagerado, con amenazas de suicidio, o de quitarle los hijos, la acusa de adulterio o más; sospecha que alguien la está aconsejando, porque ella por sí misma no tomaría una decisión tan loca como abandonarlo a ÉL que a veces tiene esos “malos ratos” de tanto como la quiere. Esta farsa es representada de manera tan convincente que ambos pueden acabar por creer que es verdad.

Después de eso, “todo está arreglado” y espera que ella se quede, y que todo siga igual. Él nunca aprendió la lección. Si ella lo perdona y decide quedarse, el señor no quiere hablar más de separación, ni de arreglos para el cambio, lo que deja a la mujer sin desahogar su dolor y enojo.

Él entonces inicia la reconciliación, “la nueva luna de miel” y el se compromete a que “si ella se porta bien”, él se portará a la altura, pero en esas condiciones ¿qué es portarse bien? Puede ser relaciones sexuales diarias, que ella inicie, que no le pida dinero y que haya comida de la que a él le gusta, aún si no se ha aparecido en 15 días. Como quién dice: “No te fijes cómo vengo, da gracias que ya llegué”.

 

Responsabilidad mutua

 

Algunas mujeres no saben poner un alto en los inicios de una relación violenta y el resultado es que, años después, la mujer asustada, humillada y doliente no encuentra eco en sus demandas de mayor dialogo y afecto, y teme lo que pueda ocurrir si habla.

Algunos hombres pueden darse cuenta de lo que significa una relación así, quisieran cambiarla pero no saben cómo, y las cosas se van deteriorando.

Otros hombres nunca se dan cuenta de qué pasa y buscan la manera de herir en lo más profundo a la mujer y los hijos con los que viven. Pueden insultar mientras golpean, golpear sin hablar, amenazar sin motivo, abusar sexualmente de la compañera o de sus propias hijas o hijos, dejarlos sin dinero o robarle a ella lo que gana.

¿Por qué alguien aguanta esa situación?

Es una pregunta difícil de contestar.

Puede ser que nos guste tener un compañero que parece saber siempre lo que hace, y eso nos da seguridad; otras no pueden dejar a un hombre que parece quererlas tanto, que vive pendiente de ellas, que no las deja respirar de tan celoso que es. Pero también hay quién vive aterrada por la furia con que es golpeada, teme por su vida y no encuentra entre amigos y familiares a alguien que pueda darle protección y ayuda.

Desafortunadamente así es la condición humana, es decir, todas y todos queremos algo que se ajuste a la idea que tenemos de la vida en pareja. No siempre se logra.

Una relación equitativa y amorosa permite repartir el peso de los problemas entre dos, así como se duplican las alegrías.

La responsabilidad de mantener la relación es de ambos, donde el espacio amoroso da tranquilidad, compañía y ayuda en el camino de la vida, acrecientan los momentos de felicidad.

Pero no es fácil desarrollar una relación de respeto y equidad, no por que no deseemos hacerlo, sino porque nuestra sociedad carga en las mujeres una serie de obligaciones emocionalmente desgastantes.

Las obligaciones masculinas valorizadas son otras, que tienen que ver con la agresividad y la falta de expresión de las emociones.

La educación tradicional, sexista por definición, es planeada para que las mujeres y los hombres no podamos entendernos cuando llegue el momento de la vida en común.

En este orden de ideas, ser mujer es una especie de castigo divino, en el que tenemos una serie de obligaciones que no nos harán felices, pero que se supone sí harán felices a los que amamos, y con ello nos sentiremos buenas y santas, merecedoras de la adoración de los hijos y el esposo, que nos pondrán en un altar.

Pero entre las frases que se cuelan en esta ideología, entendemos que no debemos buscar el agradecimiento, tan sólo la satisfacción moral de sabernos “buenas y valiosas”; que nuestra recompensa es en el otro mundo o en “la felicidad de sacar adelante a los hijos” Eso es una fantasía; al contrario, las mujeres que se sacrifican y son abnegadas pierden toda posibilidad de pedir para si mismas respeto, y los mismos hijos por los que aguantó una vida terrible, un cautiverio, no le guardan respeto, la tratan como una menor de edad, además de que repiten la violencia de su padre con su compañera. Sus hijas se unen con hombres que les dan la misma vida de encierro y aislamiento que ellas tuvieron.

Por eso hay que cuidar el inicio de la relación. En el caso de las que trabajan fuera de casa, dejar claro desde el inicio que es algo que nos gusta hacer, y que queremos seguir haciendo, si es verdad.

Que ganar dinero es bueno para nuestra salud mental, aunque a veces estemos cansadas, y nuestro trabajo no sea una maravilla.

Dejar bien claro que nuestro compañero puede mostrar su afecto y preocupación por nuestro bienestar, tomando la parte de la carga de trabajo de la casa que corresponde a todo el que vive en ella. Hablar del trabajo de la casa, a profundidad, sobre quién es responsable de hacer qué, y de que compartir el “quehacer”, merece respeto y reconocimiento.

Hablar sobre qué se va a hacer con el dinero que cada quién gana y cómo se va a repartir, no es privilegio ni obligación de uno sólo hacerlo.

Acordar que los gastos compartidos sean siempre alternos, a nombre de una y a nombre del otro (una vez tú pagas la renta, la otra el gas y viceversa), cuentas claras = menos conflictos, sobre todo si a él le cuesta trabajo que ella tenga independencia, recordemos que vivir con alguien “que no es ni de la familia”, es difícil.

Se vale llorar

Hablar de nuestra fragilidad es importante. Debemos dejar claro que se vale llorar, que estamos dispuestas a acompañar en el llanto y que se nos acompañe también, pero no significa que voy a dejar la computadora por la lavadora, y el escritorio por la estufa. ¡!NO¡¡.

Se vale llorar por desilusión y cansancio, porque la jornada se nos hace pesada y laboriosa, porque a veces parece que nada sale bien, hacer un alto en el camino para llorar en un hombro amoroso y amigo es bueno y saludable.

Hay que asegurarnos que ese momento en que buscamos un apoyo por las dificultades del trabajo diario no se confunda con incapacidad de enfrentarse al mundo.

Si el compañero cree que lloramos porque nos damos por vencidas, que no queremos seguir con nuestro proyecto de vida ni llenar nuestro espacio, y que ahora el futuro se centra en atender las necesidades que él tenga, debemos rápidamente despejar esa incógnita, decir que no queremos renunciar a nuestras ambiciones, a nuestro sueldo, y volver al trabajo sin mas discusión.

Hay hombres que creen que la menstruación es terrible, que si a ellos les saliera sangre de los testículos cada mes se volverían locos, hay quién dice que preferiría matarse que menstruar.

Así ocurre con el llanto, ellos lo leen como devaluación, debilidad, batalla perdida, y en viniendo de una mujer como un truco para sacar lo que quieren.

Debemos dejar claro que aunque lloremos por una traición en el trabajo, porque nuestro jefe está tratando de deshacerse de nosotras o llevarnos a la cama, es válido y bueno llorar, que a ellos les vendría bien hacerlo una que otra vez, y tendrían menos dolores de estomago, beberían menos y serían menos enojones.

Ser mujer en el inequitativo mundo laboral nos lleva a llorar y patalear por la falta de solidaridad, de compañerismo, de oportunidades, pero eso no quiere decir que nos damos por vencidas.

Para eso debe ser la relación de pareja, para acompañarnos, sin trampas ni enojos, que no aproveche al vernos sentimentales; podemos decir: “mira, aún cuando me quejo del trabajo y lloro, es por los problemas, ayúdame a desahogarme para llevar las cosas con calma”

En una relación para detener desde el inicio la violencia, hay que dejar muy claro, que los espacios de decisiones de nuestra vida son nuestros, y si pedimos su opinión es porque queremos oír a alguien interesado en nuestro bienestar, pero eso no quiere decir que vamos a seguir las ”indicaciones”al pié de la letra.

Una manera de enfrentar a un compañero que hace burla de nuestra manera de hablar o de nuestro tono, con frases de “ya te está saliendo lo mangoneadora ” o bien, “si crees que por ser contadora me vas a decir cómo gastar mi dinero, estás muy equivocada” (se puede cambiar por periodista, doctora, etcétera).

Ese el momento para decir nuestra frase del siglo. Respiremos hondo, digamos con la mejor voz de calma chicha que se tenga en el repertorio: “A ver, un momento ¿crees que yo estoy tratando de mangonear en esta relación? Te equivocas, estoy tratando de decir mi punto de vista y espero que se respete lo que tengo que decir, así como yo respeto lo que dices”.

Podemos esperar una repuesta cualquiera para luego decir aquello que marque los límites claramente: “mira yo te quiero mucho y te respeto, pero no quiero que me vuelvas a hablar así”.

Si el interlocutor no responde con una disculpa amplia, a nuestro gusto y sigue en el mismo tono que nos desagrada, si dice cosas como “yo hablo como quiero”, es el momento de decir: “no me gusta el tono de la discusión y debemos dejarlo para otra ocasión en que estemos más calmados”.

Luego, como buenas estrategas, escoger el momento más tranquilo, y a solas, con un café enfrente y sin mucho alboroto, decir “quisiera hablar de la discusión del otro día”.

De ahí arrancar a hablar de que “el respeto debe ser mutuo, no que uno ofende y el otro aguanta”, y tratar de llegar a un acuerdo, a un dialogo posible. Si él esta enojado y por eso insulta y se vuelve grosero, dejarlo hablando solo; nosotras no vamos a aceptar malos tratos de palabra.

Esto se puede repetir por una, dos o tres veces más, pero si no se puede hablar porque el otro se enoja y nosotras siempre tenemos la culpa, es hora de decidir que nuestra relación va camino a -o ya está en- la violencia física, social, verbal, psicológica o económica.

Esta puede nunca llegar a los golpes, pero las cicatrices del alma cuando alguien que queremos, con quién convivimos, no nos toma en cuenta en nuestros sentimientos, emociones o deseos, son muy dolorosas y llevan siempre a la separación.

Hay que recordar que nadie tiene derecho a hacernos sentir mal, a golpearnos e insultarnos y menos en nombre del amor.

Quien bien nos quiere nos hará reír a carcajadas o jadear de placer como prueba de su cariño, pero no llorar.

(1) Para estos casos, consultar el directorio de servicios contra la violencia intrafamiliar que publicamos en la sección Corre ve y dile

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