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México D.F. Miércoles 7 de enero de 2004

Arnoldo Kraus

Disparidades en la salud mundial

Cada año la Organización Mundial de la Salud (OMS) presenta el Informe sobre la salud mundial. El de 2003 es fiel espejo de la terrible condición humana, de las políticas miopes de los países ricos, de la incapacidad de las naciones pobres para evitar muertes previsibles y de las distancias cada vez mayores entre las naciones del primer mundo y las del tercero. Las cifras ofrecidas por la OMS muestran cuán inadecuadas son las políticas de salud mundial y lo poco que ha logrado incidir esta organización en la mente de los mandatarios, tanto los de naciones ricas como los de las pobres.

La OMS revela dos mapas: uno de injusticias y fracasos, y otro con un diagnóstico aterrador. Las cifras muestran lo obvio: aunque ha adquirido otras caras, el darwinismo social está vigente. Y no sólo vigente, sino que se ha convertido en una política mundial, en una forma aceptada de convivencia donde muchos mueren por causas previsibles, así como en una aterradora realidad en la que la esperanza de vida en algunas naciones ha decrecido en los últimos años. La salud mundial ha empeorado porque no se invierte lo suficiente ni en prevención ni en curación, y debido también a que las prioridades de los países ricos se localizan en áreas que no tienen que ver con lo que sucede en las naciones pobres. Algunos ejemplos ilustran cómo camina la humanidad.

Aunque Africa es el mejor laboratorio en el mundo para hablar de darwinismo social, no pocas comunidades de la América profunda padecen por la escasa y mala atención médica. La mortalidad infantil y el sida esquematizan esas dismetrías. De los 57 millones de niños y niñas que fallecieron en 2002, 98 por ciento murieron en países en desarrollo. Cada hora, 500 madres africanas pierden un hijo menor de cinco años; la inmensa mayoría de esos decesos son efecto de enfermedades previsibles, ya sea de la progenitora o del vástago. Asimismo, al menos en 10 naciones africanas la mortalidad infantil aumentó en la última década. En otras naciones, por ejemplo, en el norte de Nigeria, la OMS se enfrenta a otra epidemia: algunos líderes musulmanes han impedido, por razones religiosas, que se lleven a cabo las campañas de vacunación contra la poliomielitis.

Más desastroso es cavilar en el futuro de los recién nacidos en naciones como Sierra Leona: una niña que nazca este año tiene una esperanza de vida de 36 años, casi 20 menos de lo previsto 10 años atrás. En cambio, una niña japonesa que vea la luz el mismo día que la africana tendrá una expectativa de vida de 85 años. La explicación de tales diferencias es tan obvia como dolorosa: en la primera se gastan 3 dólares al año en medicamentos, mientras en la japonesa se invertirán 500. Agrego que en Africa por cada mil nacimientos mueren 170 niños, mientras en Europa la tasa de mortalidad es de 20 por mil.

Junto con la mortalidad infantil el sida ofrece la mejor radiografía de la conciencia humana. Es la causa principal de mortalidad en adultos entre 15 y 59 años. Debido a que en algunas poblaciones de Africa más de la tercera parte de los habitantes está infectada por el virus de la inmunodeficiencia humana o padece la enfermedad, es probable que algunos pueblos "desaparezcan" en las próximas décadas. Se calcula que de los 4 millones 100 mil personas que en Africa requieren medicamentos antirretrovirales -para tratar el VIH- sólo uno por ciento lo recibe. En algunos países ricos, la cobertura es cercana a 90 por ciento. Debido al sida y la tuberculosis -infección que ha resurgido en los países pobres y que está directamente asociada con el sida- fallecieron 3 millones de personas en 2002. Con los nuevos tratamientos la inmensa mayoría de esas muertes pudiesen haberse evitado.

Ejemplos sobran, espacio falta. La realidad es contundente: los espectaculares avances en la medicina han soslayado los espectaculares retrocesos en la salud de algunas naciones. En muchos países se ha llegado al peor de los escenarios: la esperanza de vida ha disminuido mientras la mortalidad infantil ha aumentado. No debe decirse que el rezago sea a costa de los logros en los países ricos. No debe decirse tampoco que el estudio del genoma sea más o menos importante que el tratamiento de la tuberculosis. No debe siquiera afirmarse que se deba invertir dinero en distribuir fármacos a todos los que padecen sida y descuidar la investigación sobre embriones humanos. No debe decirse que la ciencia tiene dos caras y que los políticos son ineptos; bueno, eso sí. Es cierto, no debe decirse lo que no debe decirse, pero hay mucho que decir cuando uno se entera por qué muere la gente.

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