LETRA S
Enero 8 de 2004
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El cuerpo humano ha sido objeto de estudio de diversas disciplinas científicas, pues lo abarca todo: la salud, el género, la sexualidad, las artes, el deporte, la muerte. El pasado mes de octubre se llevó a cabo en la ciudad de México el congreso internacional El cuerpo descifrado, el cual se abordó en ocho áreas temáticas. Del panel Cuerpo y Sexualidad seleccionamos y editamos para nuestros lectores dos ponencias que diseccionan el papel del cuerpo en el deseo, el amor y el erotismo, una desde la perspectiva feminista y la otra desde la masculinidad.
La apropiación


María del Carmen García Aguilar

Decir lo que somos y sentimos las mujeres a partir del cuerpo, se ha convertido, en las últimas décadas, en una vía de acceso importante para investigar el tema de la condición femenina, porque permite sacar a la luz esa historia oculta de las pasiones y los instintos, sobre todo si se toma en cuenta que el cuerpo de las mujeres, su tratamiento, ha sido malmirado y desvalorizado durante siglos.

Desde la antigüedad, la división del trabajo corporal e intelectual no sólo mutiló la relación mente-cuerpo, sino al cuerpo mismo, al que fue despojando de su sensibilidad, para verlo sólo como el depositario de las pasiones, como una coraza a la que se le rechaza, oculta e incluso se niega. Una de las razones encuentra su fundamento en la relación cuerpo-sexualidad, sexualidad-pasión, en tanto que como bien apunta Jeffrey Weeks: "la sexualidad tiene tanto que ver con las palabras, las imágenes, el ritual y la fantasía como con el cuerpo".

Esta relación abre la problemática, particularmente sobre el cuerpo de las mujeres, en por lo menos dos vertientes: el ensalzamiento del cuerpo femenino por su posibilidad de procreación, posibilidad que además ha hermanado a las mujeres con la naturaleza, y la consideración de que el cuerpo femenino es la puerta de acceso a las pasiones, por ello el cuerpo ha estado muy ligado al concepto del pecado, considerándose que puede ocultar o llevarnos a algo significativamente maligno.

En las culturas patriarcales y androcéntricas, como las nuestras, al cuerpo femenino se le ha significado con esta polaridad, puede inspirar, por un lado, los más grandes odios y, por el otro, las más elevadas adoraciones, situaciones que van desde las blasfemias contra el cuerpo de las mujeres, hasta la veneración del mismo.

Pero aún dentro de estos dos polos, el cuerpo de las mujeres sólo ha sido descifrado, por decirlo así, por los hombres, en tanto que las mujeres han sido expropiadas de su cuerpo, de su sexualidad y de su subjetividad por la ideología de este ancestral sistema llamado patriarcado, y sus múltiples claves, signos, artificios, trampas, costumbres, prácticas, creencias y complicidades, que nos han determinado y significado.

Históricamente, el cuerpo ha sido condenado y dejado sólo para el uso de "los inferiores" y por ello "los malos de espíritu" son quienes utilizan el cuerpo y no pueden dedicarse a lo más valioso y elevado: la espiritualidad y la razón, de ahí la relación de las mujeres con el mal. El fundamento para justificar esta concepción se encuentra en un "engañoso" argumento biologicista: la "debilidad" corporal de las mujeres las hace más vulnerables a las pasiones y su menor intelecto las une más al cuerpo.
 
 

El contexto imaginario

Uno de los pocos momentos históricos fundamentales para la apreciación corporal fue la época del Renacimiento. En la Europa del siglo XV, aparece el desnudo en la pedagogía artística con una preocupación creciente por la anatomía y el gesto. En las producciones artísticas anteriores, el cuerpo había existido con un papel meramente instrumental. Por influencia de la concepción dinámica, los cuerpos aparecen ahora libres y con movimiento; los artistas descubren y desnudan los cuerpos como sinónimo de libertad, dando paso a una nueva relación de los hombres con su cuerpo. Los cuerpos de modelos y musas sirven de inspiración para dar sentido a la expresión artística.

En contraste, en el campo intelectual la exaltación de la razón trae como consecuencia el menosprecio del cuerpo, el intentar negar las sensaciones para dar paso a la razón excluida de todo sentir considerado "mundano". De ahí que las manifestaciones sobre los cuerpos sean cuerpos que no acaban de dominar el miedo. El placer, el interés, el dolor, la caída, los sentimientos, las relaciones, le dan al cuerpo un ámbito de inseguridad que no logra superarse.

En el siglo XX, el cuerpo de las mujeres se presenta como lo bello, el objeto del deseo, del goce de la mirada, es decir, se convierte en el espacio del placer, pero desde luego, del placer del otro. El cuerpo femenino empieza a adaptarse a las necesidades de lo imaginario, es la representación de un destino y el cuerpo deja de ser tal para extraviarse en la historia, pues siempre se le acompaña de un contexto imaginario que lo exenta de simbolismos y elementos tradicionalmente arraigados. En el siglo XX también resultó importante la consideración del cuerpo como objeto de análisis teórico, su visualización conceptual permitió a las feministas concebirlo y emprender una nueva vía para su conocimiento.
 
 

Ser madre, símbolo ético por excelencia

La investigación del cuerpo por parte de las mujeres se ha acrecentado, sobre todo por el vertiginoso desarrollo de la tecnología. Dentro de los distintos campos teóricos, se busca el camino de un nuevo humanismo, con el que se intenta recuperar ciertos valores mágicos, míticos y terapéuticos que fueron expulsados durante mucho tiempo de las culturas occidentales y que son básicamente femeninos.

Entre los factores que destacan en el tránsito hacia la apropiación del cuerpo, encontramos primeramente que el cuerpo de las mujeres al ser descrito, explorado y explotado en sus elementos fundamentales por "los otros", ha adquirido en su significación dos dimensiones, una arraigada en la naturaleza, en donde el cuerpo es visto por su función de procreación como sublimación máxima de "la mujer" y a la que "deben" aspirar todas las mujeres. En este nivel el ser madre es el símbolo ético positivo por excelencia que ha identificado a las mujeres, reconociendo a la maternidad como un "deber ser".
 
 

El cuerpo para "los otros"

La otra dimensión es el lado considerado negativo o pernicioso del cuerpo femenino. Se le considera un espacio de placer, deseo, pasión y debilidad. Sin embargo, no son las mujeres las depositarias del deseo y del placer, sino sólo quienes pueden provocarlo.

Así, en los dos niveles, el de la procreación y el del erotismo, el cuerpo de las mujeres es un cuerpo "para los otros" y, por ello, se considera que las mujeres son expropiadas de su sexualidad, de su subjetividad y desde luego de su cuerpo; no existe realmente en las mujeres una coincidencia de su sentido de vida con el cuerpo, pues al ser un cuerpo para los otros, las mujeres pierden su protagonismo como personas, quedando sujetas a los poderes encarnados por los hombres, por las instituciones y por los otros, de tal suerte que su cuerpo siempre es un cuerpo sujeto y es a partir de esta sujeción que se ha tratado de explicar su sometimiento. De estas dos formas de expresión del cuerpo femenino, la que identifica a las mujeres es el sentido de la procreación por el carácter ético positivo que se le ha dado.
 
 

La liberación del placer

Cuando se subvierten y entremezclan estas formas de expresión corporal tradicional inmediatamente surge la culpa, lo demoníaco, el loco amor, la vergüenza o el pecado. Pues en los sistemas patriarcales lo erótico está firmemente ligado a la reproducción y en el caso de las mujeres supeditado a ésta: de tal manera que al subvertir esta relación, la experiencia de la culpa, el pecado o el mal es inevitable.

La apropiación del cuerpo, es decir, su paso del "para otros" al "para sí", significa tener una visión de mujer como sujetos sociales, morales y políticos autónomos por sí mismas, y ésta no es una meta ya alcanzada, el camino para su consideración y expresión está abierta y toca a cada una contribuir, con la apropiación y valoración de su propio cuerpo, a alcanzar la tan anhelada autonomía y por extensión su liberación del placer, en tanto que como apunta Graciela Hierro, "el placer depende del cuerpo y sólo se alcanza si nosotras decidimos sobre nuestro cuerpo; nuestro deber moral básico es apropiarnos de nuestro cuerpo; el cuerpo controlado por otros no permite el goce y nadie puede llamarse a sí misma libre si no decide sobre su cuerpo".
 
 

Investigadora del Centro de Estudios de Género, Facultad de Filosofía y Letras. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

La percepción


 

Mauricio List Reyes

Nachas, nylons, pompis, pompas, posaderas, asentaderas, trasero, cachetes, la peor cara, donde la espalda pierde su honorable nombre, fundillo, culo, cola, son sólo algunos de los términos y eufemismos con los que suele designarse a las nalgas. Nalgas, palabra difícil de pronunciar en público. ¿Por qué cuesta tanto trabajo nombrarlas, si indudablemente les ponemos atención?

El papel que juegan las nalgas en las sociedades contemporáneas tiene mucho de visual. Pero no sólo se ven, también se tocan y su contacto es intencionado, o al menos siempre se le percibe de esa manera, incluso cuando es accidental. ¿Cómo se tocan? En primer lugar están los toques festivos. Las nalgadas juguetonas entre adolescentes, quienes se encuentran en la etapa de definición de su identidad genérica y a la vez ansiosos respecto a su propio cuerpo. En los varones adultos puede ser una manera de decir "hola", y en los deportes de equipo una forma de celebrar una buena jugada. El castigo es otra modalidad, ya sea de padres a hijos con la palma de la mano extendida, o en una situación de subordinación en la que los golpes en las nalgas se utilizan para no dejar secuelas en los sujetos. En los encuentros sadomasoquistas la nalgada puede tener un sentido erótico que estimula tanto a quien la propina como a quien la recibe.

Los procesos de construcción de la masculinidad atraviesan las formas culturales de organización jerárquica de la sociedad. Es decir, para llegar a ser hombre se transita por un más o menos prolongado proceso, y por ello los varones más jóvenes también se encuentran en una posición de subordinación, hasta que logren superar los procesos de construcción de la masculinidad, lo cual nos habla de una más de las formas de ejercicio del poder.

La masculinidad --elemento intersubjetivo-- no es una identidad que pueda ser incorporada fácilmente, pues pasa por el ámbito de la interacción social y por tanto del reconocimiento que el entorno mismo hace del sujeto. En este sentido, cuando las actitudes y comportamientos de un sujeto no son considerados masculinos, se vuelve difícil para éste incorporarse e interactuar socialmente.
 
 

En cuestión de glúteos se rompen géneros

Al hablar del cuerpo y la masculinidad salen a relucir una serie de aspectos relativos a la manera en que los sujetos viven, perciben y entienden sus propios cuerpos. Las sociedades contemporáneas han llevado cada vez más a generar modelos corporales fabricados, construidos a base de muchos productos, desde ropa diseñada cuidadosamente para resaltar redondeces donde no las hay, hasta la cirugía plástica, utilizada para corregir determinados rasgos que se consideran indeseables, sin olvidar las horas de gimnasio, los anabólicos, las prótesis y los silicones que permiten moldear los cuerpos.

Más allá de todos estos procedimientos para transformar los cuerpos, es un hecho que los sujetos se encuentran cada día más preocupados por lograr un control y un manejo de su apariencia. ¿Cuál es el objetivo? Lucir bien ante una sociedad cada vez más exigente, lograr la aceptación y ser atractivo sexualmente ante los demás. ¿Qué es lo que quiere lucir el hombre? Sin duda eso cambia de uno a otro. Para unos es el rostro lo que deben mejorar, para otros su atuendo, su musculatura, su pene y por supuesto... sus nalgas.

Las nalgas son una parte importante del cuerpo y en la masculinidad marcan su papel dentro de la construcción de identidades sexuales. Ya sea de manera consciente o inconsciente, los varones se preocupan por la apariencia de sus nalgas.

Dentro de los imaginarios genéricos, las nalgas corresponden a una parte de la anatomía asociada a la recepción pasiva de contactos, así como una vía de acceso en la penetración, ergo, dentro de la sexualidad es considerado femenino recibir y disfrutar el placer ahí generado. Para Robert Connell, "ni la relajación de esfínteres ni la estimulación prostática exigen una relación con un hombre. Una mujer puede hacer el trabajo sin problema alguno. El sexo anal es una pieza clave de la homosexualidad masculina occidental, aunque la investigación derivada de estudios relacionados con el sida muestra que se realiza mucho menos de lo que la importancia simbólica que se le ha asignado sugiere."
 
 

El uso de los orificios

"No uso pantalones entallados porque parecería puto", fue la frase que un hombre que suele tener sexo con hombres me dijo en Tlaxcala. Así expresaba su temor a que se identificara su interés por llamar la atención de otros varones para lograr un encuentro sexual. Por extensión, suele considerarse que un encuentro sexual entre varones necesariamente implica la penetración. No hay duda de que existe una referencia directa a la sexodiversidad cuando se habla de sexo anal, aun cuando sea una práctica que se dé también entre parejas heterosexuales.

Uno de los aspectos inquietantes en torno a la sexualidad gay y el uso de los cuerpos es el llamado en la jerga local "beso negro". Esta práctica no es tan común como se cree, ya que supone la estimulación anal por medio de los labios o la lengua. Los testimonios de jóvenes entrevistados por nosotros indican que si bien disfrutan recibir este tipo de estimulación, llevarla a cabo ellos mismos no es algo que les entusiasme. Ello tiene que ver con los discursos repetidos desde la infancia que indican que todo lo relacionado con el ano es algo sucio. Así, mientras las nalgas son una parte atractiva de la anatomía, el ano y su contenido están vedados a todo acercamiento sensorial. 

Por otra parte, la penetración anal con los dedos, la mano u otro tipo de objetos es una práctica recurrente en el medio gay, aun cuando a partir de las incertidumbres que se desarrollaron con la aparición del VIH/sida empezó el cuestionamiento a las formas en que esto debía realizarse. Muchas campañas que promueven "la erotización del sexo seguro" propusieron la utilización de guantes y dedales de látex, el uso de condones y hasta la incorporación del plastipack en este tipo de encuentros y prácticas sexuales, no obstante, ni siquiera el condón ha logrado mantener su presencia en la mayoría de las prácticas de riesgo.

Muchos de los textos literarios o científicos sobre sexualidad hacen referencias al sexo anal como la práctica primordial de los varones gay. Así se ha difundido la idea de que todo encuentro entre varones necesariamente tendría ese sentido. Todo este imaginario parte de un hecho evidente: la sexualidad falocéntrica y el coito como única forma de acceder al placer. Esto nos remite nuevamente a los discursos de la masculinidad y a la manera en que desde ésta se ha definido el placer sexual, es decir, el placer del varón se concentra en sus genitales y la penetración, que en el caso del sexo gay sería anal, establecería el ordenamiento no sólo de la sexualidad, sino del ejercicio del poder a partir de una definición de roles en la pareja y con ello todos los elementos que dentro de las subculturas homosexuales se conocen como el activo y el pasivo, es decir, el penetrador y el penetrado.
 
 

Trascender los roles, liberar los cuerpos

La configuración genérica de los sujetos supuso durante mucho tiempo un tipo de comportamiento y una relación particular con sus propios cuerpos, que en general era de índole restrictiva. Con ello se establecieron valoraciones distintas en relación con cada una de las partes del cuerpo, a partir de consideraciones que aún suponen que un hombre heterosexual no debería permitir que nadie toque sus nalgas y mucho menos las disfrute.

El papel que han jugado estos aspectos en la construcción de la masculinidad ha planteado la necesidad de establecer una distinción que haga evidente la heterosexualidad, ya que durante mucho tiempo se consideraron determinados estereotipos como específicos de cada una de las preferencias sexuales; sin embargo, dentro de los sectores gay se fueron creando modelos que retomaron aspectos considerados previamente como exclusivos de la heterosexualidad: el vaquero, el rudo, el musculoso, cada uno con una estética determinada.

Es claro que la percepción y uso del cuerpo varía en función de la preferencia sexual, lo cual tiene que ver en gran medida con los imaginarios de la heterosexualidad que suponen un mayor control y restricción en relación con el disfrute del placer sexual.

Las restricciones establecidas por los imaginarios de la heterosexualidad son las que limitan las posibilidades de disfrute del cuerpo. Por tanto, en la medida en que los sujetos se sientan menos amenazados por el fantasma de la homosexualidad, otorgarán menos importancia a esos límites culturales y podrán permitirse explorar las posibilidades de disfrute del placer a través de todo el cuerpo y todos sus sentidos.
 
 

Profesor-investigador, Colegio de Antropología Social, Facultad de Filosofía y Letras, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.