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México D.F. Domingo 11 de enero de 2004

¿LA FIESTA EN PAZ?

Leonardo Páez

Jesús Solórzano, evocación íntima

IMPAGABLE EXPERIENCIA CONVERSAR con una inteligente y hermosa mujer que ya lo era, digamos, hace sesenta años. Carmelita Pesado de Solórzano, su abundante cabellera blanca y su distinguido porte son perseverante presencia en las plazas de toros, importantes o modestas, donde algún torero tenga un misterio qué decir y, delante del toro, sea capaz de decirlo.

LUEGO DE HABER probado el sabor agridulce de ser esposa, cuñada y madre de toreros -Jesús Solórzano Dávalos, apodado El Rey del Temple por su cadenciosa manera de ejecutar la verónica; Eduardo, hermano de éste, y Jesús Solórzano Pesado, poseedor de un sello inversamente proporcional a su administración-, Carmelita sigue siendo fiel a una afición taurina inculcada por sus padres desde que era niña, "cuando el toro aún no provocaba conmiseración y menos permitía improvisados".

CADA 10 DE enero quienes paladearon en vivo o han constatado en filmaciones la intensa expresión estética de El Rey del Temple, sustentada en una sólida técnica que le permitió triunfar también en las principales plazas de España y Sudamérica, conmemoran un aniversario más del nacimiento de este ilustre moreliano -1908-1983-, que en 20 años de matador fue base de muchas temporadas, alternó con los mejores de aquí y de allá y su arte no sólo sirvió de inspiración a innumerables pintores, cineastas y fotógrafos, sino que además generó el partidarismo apasionado de públicos y críticos, no obstante ser un muchacho proveniente "de las mejores familias de Morelia".

¿COMO UN TORERO con tanta tauromaquia, presencia y apostura no supo de biografías, memorias u homenajes?, pregunto a su viuda. "Porque a Jesús no le preocupó nada de eso. Ejerció su profesión consciente de su estilo refinado y con un enorme gusto por torear. Gusto en ambos sentidos, es decir, deleitándose en su quehacer y deleitando a los públicos con sus procedimientos, 'con una elegancia sin afectaciones', como lo definió Pepe Alameda".

CON UNA LUCIDEZ privilegiada y un entusiasmo de adolescente, la dama muestra algunos de los óleos inspirados en su marido, sobre todo toreando a la verónica -uno de Ruano Llopis en que los largos brazos no pueden bajar más la desmayada capa-, o una serie de acuarelas de la memorable y completa faena de Solórzano a Redactor, de La Laguna, o espléndidas fotografías de Orduña, Sosa, Reynoso o Carlos González, incluida una mágica arrucina a pies juntos con la muleta en la izquierda o fulminantes volapiés.

"CONOCI A JESUS -añade Carmelita- en el Frontón México, cuando él se consolidaba como figura de los ruedos. ¿Qué por qué se hizo torero? Porque como empleado en la Secretaría de Comunicaciones poco podía ayudar a su familia, venida a menos después de la Revolución, y cuando vio lo que le pagaban a un torero español apodado El Algabeño, no lo pensó dos veces. Aunque no faltó la tía que le pidió que se cambiara el apellido, pues lo iba a deshonrar.

"POCO ANTES DE casarnos, en 1940, Chucho compró la camada de La Punta, ganadería a la que muchas figuras le hacían el asco, y junto con Alberto Balderas torearon por toda la República, haciendo empresa y ganando dinero. A los ocho días de la trágica muerte de Balderas, el 29 de diciembre de ese año, Jesús organizó en El Toreo una corrida a beneficio de los deudos. Ya de casado, todavía toreó los siguientes ocho años. Para mi suerte, nunca dejé de quererlo, ni cuando hubo que cuidarlo por su hemiplejia los últimos cuatro años.

"LA AFICION A los toros no se me ha quitado, pero la fiesta ha perdido la emoción y el atractivo que sólo puede dar el toro bravo, nunca el toro dócil o medio muerto en varas. Una medida práctica sería reducir el peto y la puya para recuperar la emocionante y creativa rivalidad en quites. Volvería la gente a las plazas, y no precisamente a comer cacahuates o pizzas", concluye convencida Carmelita.

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