316 ° DOMINGO 11 DE ENERO DE 2004
De la negociación bilateral a la jugarreta electorera
Ni enchilada
ni nada

ALBERTO NÁJAR Y ARTURO CANO

Tres años después, el acuerdo migratorio con Estados Unidos –un compromiso esencial del llamado gobierno del cambio– está sepultado. La última palada en la tumba ha sido la decisión del presidente George W. Bush de plantear un giro en la política migratoria estadunidense, sin comprometerse con proyecto de ley alguno, a sabiendas de que difícilmente será aprobada por el Congreso en pleno año electoral. Es una iniciativa unilateral que, sin embargo, es bien vista por una porción de los liderazgos mexicanos en el país del norte. "Mejor eso que nada", dicen. ¿Será más que nada? Algunos creen que sí. Pero de cualquier modo no tiene nada que ver con la famosa enchilada completa que una vez soñó el foxismo

Fotografía: La Jornada/José NúñezACUERDO MIGRATORIO, EN DOS ACTOS.

Primero: el candidato presidencial Vicente Fox conquista auditorios. Durante una visita a Washington, en marzo de 2000, advierte: "No aceptaremos ninguna propuesta que pretenda transformar a los trabajadores mexicanos en sirvientes bajo contrato".

Segundo acto: el presidente Vicente Fox está dispuesto a aceptar lo que sea, incluso que la Casa Blanca imponga todas las reglas en materia migratoria.

La amnistía para los indocumentados, dijo en Reynosa el 18 de diciembre pasado, "es un asunto que nosotros tampoco estamos promoviendo", como había señalado el estadunidense George W. Bush, sino por el contrario "estamos hablando de llegar a acuerdos que nos permitan un flujo ordenado que permita a los mexicanos ir y volver cada año –cuantas veces quieran– sin ningún problema, y que legalmente y de manera documentada puedan estar trabajando en Estados Unidos, sin que eso signifique que se vuelvan ciudadanos americanos".

Dos frases, dos momentos distintos, un solo acuerdo migratorio que, en los hechos, se quedó a la vera de un camino empedrado de fracasos, donde se mezclaron la guerra contra el terrorismo, la disputa por el Congreso estadunidense y, ahora, la carrera por la relección presidencial.

Fueron, de hecho, los elementos que marcaron el destino de la iniciativa foxista que inició con una ambiciosa propuesta para regularizar, de común acuerdo, a cerca de 5 millones de mexicanos que trabajan sin documentos en Estados Unidos, y que terminó con la decisión unilateral de la administración Bush de ampliar, apenas, un programa de trabajadores huéspedes.

La propuesta de Bush es reformar las leyes migratorias para que los migrantes puedan trabajar tres años en Estados Unidos, al término de los cuales deberán regresar a su país si no consiguen la renovación del beneficio. También precisa que los empleadores deberán demostrar que no hay estadunidenses dispuestos a tomar los trabajos dados a los "huéspedes". Y plantea otra serie de medidas para otorgar derechos laborales a los trabajadores que se acojan al nuevo esquema... que todavía tiene que convertirse en proyecto de ley y, luego, ser aprobado por el Congreso.

Irónicamente, el giro en la política migratoria se da en la misma semana en que la lucha "antiterrorista" de Washington extendió sus tentáculos a los aeropuertos mexicanos, y en que el gobierno estadunidense comenzó a fichar a los nacionales que llegaron a su territorio.

Y se da, por si fuera poco, en la fecha en que se anuncia la aplicación del programa US Visit, a fines de 2004, en toda la frontera con México.

El año maravilloso

El recuento empieza en la campaña electoral de 2000 cuando el discurso de Fox era abrir las fronteras al libre tránsito de personas. En California, en mayo de ese año, recordó: "Estados Unidos sabe que necesita a los mexicanos; ha sido un país de inmigrantes y por eso deben respetarse los derechos humanos de nuestros paisanos y abrirse las fronteras para que transiten libremente."

El momento era propicio. Meses antes, en febrero, la AFL-CIO (la central obrera más importante de la Unión Americana) había dado un giro histórico en su política hacia los indocumentados al pronunciarse a favor de una amnistía.

Y por esos días el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, reconocía que la mano de obra era insuficiente para mantener a flote la economía estadunidense. "Los bajos salarios (de los migrantes) ayudan a controlar la inflación."

Estos dos elementos fueron aprovechados por los estrategas de la campaña de Fox en Estados Unidos, los entonces aliados (y amigos) Jorge Castañeda y Adolfo Aguilar Zinzer, quienes dieron al discurso del guanajuatense el tono retador que mantuvo en el tema migratorio.

La tónica se mantuvo en los meses posteriores al 2 julio, con el equipo del presidente electo en la cresta de la ola. Por ejemplo, en noviembre, el recién designado secretario de Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda, presumió la ruta crítica de la nueva política exterior basada, dijo, en la revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la negociación de un acuerdo migratorio.

"Los mecanismos más eficaces van a ser los de mercado, no los coercitivos", confesó sobre el tema. "Premios y castigos. Premios por quedarse: fondos de desarrollo regional, proyectos regionales. Remesas, subsidios, becas. Castigos de mercado: si te vas pierdes tu lugar en la cola".

El optimismo se mantuvo incluso durante la cumbre en el rancho San Cristóbal, el 16 de febrero de 2001, cuando el presidente George W. Bush pareció acceder a que fuera incluido en su agenda el tema de la migración... a su manera.

En una entrevista por televisión, el texano rechazó ofrecer amnistía a los indocumentados y abordó el asunto con cautela. "Prefiero el orden, el flujo ordenado", dijo.

Fox, en cambio, se entusiasmó. "Hay una nueva actitud, una nueva manera de ver las cosas mucho más positivas en este terreno de la migración", señaló en la conferencia de prensa conjunta. "La conclusión ha sido formar un grupo, una comisión del más alto nivel para negociar, discutir y avanzar sobre el tema de manera muy concreta. Yo pienso que este es un gran avance de lo que teníamos en el pasado".

Fotografía: J. Guadalupe PérezA partir de ese momento el canciller Castañeda emprendió un intenso cabildeo a favor del acuerdo, cuyo clímax fue su declaración del 20 de julio ante el Sindicato Nacional de Trabajadores de Hoteles y Restaurantes (HERE, por sus siglas en inglés), cuando señaló que en el tema migratorio el gobierno de Fox quería "the whole enchilada or nothing" (la enchilada completa o nada).

El optimismo duró hasta el 6 de septiembre. Durante la recepción oficial en los jardines de la Casa Blanca con el protocolo estadunidense desplegado al máximo, el presidente Vicente Fox trató de imponer condiciones: el acuerdo migratorio, dijo ante un sorprendido George W. Bush, debía concretarse ese mismo año.

En México políticos y analistas celebraron el discurso que, afirmaron, obligaba al vecino del norte a seguir la agenda mexicana y no al revés, como era costumbre. Hasta Jorge Castañeda se atrevió a presumir que el acuerdo migratorio entraría en operación "en 2004 o 2005".

En Washington, sin embargo, los pies siguieron en la tierra. Cuando se cuestionó al presidente Bush sobre la posibilidad de regularizar a los migrantes indocumentados ese mismo año respondió, lacónico: "Realmente no lo podemos decir".

Como quiera que sea, para el presidente Fox el horizonte se presentaba dulce, como a mitad de luna de miel.

"Por primera vez se planteaba el problema con una perspectiva de largo plazo, de principios. Para empezar se proponía un esquema de negociación que partiera de la base de una responsabilidad compartida. Se ofrecía la oportunidad de concluir con la larga fase de acusaciones mutuas de echarle la culpa al vecino. El problema debía ser atacado de manera integral, dada la complejidad del mismo. Y se debía atender tanto a los migrantes que ya estaban viviendo y trabajando del otro lado, como a los que en un futuro se incorporarían como trabajadores temporales", escribió el investigador Jorge Durand (Masiosare 309).

Todo viento en popa, pues. Hasta la mañana del 11 de septiembre de 2001.

Lo que un día fue, no será...

El ex embajador Jeffrey Davidow señaló en varias entrevistas radiofónicas que, en los días posteriores al ataque a Nueva York, lo único que Estados Unidos necesitaba de su vecino era un apapacho... Que llegó demasiado tarde.

También sostuvo la tesis de que la tardanza no influyó en el retraso del acuerdo migratorio, que por esos días un grupo binacional de trabajo pretendía dar forma.

Quién sabe si fue cierto. Lo único claro es que a partir de ese momento la migración se volvió motivo de desencuentro: el gobierno estadunidense empeñado en su guerra contra el terrorismo; la administración Fox atrapada en el desconcierto de haber apostado toda su política exterior a la firma de este acuerdo.

De hecho, las presiones ejercidas por el secretario Castañeda para forzar el regreso del tema migratorio a la agenda bilateral causaron molestias en la Casa Blanca.

Y se notó.

A principios de enero de 2002, en una de las primeras reuniones formales entre los cancilleres de ambos países, el estadunidense Collin Powell centró su discurso ante los medios en agradecer "el fuerte apoyo" de los mexicanos en la lucha contra el terrorismo, mientras que el funcionario foxista se vio obligado a reconocer que las discusiones sobre el tema migratorio "avanzan poco a poco", tanto, que desde ese momento la enchilada completa se transformó en unos simples chilaquiles.

"Son muy ricos", intentó bromear el canciller.

Más allá del chistorete, lo cierto es que Castañeda no dejó de presionar en todos los foros posibles por el acuerdo, en un fallido intento de acorralar a la Casa Blanca con una campaña mediática.


Castañeda. Adiós a la enchilada completa
Fotografía: La Jornada

La estrategia resultó contraproducente: en la Cumbre de Monterrey el tema migratorio no sólo fue ignorado por la delegación estadunidense, sino que incluso la intempestiva salida del presidente cubano Fidel Castro opacó los resultados del encuentro.

Algunos analistas afirman, más de un año después del incidente, que en el fondo la Casa Blanca estaba molesta por el cabildeo del secretario de Relaciones Exteriores, especialmente con los demócratas.

¿Realmente existió esa molestia? Quién sabe, pero si hubo inconformidad, el canciller mexicano no se dio por aludido.

El 9 de mayo, durante una cena privada en el Consejo de las Américas, el presidente Fox leyó un mensaje escrito por su secretario de Relaciones Exteriores en el que demandaba acelerar la firma del pacto migratorio.

"Prometí luchar por un acuerdo amplio sobre la migración entre México y Estados Unidos. Eso es lo que he estado haciendo y eso es lo que continuaré haciendo."

Nadie pareció acusar recibo del reclamo, ni tampoco de la campaña publicitaria montada en torno a la reunión del Foro del Mecanismo de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), presentada en los medios mexicanos como el encuentro para limar asperezas entre Los Pinos y la Casa Blanca y retomar, por fin, la agenda de migración.

La estrategia, de nuevo, falló. George Bush apenas saludó a Vicente Fox, y centró su discurso en conseguir apoyo para atacar a Irak. Sobre el acuerdo migratorio, dijo: "Será a largo plazo".

Fue suficiente. El día en que terminó la cumbre de APEC el presidente Fox se despidió del pacto hasta el siguiente año, cuando hubiera mejores condiciones para conseguirlo.

Y por si la posición estadunidense no hubiera quedado clara, el 11 de noviembre el secretario de Estado Collin Powell abordó el asunto durante la reunión binacional.

La migración, dijo, es prioridad para la administración Bush, pero "tenemos que resolverlo a la luz del 11 de septiembre".

Sin ti, no podré vivir jamás…

Al final, Jorge Castañeda se fue del gobierno para convertirse en "activista". Y con su salida desaparecieron de la secretaría los platos de enchilada completa.

El cambio de rumbo se notó desde el momento mismo en que Luis Ernesto Derbez se hizo cargo de la cancillería, el 16 de enero de 2003. A partir de ese momento, dijo, la prioridad en política exterior sería el combate al terrorismo.

¿Y la enchilada completa? "La voy a cortar en pedazos –dijo–, pero no quiero tratar de tragarla de un solo bocado porque ustedes saben lo que pasa cuando se hace eso’".

La tesis cobró forma cuatro días después de su toma de posesión, al participar en la reunión ministerial del Consejo de Seguridad de la ONU dedicada al combate al terrorismo, y en mayo siguiente, durante su primera visita oficial a Washington.

En esa ocasión el informe del secretario Collin Powell y la consejera de Seguridad Nacional de la Casa Blanca Condoleezza Rice fue sencillo: "Si no podemos garantizar fronteras seguras, no podemos entrar en el terreno de la discusión de migración".

Las señales, sin embargo, sirvieron de muy poco. Al día siguiente de la visita del canciller mexicano, un grupo de senadores republicanos demandaron condicionar cualquier acuerdo migratorio a la apertura de Petróleos Mexicanos.

La propuesta, rechazada tajantemente por el gobierno mexicano, se quedó sólo en "un sentir" de los legisladores republicanos... Y del resto de la administración Bush.


Derbez. Es el final del principio
Fotografía: La Jornada/Francisco Olvera

El 9 de septiembre pasado arrancó en Arizona el Programa de Repatriación Lateral con el supuesto objetivo de evitar las muertes de indocumentados.

Un promedio de 300 mexicanos fueron diariamente deportados por las garitas de Chihuahua y Tamaulipas, mientras las cifras alegres de la Patrulla Fronteriza reportaron un descenso en el número de fallecimientos. No tomaron en cuenta que, por esos días, el número de migrantes bajaba sensiblemente, y que en ese septiembre de 2003 el clima fue particularmente benigno.

Las protestas diplomáticas del gobierno mexicano no fueron atendidas. La medida, repitieron una y otra vez los voceros de la Border Patrol, es una muestra de lo que viene.

Como quiera que sea, el destino del acuerdo migratorio cambió sensiblemente después de las elecciones legislativas de noviembre, cuando el Partido Republicano tomó el control del Congreso.

Fue hasta ese momento que una propuesta de ley presentada en agosto por el senador John McCain y los representantes Jim Kolbe y Jeff Flake, de Arizona, empezó a tomarse más en serio.

La propuesta implica crear un programa de trabajadores huéspedes que permitiría a los indocumentados laborar por temporadas en Estados Unidos, siempre y cuando exista alguna empresa que los contrate.

Paradójicamente, una acción de esta naturaleza había sido tajantemente rechazada por grupos de activistas, sindicatos y hasta por el presidente Vicente Fox. Pero eso fue antes del ataque a Nueva York.

En los nuevos tiempos, la propuesta –que en los hechos significa una medida unilateral y sin posibilidad alguna de negociación– cayó como maná del cielo. El 3 de noviembre el presidente Fox advirtió la necesidad de "mantener los pies en la tierra y ser cuidadosos, porque llevamos meses donde no hubo avance alguno".

Y 10 días después, durante la reunión binacional de 2003 en Washington, el canciller Derbez y el secretario Powell dieron sepultura oficial a uno de los proyectos fundamentales del gobierno del cambio.

"Hemos tomado (la decisión de) un acercamiento paso a paso, sin prometer demasiado", dijo el estadunidense. Y el canciller mexicano completó: "El viejo diseño (de la enchilada completa) no opera; lo estamos ahora redefiniendo y trabajamos para crear los fundamentos. Estamos haciendo el gran agujero donde va a aparecer el edificio".

Bienvenido, Mr. President

Entre los líderes latinos en Estados Unidos se mantenía una leve esperanza de que el gobierno mexicano mantendría una posición crítica sobre el anuncio de Bush, tanto por sus limitaciones como por su carácter unilateral. La esperanza acabó pronto. Desde que la Casa Blanca deslizó los primeros detalles de la supuesta reforma migratoria, el gobierno foxista –a través de su vocero Agustín Gutiérrez Canet– manifestó el beneplácito mexicano. El miércoles, poco después del anuncio de Bush, el embajador mexicano ante la Organización de Naciones Unidas, Enrique Berruga, le dio la bienvenida a la propuesta.

En la mañana de ese día, al presidente Vicente Fox por fin se le hizo "resolver" un asunto en 15 minutos. Ese fue el tiempo que duró la llamada con su homólogo estadunidense. Al participar en una ceremonia por el reinicio de clases en todas las escuelas del país, Fox valoró positivamente la propuesta que Bush presentaría más tarde. Se tratará, dijo el presidente, de una propuesta que buscará que todos los mexicanos en Estados Unidos sean "reconocidos legalmente".

El presidente mexicano fue más allá: para no quedar mal con la comunidad mexicana a la que alguna vez ofreció la enchilada completa, dijo que el programa de George W. Bush "lo venimos trabajando desde que él era gobernador (de Texas) y el presidente Vicente Fox era gobernador (de Guanajuato)".

De ese modo, Fox trató de evadir la realidad: la propuesta de Bush es, contra las expectativas generadas por su gobierno, una medida unilateral de los estadunidenses, aunque el presidente Fox lo haya calificado como "un programa muy interesante".

Unas horas después de la alocución foxista, Bush dejaría clara su posición contra la amnistía y contra "premiar" a aquellas personas que han violado las leyes de Estados Unidos (quienes han entrado sin documentos, claro).

El matiz fue introducido la tarde del miércoles pasado por el canciller Luis Ernesto Derbez, quien después de dar la "bienvenida" al anuncio, dijo que para México es apenas el "fin del principio y no el principio del fin", y que el gobierno foxista seguirá trabajando para lograr "un programa total e integral".

Pero ya Bush había fijado las reglas que Fox había aceptado: de amnistía nada.

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La propuesta de Bush parte de un rechazo tajante a la amnistía para los indocumentados y, en opinión de dirigentes de los mexicanos del otro lado, no es sino una extensión de un programa de trabajadores temporales.

Sólo es "un nuevo programa de trabajadores huéspedes", dijo el Consejo Nacional de La Raza. Está tratando de cortejar el voto latino en este país, pero no podrá hacerlo con esta propuesta".

Es un gesto de campaña electoral, coinciden los analistas. Bush no corre el riesgo de perder su base electoral (por más que algunos republicanos de ultraderecha pongan el grito en el cielo) y sí avanza en su afán de ganar una parte del voto hispano.

"Esto no es una solución, esto es un curita", fue la opinión de Gabriela Lemus, de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos (LULAC).

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La iniciativa del presidente Bush ha provocado reacciones encontradas entre la comunidad mexicana en Estados Unidos. Una porción de los dirigentes coinciden con el gobierno foxista en que se trata de un primer paso que debe valorarse positivamente. Otros sostienen que no es sino un anuncio electorero y que sus posibilidades de llegar a convertirse en propuesta de ley, primero, y de ser aprobada por el Congreso, después, son muy escasas antes de las elecciones de noviembre de este año.

Es una ley "muy patronal para beneficiar a los empleadores y a las industrias. Pero no lo hace para ayudar a los trabajadores. Además, Bush lo dijo muy claro: se trata de ayudar a los empresarios, a la economía del país, no a los trabajadores", sostiene Tirso Moreno Orenday, coordinador de la Asociación de Trabajadores Agrícolas de Florida.

En su opinión, la propuesta delineada por Bush conduciría a la separación familiar y chocará con las legislaciones de varios estados que no brindan derechos laborales plenos a los trabajadores. "Ya han habido otros programas de contratación temporal, y los trabajadores tienen que salir huyendo, escaparse porque los patrones abusan. Los tienen encerrados como esclavos o no les cumplen las condiciones que prometieron cuando los trajeron. Hay maltratos y la gente no puede quejarse o reclamar".

Desde otro punto de la geografía estadunidense, el jesuita Joel Magallán ve el anuncio con optimismo: "Es lo que esperábamos, lo que venimos promoviendo desde el primer día de la Carrera de la Antorcha Guadalupana, que es la propuesta de John McCain (senador por Arizona) al que Bush dijo que iba a apoyar". Para Magallán, las líneas del discurso de Bush apuntan a que esa es la propuesta de ley que apoyará en el Congreso. Magallán la ve muy bien: cree que los trabajadores mexicanos podrán empezar a pagar impuestos, conseguir licencias de manejo, comprar viviendas".

"¿Qué político no hace algo pensando en dividendos electorales?", pregunta Guadalupe Gómez de Lara, presidente de la Federación de Clubes Zacatecanos del Sur de California, sobre las intenciones del anuncio del presidente estadunidense.

Entrevistado telefónicamente, Gómez se encontraba en Washington, a donde acudió como invitado –con otras 10 decenas de dirigentes mexicanos– de la Casa Blanca al anuncio del presidente Bush. Demócrata, Gómez considera que Bush "está arriesgando mucho con esta propuesta", porque ya lo atacaron desde su mismo partido. "Es un primer paso, un buen comienzo", dice.

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La nota en primera plana de The Washington Post debió ser como un regalo navideño para el presidente Vicente Fox.

El 24 de diciembre, el diario anunció una inminente reforma a las leyes de migración estadunidenses, como parte de una medida unilateral de la administración Bush para regularizar a los trabajadores indocumentados residentes en ese país.

Días después, The New York Times hizo lo propio. En un editorial sugirió al presidente Bush emprender la regularización de indocumentados. "Los políticos no pueden seguir pretendiendo que entre ocho y 10 millones de inmigrantes ilegales no existen".

Y apenas el lunes pasado el vocero del presidente Bush, Scott McClellan, adelantó que el mandatario estadunidense "pronto tendrá más que decir sobre su iniciativa para hacer coincidir a los que quieran trabajar con los que quieran emplearlos. Esa es ciertamente una necesidad económica que existe".

Tras esta decisión hay razones que suenan a lugar común, como el hecho de que, a pesar de su repunte en los índices de popularidad, el texano requiere para su relección de los votos de los mexicanos y de sus empleadores.

Los detalles de la iniciativa se discutirán en la Cumbre de las Américas, que inicia en Monterrey este lunes, un encuentro que, para algunos, representa la reconciliación de George W. Bush y Vicente Fox... Y para otros, el aterrizaje a la pura realidad.