La Jornada Semanal,   domingo 18 de enero  del 2004        núm. 463
Federico Patán

Miret 
cuentista

Examino mis apuntes de lectura y descubro la información siguiente: conocí la narrativa de Pedro F. Miret en los ochenta. Conocer quiere decir finalmente haberla leído. Porque del autor me habían llegado noticias muy generales, inciertas, incluso caprichosas. Era exiliado de la Guerra Civil española, era guionista de cine, era narrador, estuvo en Argentina, fue amigo de Luis Buñuel. Nada lo suficientemente definitivo para llevarme a buscar sus libros. Que no eran muchos. Luego, uno de sus títulos llegó a mis manos. ¿Habrá sido Prostíbulos, con una primera edición en Argentina, el año 1973? Seguramente. Pero en la edición de 1987, perteneciente a la colección Estelas en la Mar, de la editorial Pangea.

Aquí es necesario detenerse. Fue, esa colección, un intento de rescatar la literatura del exilio español republicano. La idea vino de Victoria Schussheim, esposa de Miret. Con la ayuda del inba y de la sep fue acumulando títulos para descubrir que acumularlos no bastaba. Las escasas ventas liquidaron finalmente el proyecto, con la enorme decepción de quien lo lanzara. Menciono esto porque justo allí encuentro una de las varias razones que hicieron decir a Gerardo Deniz: "En la literatura mexicana del último veintenio, Miret casi no existe, lo cual, se mire como sea, es injusto." Esa indiferencia por Miret tiene motivaciones de orden individual y motivaciones de grupo. Paso a explicarme. Miret nació en Barcelona el 22 de abril de 1932. En 1939 se hallaba a bordo del Sinaia, camino de México. Desembarcó en Veracruz sin "ninguna sensación de angustia, alegría o de cualquier otro tipo: tenía siete años", como informa a Eduardo Mateo en una entrevista. Por tanto, es parte de lo que se ha llamado "la generación hispanomexicana" del exilio. 

Esta pertenencia constituye la razón grupal del desconocimiento relativo que envuelve a la figura de Miret. A la llamada "generación Nepantla" se la ha puesto, en términos generales, en un ghetto social. Las razones individuales pertenecen a la psicología del propio Miret: no fue hombre de promocionarse. Pensaría acaso, y razón le sobraba, que los buenos libros terminan por imponerse a la indiferencia. No era hombre de promociones y sí de amigos. Nos dice, vuelvo a Mateo, que toda "relación se hace fundamentalmente en los cafés, viene de raza. Tengo tantos amigos españoles como mexicanos. La relación se produce en función de afinidades, no de nacionalidades". Eso lo define. Sin embargo, ¿define a su narrativa? Luis Buñuel dijo en su momento: "Miret ‘hace magia’ con la realidad misma y sin salirse de ella." Acertada definición. Fue con el universo que me encontré cuando la primera lectura de sus cuentos: un modo de ver la realidad cotidiana que la transformaba en algo desusado y, consecuente paradoja, por lo mismo permitía comprenderla mejor. Me pregunto si en esto no participa el distanciamiento que todo exiliado lleva consigo respecto a sus dos orillas geográficas. Miret parece creerlo cuando afirma que "la forzosa equidistancia del exiliado, creo, es una ventaja en mi caso de escritor…, y más porque lo baso todo en la observación." 

La observación, nos dice. Ahora bien, cada escritor adquiere o se construye un modo de observar. Algunos se quedan estacionados en un realismo primario, en el cual los sucesos mantienen lazos de unión con una impresión desadjetivada, por decirlo de algún modo. A ellos no pertenece Miret. Y conste, en su mundo narrativo no están ausentes las descripciones cuando son necesarias, pero las hallo escuetas. Tienen el mero propósito de situar la acción o crear una atmósfera. Baste un ejemplo: "Las calles están desiertas… el sol no ha salido todavía, pero ya es de día… los comercios están cerrados…" El texto va dejando que nosotros pongamos carne en una estructura así de adelgazada. Por ningún lado barroquismos. Y sin embargo, los cuentos atrapan, los cuentos fascinan, los cuentos aterran.

Ese terror no viene de algún personaje monstruoso; es un terror de índole más agobiante: surge de lo cotidiano. Ir al cine, subir a un tranvía, salir a la azotea de nuestro edificio, visitar una fábrica. Algo tan inocente como eso provoca en nosotros la angustia. En especial porque no parecen existir razones para ella. Propongo esto como la paradoja central de la ficción breve de Miret. Es justo aquí donde se capta mejor su maestría de narrador, porque fácil es provocar el sobresalto por los medios convencionales de una aparición sorpresiva, de un personaje sub o sobrehumano, de una amenaza palpable, en ocasiones de origen desconocido. Difícil es conseguirlo mediante el expediente de la sugerencia. ¿Ante qué reaccionar si al parecer nada hay ante lo cual reaccionar? Porque vamos a ver, ¿qué de particular tiene la visita a una fábrica? Entra el protagonista al edificio y, fuera de unos guías que se van sucediendo, nadie lo habita. La atmósfera es de oscuridad y ésta crece con el avance de la trama. Los guías parecen estar allí para nada decirle al personaje y, por tanto, nada decirnos a nosotros. Al final, el protagonista queda a la espera de un misterioso señor C que lo llevará a la salida. Nada más. 

Y sin embargo, una amenaza indefinida transcurre por el cuento. Proviene de la situación de desamparo en que se encuentra el protagonista, pero también de ese final en el cual no sabemos si realmente lo llevarán a la salida o lo dejarán esperando. ¿Y qué decir de ese personaje kafkianamente definido por una letra, a cuya espera queda el protagonista homodiegético? La inquietud surge de lo indefinible de la amenaza que se percibe. Igual nada ocurre. Sin embargo allí estamos, dispuestos a lo peor. Y sin duda con esto llego a uno de los recursos preferidos de Miret: no precisar lo que subterráneamente está ocurriendo. Léase este inicio de cuento: "Hace rato que el tranvía ha abandonado las calles más transitadas y hace rato también que el tranvía no encuentra a otro…" Puede ser lo normal, dependiendo de la ruta. Pero el lector perceptivo descubre en ese arranque meramente descriptivo causa para adelantar contratiempos o amenazas. Llegamos al final de lo narrado: nada parece haber sucedido, excepto que cambiamos de tranvía y de conductor y de revisor. Pero el cuento se transforma en una alegoría, tal vez señaladora del vacío que puede transcurrir por la existencia humana, como a lo mismo apuntan otros cuentos.

Por tanto, los cuentos de Miret cumplen ampliamente con lo solicitado por Julio Cortázar: que "un vulgar episodio doméstico… se convierta en resumen implacable de una cierta condición humana, o en el símbolo quemante de un orden social o histórico". Tal vez por eso los personajes de Miret tienden al anonimato, como ansiosos de representarnos a todos. Tal vez por eso los cuentos aparecen en primera persona, como dispuestos a entregarnos de primera mano la experiencia que el ser hombre significa. 

Otro rasgo presente en la narrativa corta de Miret es la violencia. Pero una violencia a la que califiqué de "amable" en otro escrito. ¿Por qué amable? Porque se rehúsa a los fáciles atributos de la exposición gore y en los hechos menudos procura hallar el modo de sacudirnos. Uno de sus rasgos característicos es la falta de explicación que la acompaña: detienen a un hombre en un café, a otro lo atan por solicitar una llave, a muchos más los conducen por la fuerza a la galería de un cine. La violencia, curioso efecto, es algo que la narración puede solicitarnos que esperemos sin luego entregárnosla, y en la frustración consecuente radica una parte de la fascinación ejercida por estos cuentos.

Entonces, diría yo que lo inasible constituye la razón de ser de estas narraciones. Y allí está el modo de examinar la vida que Miret tiene. La realidad no es una y la modifica la manera de examinarla que tengamos. Miret, me parece, indaga si la superficie de los hechos constituye la explicación de los hechos. Sus cuentos responden con un no rotundo. Lo imprescindible es bucear por debajo de esa superficie. Allí nos encontramos con las inquietantes sugerencias de Miret, que no llegan a concretarse en un peligro definido. Justo tal efecto es el buscado y tal el mensaje que desea entregarse: vivimos un mundo de indefiniciones, en el cual nos asimos a lo concreto para creernos seguros.

Narrador de obra escasa pero importante, Miret merece algo más que la discreta atención hasta el momento recibida. Y en tanto que cuentística, ha creado una provincia narrativa mediante una voz singularizada y un modo de ver el mundo harto inquietante en el cual, sucede con estas visiones un tanto amargas, no falta la ironía solapada. Escritor juguetón y travieso, aprovechó estas dos cualidades para dejar atrás cuentos de impostergable lectura.

Federico Patán, España; maestro en letras inglesas, profesor de la UNAM, periodista, narrador y poeta; en 1986 ganó el Premio Xavier Villaurrutia.