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México D.F. Jueves 22 de enero de 2004

Miguel Marín Bosch

Libia

En un comunicado insólito, emitido el pasado 19 de diciembre, la Gran Jamahiriya Arabe Libia Popular y Socialista anunció que abandonaría sus programas de armas de destrucción en masa y que reduciría el alcance de sus misiles a una distancia de 300 kilómetros. Dicho comunicado sorprendió a casi todo el mundo. Quizás sea útil repasar aquí un poco de historia.

Los avances científicos y tecnológicos de la primera mitad del siglo XX acarrearon el desarrollo tanto de las armas de destrucción en masa -químicas, biológicas (bacteriológicas) y toxínicas y atómicas o nucleares- como de los medios para utilizarlas: aviones, proyectiles balísticos y otros vectores.

La utilización de gases asfixiantes y otras sustancias químicas durante la Gran Guerra llevó a los países europeos a prohibir su uso en el Protocolo de Ginebra de 1925. El uso de armas atómicas al final de la Segunda Guerra Mundial desató una campaña en contra de todas las armas de destrucción en masa. De ahí que las negociaciones bilaterales y multilaterales de desarme durante la segunda mitad del siglo XX se hayan concentrado en la eliminación total de dichas armas. Tras décadas de esfuerzos, la comunidad internacional logró acordar la eliminación de todas las armas biológicas y químicas mediante sendos tratados multilaterales, concluidos en 1972 y 1993, respectivamente. En el terreno nuclear los resultados han sido mucho menos alentadores.

En cuanto a las armas biológicas y químicas, la decisión de eliminarlas de los arsenales de los estados tuvo un mismo origen: Estados Unidos.

A finales de los años sesenta, el gobierno estadunidense decidió renunciar unilateralmente a las armas biológicas a raíz de una recomendación de su cúpula militar. Esta había llegado a la conclusión de que el uso de dichas armas podría tener también efectos catastróficos para los efectivos que las utilizaran. Y el corolario de esa decisión unilateral fue una propuesta encaminada a asegurar que el resto de la comunidad internacional también se comprometiera a eliminar dichas armas de sus arsenales mediante un tratado multilateral. ƑA quién se le encomendó que presentara la propuesta? Por supuesto que al Reino Unido, lo que nos demuestra que el papel de Tony Blair en el caso de Irak no tiene nada de original.

Las armas químicas no fueron prohibidas en esa ocasión porque aún eran consideradas útiles en la guerra de Vietnam. Sin embargo, a principios de los noventa la guerra del Golfo demostró a los militares estadunidenses que un ejército grande como el de Irak, aun uno supuestamente equipado con armas de destrucción en masa, no era rival alguno para las armas convencionales de alta tecnología. Estados Unidos llegó a la conclusión de que no necesitaba armas químicas y, por ende, era obvio que nadie más debía poseerlas. De ahí el tratado de 1993.

Por lo que hace a las armas nucleares, la situación es muy distinta. En 1970, cuando entró en vigor el Tratado de No Proliferación (TNP), el mundo se dividió en dos clases. Por un lado, están los más de 180 países que aceptaron nunca jugar la carta nuclear; por el otro, están los cinco poseedores de armas nucleares reconocidos como tales en el propio TNP (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia).

Los primeros están comprometidos a aceptar inspecciones periódicas del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) con sede en Viena para asegurar que no están violando el TNP, mientras que los cinco están obligados a alcanzar el desarme nuclear. A estos últimos hay que agregar a India, Israel y Pakistán. En años recientes el OIEA ha instaurado un sistema de inspecciones sorpresa que se realizan sin previo aviso.

La producción de armas nucleares es un proceso caro y complicado. Es mucho más fácil (y barato) desarrollar armas biológicas o químicas, y no son pocos los países que lo han hecho. Ahora debemos incluir a Libia en esa lista.

A raíz del anuncio de Libia el mes pasado, se ha especulado acerca de las motivaciones que condujeron a Muammar al Gaddafi a confesar que tenía un programa en ciernes. Según algunos comentaristas, el anuncio se hizo poco después de la captura de Saddam Hussein que lucía una barba que pronto desapareció. Sin embargo, la llamada metamorfosis de Gaddafi había empezado tiempo atrás, antes de la invasión de Irak e, inclusive, antes del 11 de septiembre de 2001.

Tras entregar a los presuntos culpables, aceptó indemnizar a las familias de las 270 víctimas del avión de PanAm que agentes libios hicieron estallar en 1988 sobre Lockerbie, Escocia. Hace poco también llegó a un acuerdo con los deudos de las 170 víctimas de un avión francés que explotó en 1989 sobre Níger.

Gaddafi había estado en contacto no sólo con sus socios comerciales europeos (principalmente Italia, Alemania y España a quienes les vende el 70 por ciento de todas las exportaciones de Libia), sino que hacía tiempo que había entablado pláticas con Washington y Londres. Se habla también de unos supuestos contactos con Israel.

Con todo ello, Libia buscaba que se levantaran las sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad en 1992. Y lo consiguió el año pasado. Ahora, con el gesto unilateral de abandonar sus programas para desarrollar armas de destrucción, pretende que Estados Unidos levante las sanciones que hace décadas le impuso unilateralmente.

Se desconoce el estado de esos programas. Pero sin duda los relativos a las armas biológicas y químicas estaban más avanzados que el nuclear. Para subrayar la bondad de sus intenciones, Libia se ha apresurado a ratificar el TNP y ha aceptado las nuevas inspecciones del OIEA. Tras casi 35 años en el poder, Gaddafi no ha perdido su capacidad de sorprender.

Ex subsecretario de Relaciones Exteriores e

investigador de la Universidad Iberoamericana

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