La observación de ballenas, una actividad
que puede ser sustentable

Gisela Heckel

CICESE, División de Biología Experimental y Aplicada

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A lo largo de las costas del mundo entero hay muchas poblaciones que tienen la fortuna de recibir cada año a alguna o algunas especies de ballenas que cumplen un ciclo más de migración. Hay ciertas condiciones propicias en las áreas a las que llegan, ya sea para alimentarse o reproducirse. México no es la excepción, pues las ballenas grises y las jorobadas vienen a las costas del Pacífico mexicano para reproducirse en invierno, donde las aguas son mucho más tibias y tranquilas comparadas con sus lugares de alimentación en el Océano Ártico.

 
Ballena jorobada en Bahía de Banderas, Jalisco-Nayarit
Foto por Gisela Heckel
 
La regularidad y puntualidad de las ballenas grises para emprender el viaje y llegar a las lagunas de reproducción en Baja California Sur motivó hace ya más de 30 años el inicio de una actividad turística en su ruta migratoria en el puerto de Ensenada, Baja California, y en las lagunas de reproducción de Ojo de Liebre, San Ignacio y Bahía Magdalena, Baja California Sur. Lo mismo ocurrió con la ballena jorobada en la Bahía de Banderas, compartida por Jalisco y Nayarit, aunque ahí la observación de ballenas se inició hace aproximadamente 20 años.

En el caso de ambas especies, los estudiosos nacionales y extranjeros de los mamíferos marinos, basados en conocimientos existentes desde la época de la caza de ballenas, visitaron las áreas de reproducción para iniciar la investigación sobre su diversidad, abundancia y biología. Al contratar los servicios de pescadores locales para realizar las investigaciones, los pobladores se percataron del valor turístico de estos grandes animales que ellos ya conocían como parte de su entorno de trabajo.

Observar ballenas en su ambiente natural es una de las vivencias más emocionantes para cualquier persona. Los colosales cuerpos de los cetáceos impresionan por su gracia al nadar y los saltos espectaculares despiertan un gran temor y a la vez emoción. En México, además, por tratarse de zonas de reproducción, es posible ver las crías recién nacidas o el comportamiento de cortejo y cópula. Por todo esto, es muy común que aquél que ha convivido con la naturaleza en esta dimensión hable maravillas de esta experiencia cuando regresa a su lugar de origen.

Por ello, no es de sorprender que desde fines de los años ochenta, en todo el mundo se registre un enorme crecimiento de la actividad de observación de ballenas. Pasó de ser una oportunidad ocasional para convertirse en una industria redituable, donde algunas poblaciones de pescadores cambian totalmente su actividad al turismo durante el invierno. San Ignacio, Baja California Sur, es un buen ejemplo de este cambio de actividades.

 
Las áreas de observación de ballenas en México: Ballena gris
en (1) Ensenada, Baja California, (2) Laguna Ojo de Liebre, Baja
California Sur, (3) Laguna San Ignacio, B.C.S., (4) Bahía
Magdalena, B.C.S, y ballena jorobada en (4) Bahía de Banderas,
Jalisco-Nayarit
 
No en todos los lugares es así, aunque parece evidente que el crecimiento de este turismo sí ha ocurrido de manera muy importante en todas la zonas de México con presencia de ballenas. Para muestra basta un botón: el ingreso directo (es decir, el pago de los pasajes para ir a ver ballenas grises) en las lagunas de Baja California Sur, fue de 125 mil dólares estadunidenses en 1995; 321 mil 590 en 1996, y 453 mil 300 en 1997.

Este crecimiento económico es un reflejo de la cantidad cada vez mayor de embarcaciones y de viajes que se realizan. Sin embargo, a pesar de los beneficios para los empresarios y trabajadores, el aumento excepcional de esta actividad ha despertado la preocupación en cuanto a sus impactos sobre los cetáceos.

La Comisión Ballenera Internacional ha recomendado desde 1986 realizar evaluaciones de los efectos de las embarcaciones que transitan por los mares del mundo sobre las ballenas. En México, aún antes de ese año ya se habían efectuado los primeros estudios en Laguna San Ignacio entre 1978 y 1982. De ahí se derivaron las primeras reglamentaciones sobre las áreas específicas donde podían observarse ballenas (lejos de las madres con crías), y la manera de maniobrar cerca de los grupos para evitar perturbarlos.

Esta regulación era observada por los prestadores de servicios de manera más o menos voluntaria, y fue por ello que en 1996 el gobierno mexicano expidió la primera Norma Oficial Mexicana de Emergencia (NOM-EM-074-ECOL-1996) para la observación de ballenas en las lagunas de Ojo de Liebre, San Ignacio y Bahía Magdalena, Baja California Sur.

Debido a que esta actividad turística se lleva a cabo en otros lugares de México y ha habido evidencias de otros estudios científicos sobre el efecto de las embarcaciones en el comportamiento de las ballenas, esta regulación debió ser ampliada y mejorada para derivar en la NOM-131-ECOL-1998. Ésta se aplica actualmente a todas las áreas de observación de ballenas en México, incluyendo Ensenada y Bahía de Banderas.

 
Lancha con turistas. šBallenas a la vista!
Foto por Gisela Heckel
 
Además de las reglas anteriores se exige a los prestadores de servicios contar con un permiso oficial para llevar a cabo la actividad turística comercial, aunque esto también es obligatorio para los investigadores y los realizadores de documentales. Estipula las zonas específicas donde se puede incursionar para acercarse a las ballenas. Cabe señalar que la distancia entre embarcación y ballenas está limitada a un mínimo de 30 metros.

La regulación mexicana de la observación de ballenas es de las más avanzadas en el mundo. Sin embargo, lograr la vigilancia de su cumplimiento aún es difícil: no contamos con recursos suficientes para lograr que se cumpla la ley al pie de la letra. No obstante, hay una salida: la conciencia de los mismos prestadores de servicios sobre las consecuencias que tiene el acosar a las ballenas.

En Ensenada, por ejemplo, los capitanes de los barcos saben que las ballenas grises han dejado de pasar cerca de la costa de la vecina ciudad de San Diego porque durante muchos años una gran cantidad de barcos las perseguían sin preocuparse si las maniobras eran equivocadas o no. Aunque sigue existiendo la actividad turística en ese puerto, los barcos tienen que navegar más tiempo que antes para encontrarlas, con las consecuentes pérdidas económicas.

Aun así, en Estados Unidos y Canadá hay muchas áreas de observación donde aún se debate si es mejor tener una regulación difícil de vigilar o si se debe confiar en el buen juicio de los prestadores de servicios para cuidar tal recurso natural.

La educación sobre las mejores prácticas en la observación de ballenas debe estar dirigida no sólo a los prestadores de servicios, sino también a los que tripulan embarcaciones privadas, quienes raras veces están enterados de que están afectando a las ballenas por acercarse a ellas de frente o demasiado rápido. En nuestro país, los prestadores de servicios, cuando tramitan el permiso, reciben información sobre la regulación y sobre cómo maniobrar correctamente.

Es importante que también los turistas náuticos sean informados por diferentes medios de la existencia de la regulación y de la importancia sobre el manejo correcto de sus embarcaciones al encontrar ballenas a su paso. Es evidente que una combinación de regulación y de educación será el método más factible para evitar que las poblaciones de ballenas sean afectadas no sólo en su comportamiento, sino en otros aspectos de su biología que pudieran tener consecuencias graves en la sobrevivencia de la especie.

La observación de ballenas es una experiencia maravillosa, y todos debemos cuidarlas para que podamos seguir disfrutándolas ahora y en el futuro.