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México D.F. Martes 27 de enero de 2004

¿Cuándo volverá la paz a este pueblo?, preguntan sus habitantes sin obtener respuesta

Grupos de derechos humanos indagan entre los pobladores de Tlalnepantla

Mujeres y niños dan cuenta de los abusos en que incurrió la policía morelense el 14 de enero

BLANCHE PETRICH ENVIADA

Tlalnepantla, Morelos, 26 de enero. Muy precisa, la directora de la escuela primaria "Sangre de Héroes", la maestra Raquel López Portillo, reporta que de los 346 alumnos inscritos, este lunes, a 13 días de la ocupación violenta de la policía estatal, sólo asistieron 117. Los niños de segundo "A" explican porqué de los 31 de su salón solo fueron siete. "¡Porque tienen miedo de la policía!", gritan a coro. Y un chaval en la última fila opina: "¡Será que algo deben!".

Un grupo de observación de derechos humanos toma nota en el salón de clases. Son expresiones, en palabras de niños de siete y ocho años, de un clima envenenado que desde hace tres meses mantiene dividido y enfrentado a este próspero pueblo que parece balcón suspendido con vista a los volcanes. Calles más arriba, el chofer del camión repartidor de refrescos ofrece otro dato: de las 15 tiendas que hay, sólo cuatro están abiertas. Y no tienen buenas ventas.

Se calcula que de los 5 mil 400 habitantes del municipio, más de la mitad están desplazados en pueblos aledaños, incluidos algunos de la delegación Milpa Alta.

En la plaza, cinco o seis puestos han llegado para el día de mercado. Los marchantes pronto se dan cuenta que hoy no se pararán ni las moscas a comprar sus chiles y sus jitomates. Por los barrios de Santiago, San Nicolás, San Bartolomé, San Pedro, cada uno acomodado en torno a su respectiva ermita blanqueada, no camina ni un alma. "Sólidas, sólidas están las casas", dice una señora que lamenta la soledad que la rodea.

En la mayoría de los patios abandonados se secan las macetas. En algunas casas algo se mueve detrás de las cortinas, alguien corre a esconderse al gallinero, alguien cierra la puerta cuando aparecen por las laderas los miembros de la caravana de observación. Guiándolos van algunos integrantes del Comité de Barrios del concejo autónomo del pueblo, el que fue desalojado a tiros del palacio municipal el pasado 14 de enero. Es la primera vez que entran a su pueblo desde aquel día, cuando huyeron. Y a veces logran convencer a los pocos vecinos que se esconden en sus casas a abrir un resquicio para darse a conocer.

Así hace la señora Espíndola Reyes. En la penumbra de un cuarto se ocultan ella y sus tres hijos, una vecina y sus tres hijas. Llora amargamente. Toda su familia salió corriendo el día 14, "el día del susto", y apenas volvió hace un par de días, sólo para encontrar a sus borregas muertas. Esas ovejas eran su alcancía. El temor domina la vida de estas mujeres. No salen más que por agua, por lo indispensable, y mantienen a los hijos escondidos con ellas. No saben dónde están los maridos y han escuchado rumores de que todos los que participaron en la toma del palacio municipal, la mayoría del pueblo, tienen pendientes órdenes de arresto.

Un visitador de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Morelos, que acompaña al grupo, asegura que su institución ha estado tramitando amparos. "Ah -interviene el hijo adolescente-, pero la policía del señor Osorio (Elías Osorio, el electo edil priísta rechazado por la asamblea comunitaria) ya nos dijo que esos amparos no van a servir de nada, que de todas maneras van a apresar a todos".

Los rumores y las historias que se cuchichean en las esquinas van haciendo más profundo el encono. A una cuadra de ahí, la señora de la tienda de abarrotes cuenta su versión de cómo los últimos tres meses fueron insoportables para la "gente de bien", la gente del señor Elías, vilipendiada por "los otros, gente mala". Dice: "Nos llamaban zorrillos, nos tenían secuestrados, tenían un cochinero en el palacio municipal, y el día del desalojo llevaban un camión de basura lleno de cuernos de chivo, de bombas molotov, ¡y dardos! Querían sangre. Por eso mandamos traer a la fuerza pública del estado, para defendernos de ellos". Desde los altavoces de la alcaldía ya llaman a abordar los autobuses que llevarán a la gente de Tlalnepantla a Cuernavaca, a una manifestación -a una "salida", le llaman- "por la paz y la tranquilidad".

Ahí mismo empleados del ayuntamiento reparten despensas a los que aceptan abordar. Poco a poco van llegando combis y taxis de otros municipios para llenar la cuota, porque con los tlalnepantlenses no llenan los ocho camiones. Casi dos horas después sale el convoy hacia la capital estatal, dejando detrás algunos volantes tirados.

A los autónomos, dice el volante, "su alma negra y su mente ciega les impide ver el daño que hacen", y agrega: "Utilizan gente de fuera y extranjeros; estos últimos estuvieron viendo en nuestro municipio un lugar estratégico para empezar el terrorismo en nuestro país".

Apenas llega la caravana de observación, policías estatales filman acuciosamente a los observadores que vienen de Servicios y Asesoría para la Paz, Cencos, Comité de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro, Comité Independiente de Derechos Humanos de Morelos, Incide Social, Movimiento por la Paz, además de varios ciudadanos: Carlos Payán, Ana Colchero, Raúl Benet, Clara Jusidman, entre otros.

Pero si algunos tienen miedo de hablar, Esteban Rubiales no. El está enojado. El 14 de enero vio mucho abuso y quiere denunciarlo. Llegan algunos observadores a la casa de la señora Reyna Montiel, quien enferma de cáncer fue sacada de su cama por la policía. "Buscaban armas, sacaron todo del ropero. Rompieron vidrios, asustaron a los niños. Y ya que no encontraron nada me dijeron: ahora sí acuéstese, jefa, ya nos vamos". No se fueron con las manos vacías. Preso se llevaron a un paisanito -así llaman aquí a los guerrerenses que llegan hasta aquí para alquilarse como peones en el cultivo del nopal, cuya temporada es de octubre a febrero- que había saltado la barda para esconderse en el patio. Como él, varios peones de fuera cayeron en la redada.

"Por el momento -explicó Miguel Alvarez, de Serapaz- el objetivo de la misión es crear condiciones para que la gente pueda tener confianza de hablar, de denunciar. Lo que personalmente veo es una gran desproporción en la magnitud de la fuerza usada para la represión y la dimensión real del problema político. En el operativo policiaco entraron criterios preventivos equivocados: como había la denominación autónomo la relacionaron con zapatismo; como hace dos años hubo pintas de una fuerza guerrillera implicaron equivocadamente a la protesta política con un movimiento armado. Y como telón de fondo está todo este enorme desfase entre el conflicto vivido en el municipio con la falta de marcos políticos y jurídicos para los derechos indígenas".

Puede ser, pero por lo pronto Rosa Mares mira las huellas de los disparos en su muro, en la puerta de su tienda, y hace una pregunta que apunta al fondo del problema de Tlalnepantla: "¿Se imagina cuándo va a volver la paz a este pueblo?".

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