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México D.F. Miércoles 28 de enero de 2004

Luis Linares Zapata

Una república confundida

En medio de una furibunda como tupida crítica contra la honestidad, la pérdida de las proporciones y la ancha permisibilidad del entorno cercano a Los Pinos, el presidente Vicente Fox se da tiempo para hacer mofa de los sueldos de un jefe de logística que también le maneja el auto a López Obrador.

El jefe de Gobierno del Distrito Federal tiene que meditar sobre la vulnerabilidad de una imagen "exitosa", basada en el dogma en que ha convertido a una interesante política de austeridad, y dedicar menos energía para recargarse en los enemigos y acechanzas etéreas que apunta como causales del escándalo desatado. Predicar sin recato una fórmula en la que él cree, hacerla aplicable a todos, por cualquier motivo y en todo momento, se ha convertido en un irresistible imán que atrae no sólo oposiciones razonadas, sino malquerencias y envidias abrumadoras.

A pesar de ello, y sin dejar de reconocer que el caso Nico tiene raíces dignas de ser exploradas, las disonancias que introducen las palabras presidenciales llaman la atención y obligan a reflexionar sobre el ya arraigado desconcierto que viven los ciudadanos de esta república.

La cerrada defensa que durante meses sostuvo el grupo Guanajuato del subsecretario Raúl Arriaga por los permisos de caza ilegales, a pesar de las abiertas denuncias del propio secretario de Semarnat, condujo a un callejón que, para sortearlo, obligó a varias renuncias, una de ellas con rudeza innecesaria. Los inaceptables excesos de un flamante embajador ante la OCDE, de no mediar denuncias de prensa basadas en filtraciones, a pesar de que trataron de ser minimizados para semblantear una posible salida airosa, todavía esperan una auditoría que ya nada puede añadir al veredicto dictado por la opinión ciudadana. La casa presidencial trató de agruparse y defender a su allegado hasta que las evidencias y el escándalo tocaron con insistencia a sus puertas para hacerlo insostenible. Ni una palabra ha dicho el señor Fox de la conducta dispendiosa de un personaje salido de las mismas filas del glamoroso staff que coordinaría al gabinetazo. Seguramente espera los resultados que le dará un enredado canciller que nada había notado de anormal.

Pero hay todavía más: a las recomendaciones extendidas por la señora Sahagún para favorecer a litigantes de predios federales, por cierto bien relacionados con los célebres Amigos de Fox, se les dictó airada negativa desde lo alto de su poderosa oficina. Sin embargo, cunden las sospechas fundadas porque van encontrándose indicios comprometedores, cartas cruzadas, aceptaciones implícitas, chicanas de leguleyos y enredados dictámenes de jueces locales, que llevan a la certeza de una intervención por completo indebida de la esposa del Ejecutivo que dañará el patrimonio colectivo. Y, para colmo, salen a la luz los no conocidos bonos adicionales para la alta burocracia federal que debieron autorizarse desde Los Pinos. Otros 5 mil millones de gasto corriente para compensar salarios, que ya son, de origen, abultados. Y de esto nada se había informado. Quedará el hecho como oneroso testimonio de la transparencia oficial tan presumida en días recientes.

Ya no se puede aceptar la explicación de los prietitos en el arroz, que tanto gusta dar al Presidente, para justificar las desviaciones de una normalidad aceptable. El argumento es pueril e inconsistente, además de ser un insulto para la informada inteligencia de la gente llana, enterada o la común.

Y, para ensanchar el desconcierto ciudadano, Luis Ernesto Derbez se empeña en ejecutar saltos al vacío administrativo y conceptual dentro de su propia secretaría, que tan vitales asuntos externos debe atender. No contento con las remociones de embajadores, cónsules y consejeros culturales, con el no confesado propósito de finiquitar la política y la estructura dejada por su antecesor y que le costó varios roces con el Senado, se ha empeñado en designar a personas con exigua experiencia en cargos de altísima responsabilidad. Es el caso del subsecretario para asuntos de América del Norte y, ahora, uno todavía más flagrante, el de director general para las relaciones con esa vital área del mundo. Un muchacho de 27 años, recién salido de una profesión por completo desconectada de la materia no puede ser una razonable opción. Estos nombramientos apuntan hacia problemas distintos, tal vez de naturaleza íntima del titular, que lo hacen optar por tan aventuradas designaciones. Nadie puede, sin una preparación meticulosa, que implica años invertidos en entender los sistemas políticos, económicos, culturales y sociales, su accionar y actores, historia y ambiciones de las tres naciones involucradas (Estados Unidos, Canadá y México), que los actuales funcionarios están muy lejos de tener.

Cabe una explicación adicional a la caprichosa conducta del doctor Derbez: la decisión de llevar a esos puestos a sujetos cuya labor se reduzca a obedecer las tareas que se les dicten desde Washington. Y por esto, como en las demás mencionadas, el presidente Fox tiene la obligación de responder para dar, aunque sea, la impresión de estar atento a lo que sucede en su entorno.

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