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México D.F. Domingo 1 de febrero de 2004

MAR DE HISTORIAS

Asaltos

Cristina Pacheco

ƑSeguro que no quiere que lo llevemos con un doctor?

-Ya, Carolina, déjalo: no tiene nada.

-Se ve mal-. Carolina se acerca al pasajero que yace en el asiento del microbús: -ƑVive cerca? ƑCómo se llama?

-Gabriel-. Enseguida cierra los ojos. Necesita tiempo para decidir qué hacer: levantarse o dejar que los pasajeros lo llamen "pobre señor" y reconstruyan en desorden los pormenores del asalto:

-Venía medio dormida y no vi dónde se subieron esos malditos -precisa la acompañante de Carolina.

-El más moreno sacó mis cosas y tiró mi bolsa por la ventanilla. šNo entiendo para qué!

-Nomás por hacer el mal -responde una mujer que parpadea con insistencia. -Se llevaron mis anteojos, que no le sirven a nadie.

-El otro se burló de mí: "No chille, abuelita, no voy a hacerle nada si me entrega sus aretes". šCínico!

-Al más moreno se le notaba lo desalmado -dice Carolina, estremeciéndose.

Gabriel abre los ojos y la mira. Carolina le toca la frente:

-La tiene empapada. Creo que del susto le dio calentura.

Gabriel se recarga en la ventanilla y, jadeante, declara:

-Es que soy hipertenso.

Un hombre calvo, vestido con chamarra caqui, observa a Carolina. Va a decir algo pero se lo impide el regreso del chofer y la comitiva que salió en persecución de los ladrones.

-šNi sus luces! -informa el chofer mientras se masajea un hombro. -Se me figura que se largaron en un coche que estaba esperándolos. O puede que se hayan metido en la Unidad Margaritas. Allí nadie va a encontrarlos: šSon un chingo de casas! Ni mais, šse pelaron!

Gabriel se enjuga la cara con el dorso de la mano y se pone de pie. Los pasajeros lo observan.

-Oiga, Ƒpuede caminar? -le pregunta Carolina.

-Sí, ya es muy tarde-. Gabriel consulta la hora: -van a dar las siete.

-No le quitaron su reloj -dice el hombre de la chamarra caqui.

-No les dio tiempo -responde Gabriel.

-Tuvo suerte. A mí me pelaron todo lo de la cuenta y me dieron un santo madrazo en el hombro -afirma el chofer.

-Antes diga que no le dispararon -sentencia la mujer miope.

Gabriel se encamina hacia la salida, pero el hombre de la chamarra caqui le marca el alto.

-ƑEspérese!- Da un paso hacia Gabriel. -ƑDe casualidad usted no conocía a los ladrones?

-ƑPor qué iba a conocerlos? -responde Gabriel, extrañado.

Los pasajeros se mantienen expectantes. El hombre de la chamarra caqui mira al chofer. El interpreta su gesto y cierra la puerta. Gabriel, esforzándose por sonreír, lanza una mirada general:

-ƑTengo cara de ladrón o qué?- Nota que el hombre de la chamarra caqui sigue observándolo: -ƑPasa algo?

-La cosa está muy rara-. Advierte que Gabriel va a protestar: -En su caso, tendría cuidado antes de abrir el pico.

-ƑDe qué habla? -pregunta Carolina.

-Tú no te metas, Caro; mejor ya vámonos -murmura su amiga.

-No, quédense. Necesitamos estar juntos para ir al Ministerio Público a hacer la denuncia -aclara el hombre de la chamarra caqui.

-Eso es pura perdedera de tiempo. No vamos a ganar nada. A estas horas los ladrones ya quién sabe por dónde irán -argumenta el chofer.

-Se escaparon dos, pero todavía tenemos a uno-. El hombre de la chamarra caqui señala a Gabriel.

-ƑMe está acusando? Es un delito decir esas cosas cuando uno no tiene pruebas -protesta Gabriel.

-Las tengo: su reloj. No se lo quitaron. šEs de los mismos!

-No tengo la culpa de que no les haya dado tiempo.

-Ay, sí, šqué fácil!- El hombre de la chamarra caqui se acerca a Gabriel y ordena a los pasajeros: -Agárrenlo. Voy a buscar su cartera. Si todavía la trae, es que trabaja con los ratas.

Gabriel se resiste, pero no logra evitar que el hombre de la chamarra caqui le registre las ropas. Cuando encuentra la cartera, la muestra en alto:

-ƑVen cómo tenía razón?- Mira a Gabriel con desprecio:

-También eres uña, no te hagas-. Abre la boca como si fuera a escupir: -Que-rías distraernos.

-Pero usted, Ƒcómo lo supo? -pregunta Carolina.

-Dijo que era hipertenso y que sudaba porque tenía calentura-. El hombre de la chamarra caqui sonríe triunfal: -Soy hipertenso y jamás me ha dado fiebre.

-šQué chingonería! -murmura el chofer. El elogio fortalece la posición del acusador. Se vuelve amenazante hacia Gabriel: -Y te advierto que la cosa no va a parar aquí. Dejo de llamarme Edelmiro si no logro que nos digas dónde encontrar a tus cómplices.

-šImbécil! šNo soy cómplice de nadie!- Gabriel siente un golpe en el cuello, se vuelve y descubre que el chofer es su agresor: -ƑQué trais, güey?

-ƑQué trais tú, pendejo?- El chofer habla en tono fanfarrón: -ƑQué dijiste? "šYa chingué!" Pos fíjate que no: quiero mi lana.

Gabriel ve que el círculo de pasajeros se estrecha y lo obliga a retroceder hasta el fondo del microbús. Se desploma en un asiento y levanta las manos, pero no logra contener los golpes.

-Lety, esto es horrible -gime Carolina.

-Se lo merece -responde Leticia, fascinada.

-šDéjenlo!- Carolina mira al hombre de la chamarra caqui: -Por favor, šhaga algo!

Magnánimo, el hombre de la chamarra caqui levanta la mano para suspender el ataque y se coloca frente a Gabriel. Mientras lo observa, le ordena al chofer:

-Arráncate. En la delegación, quiera o no, este cabrón va a soltar la sopa ante el Ministerio Público.

-Espérense- Gabriel se toca el púmulo inflamado: -Déjenme explicarles.

Cada vez más dueño de la situación, el hombre de la chamarra caqui se vuelve implacable:

-Ah, sí, ya me imagino lo que vas a decir: "yo no sé nada, no conozco a los ladrones".

-Sólo a uno, el morenito: es mi hijo Esteban- Gabriel escucha rumores e inclina la cabeza: -El domingo fue a la casa para avisarnos que su señora acababa de aliviarse y hasta me lo dijo: "Tu nieto sí llegó con torta bajo el brazo. Me recontrataron en la fábrica". Me dio gusto porque llevaba más de tres años arrimado con los suegros, batallando, sin conseguir nada. No me imaginé que anduviera metido en esto.

Los pasajeros retroceden y observan al acusador. El hombre de la chamarra caqui no cede y presiona más a Gabriel:

-ƑTu hijo? Pues más a mi favor. ƑDónde podemos encontrarlo?

-Aunque me peguen, aunque me maten, no lo voy a decir-. Un gemido escapa de la garganta de Gabriel: -El no era malo, no entiendo qué pasó.

El hombre de la chamarra caqui resopla y se golpea las rodillas con los puños:

-Será el sereno, pero no voy a quedarme así-. Con un movimiento preciso le arrebata su reloj a Gabriel. Lo desliza en su bolsillo y se dirige hacia la puerta. Los pasajeros continúan inmóviles, mirando cómo el hombre de la chamarra caqui se pierde en la calle sombría.

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