José Cueli

El estilo Angelino

Sol invernal, seda suave y rubia, miel y naranjal. La Plaza México, vacía, se erguía como una pirámide azteca rodeada de magueyales tlaxcaltecas y volcanes nevados. Temblaba el azul de los cielos en la claridad de la tarde y se arrugaba el pelambre negro terciopelo de los toros de La Venta del Refugio. Tarde invernal, dulcedumbre femenina al cantar oles, los cabales en el coso y latir de pechos de las guapas. Tarde pura, mitad oro, mitad toronja, entre abeja y mariposa en el capote del torero tlaxcalteca José Luis Angelino. Bajo la llama solar, la fiesta brava revive en estas corridas de aniversario.

En la tarde invernal surgió la poesía de José Luis Angelino, un torero recién llegado al toreo. Un chaval fresco, valiente en el instante más propicio para un triunfo por su estilo propio al trazar un verso ignorante e inconsciente a toros difíciles de La Venta del Refugio, a los que por los pitones se les veía el quirófano.

Por su ímpetu, por su ardor, por la fuerza de su toreo, Angelino consiguió que la efusión de su juventud, embriagada de esta locura llamada toreo, encendiera la luz de un torear diferente, a pesar de no redondear sus faenas.

Su quehacer torero es aún formidable himno rústico. Tiene olor, sabor, calor de campo y plaza de pueblo, pero su toreo no es pueblerino. Está lleno de sensualismo, ingenuamente relajado, al ofrecer a la imaginación de los cabales el cuerpo moreno al marfil de los pitones que, gracias a su frescura juvenil, impactó a los cabales, únicos espectadores en la plaza vacía.

En corrida en que un aburrido Manuel Caballero sacó una cortante navaja albaceteña y fulminó a su enemigo de gran estocada en todo lo alto y José María Luévano, agitado y tieso se impuso al sexto toro, el mejor -por su nobleza- de los toros de la Venta del Refugio; sosos, rajados, difíciles... Y hasta el jueves con el controvertido divo de Chiva, Enrique Ponce.