.. | México D.F. Lunes 2 de febrero de 2004
TOROS
En la decimocuarta corrida, más gente en el
callejón que en los tendidos
Gran actuación de Caballero, Luévano
y Angelino ante otro deslucido encierro
Los dos primeros cortaron oreja y el de Tlaxcala refrendó
su enorme potencial
LEONARDO PAEZ
¿Qué propició que la tarde de ayer
los tres alternantes consiguieran un desempeño memorable? Su casta,
en oportuna y emocionante sustitución de la que le faltó
al bien presentado pero manso y deslucido encierro de La Venta del Refugio.
Manuel Caballero
El
diestro de Albacete, en su tercera comparecencia esta temporada, enfrentó
primero a Fósforo, negro bragado, cornivuelto, con 496 kilos
y débil de remos, como la mayoría de sus hermanos, sobrados
de peso y escasos de casta.
Tras un puyazo, quitó Manuel por chicuelinas naturales
y quietas. Si bien el lado bueno del burel pareció ser el izquierdo,
Caballero se empeñó en torear inicialmente por el derecho,
en muletazos con limpieza y continuidad pero sin emoción. Por fin
se pasó la franela a la zurda cuando ya el toro apenas podía
embestir. Cobró una gran estocada y el juez Eduardo Delgado concedió
la oreja, mayoritariamente pedida.
Con el cuarto, alegremente bautizado como XO, con
550 kilos, enmorrillado, hondo de caja y tocado del pitón derecho,
que llegó a la muleta soso, deslucido y sin poder con su peso, Caballero
estuvo aseado antes de dejar otra estocada certera. Ah, si a este buen
torero le echaran en México toros a los que hay que poderles...
José María Luévano
También en su tercera corrida en el serial, el
diestro de Aguascalientes se las vio primero con Buen trato, con
481 kilos, negro entrepelado bragado y bizco del pitón derecho,
que no obstante su debilidad de manos sufrió un bombeo inmisericorde
en la única vara que tomó.
A la sosería del astado hubo de añadirse
un fuerte viento, por lo que Luévano tragó en dramáticos
muletazos por ambos lados, sin lucimiento pero de gran mérito. Como
se entregara en el volapié, incluso de efectos más rápidos
que el de Caballero, dio una justificada vuelta al ruedo.
Como consecuencia de que en el callejón de la México
había, además de embarnecidos apoderados, ganaderos, actores,
hoteleros y locutores, Luévano, al querer brindarle a uno de los
empresarios de Madrid se equivocó de persona.
Diácono, con 534 kilogramos, fue sin embargo
el más claro y pasador del desafortunado encierro, lo que permitió
a José María consentir al mansurrón en tandas de derechazos
con sentimiento y hondura, muy bien rematadas. Cuando buscó la igualada
prestó oídos a ciertos villamelones e intentó
algunos naturales sin lucimiento. En el primer viaje pinchó y fue
trompicado, para enseguida dejar tres cuartos de acero que bastaron, llevándose
merecida oreja.
José Luis Angelino
Estamos ante una figura en cierne que si nuestro inefable
duopolio taurino no dispone otra cosa, en breve deberá ocupar un
sitio destacado, acorde a su potencial.
Con Media luna (486 kg), el de más trapío,
no kilos, con una bella cabeza de armoniosos y desarrollados pitones, que
empujó en el puyazo, Angelino derrochó facultades en el segundo
tercio, esquivando cornadas a cuerpo limpio y dándole jerarquía
a una tauromaquia lúdica, sin efectismos ni ventajas. Muleta en
mano exhibió, una vez más, las cualidades que lo pueden llevar
hasta donde su inteligencia quiera: intuición, técnica, expresión
y entrega. Con un aguante sin aspavientos, consiguió muletazos imposibles,
bajando mucho la mano. Saludó en el tercio, pues si hubiese matado
al primer viaje, corta una oreja.
A Cubano, de 512 kilos, que cerró plaza,
muy bien armado, lo toreó por templadas verónicas y remató
con una larga para un óleo. Volvió a banderillear lucidamente
y con verdadera exposición a otro astado poco propicio, que llegó
con peligro al tercio final. Quieto y enterado, José Luis le hizo
mucho más de lo que merecía aquel marrajo, antes de escuchar
un aviso y otra fuerte ovación de un público que irá
a verlo cuando vuelva a ser anunciado.
Inició el festejo el veterano rejoneador Gerardo
Trueba, ya con 25 años de alternativa y seis de no venir a la México,
para enfrentar un toro de Los González y no de Manolo Martínez,
como originalmente se anunció. Si bien el burel soseaba, permitía
un lucimiento menos precavido que el intentado por Trueba, quien invariablemente
clavó los rejones a la grupa y necesitó de cinco rejones
de muerte antes de oír pitos de impaciencia. Pero qué necesidad,
como diría Juanga.
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