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México D.F. Miércoles 4 de febrero de 2004

Robin Cook

Injusto, culpar a los servicios de inteligencia

El tratar de definir por qué el gobierno cree que fue a la guerra, ha resultado tan difícil como obtener información de inteligencia confiable sobre las armas que tenía Irak bajo el régimen de Saddam Hussein. Hasta este fin de semana, gran parte de Gran Bretaña estuvo engañada para que creyera que invadimos Irak porque los ministros tenían escalofriantes evidencias de que Hussein compró armas de destrucción masiva con las cuales nos destruiría si no lo atacábamos primero.

Este martes, el primer ministro (Tony Blair) apareció ante un comité de relaciones para desestimar, con impaciencia, la noción de que la justificación de la guerra no se basaba en nada tan tangible como un arsenal.

Sería útil para refrescar la memoria colectiva de los ministros si nos remontamos a los textos que ellos mismos redactaron en su momento. La moción que presentaron ante el parlamento en la víspera de la guerra solicitaba a la Cámara de los Comunes "respaldar la decisión del gobierno de que el Reino Unido debía emplear todos los medios necesarios para garantizar que Irak sería despojado de sus armas de destrucción masiva".

El otro argumento para la guerra desplegado entonces fue que la invasión era necesaria como parte de la guerra contra el terrorismo, para evitar que las legendarias armas de destrucción masiva cayeran en manos de Al Qaeda. En ese sentido, probablemente es mejor que las armas no existan, porque ahora Irak está repleto de terroristas internacionales como resultado de nuestra invasión y la consecuente desaparaición de la seguridad en sus fronteras.

En tanto, la guerra y la ocupación que siguió se están convirtiendo en un objetivo espectacular de la guerra contra el terrorismo. El lunes, el Comité Selecto de la Oficina del Exterior dijo en un reporte que el fracaso en la búsqueda de las armas de destrucción masiva "ha dañado nuestra credibilidad y la de Estados Unidos, en su papel de líder de la guerra contra el terrorismo", y que la ocupación "posiblemente ha hecho que sean más probables, en el corto plazo, los ataques contra ciudadanos británicos e intereses de nuestro país".

En resumen, la guerra no ha eliminado una sola arma de destrucción masiva ni disminuido la amenaza terrorista contra intereses británicos. Sin embargo, ha socavado la autoridad de la Organización de Naciones Unidas, nos ha hecho distanciarnos de nuestros socios europeos más importantes y ha dañado nuestra imagen ante el tercer mundo, particularmente en los países árabes. La guerra en Irak se consolida como el más grande error en la historia de la política exterior y de seguridad británicas desde Suez.

Y ante la cada vez más grande montaña de evidencias de que el gobierno se equivocó, ayer se nos ofreció una investigación con la magnitud de un ratón. Dado que Downing Street ha intentado trazar paralelismos con el comité Franks, que analizó la guerra de las islas Falkland , será muy instructivo comparar el amplio alcance de dicha indagatoria con los nuevos términos limitantes de la nueva investigación Butler.

El comité Franks debía revisar "las responsabilidades del gobierno" tras la guerra de las Falkland. No existe ningún indicio que nos indique, en la investigación Butler, que los ministros podrían tener alguna responsabilidad por lo que salió mal. Ciertamente, no existe la menor sugerencia de que los distinguidos miembros de este comité deban perder su tiempo considerando un principio constitucional tan pasado de moda como la responsabilidad ministerial.

En cambio, deberán limitarse a la muy estrecha cuestión de qué tan exacta fue la información de inteligencia, como si un juicio de ésta nos hubiera llevado a la guerra con base en una amenaza. La realidad es que la información sobre Irak fue desvalijada, con tal de encontrar fragmentos que respaldaran la decisión política.

En las últimas semanas se ha tendido a discutir la información de inteligencia como si fuera un hecho científico comprobado. No lo es. Si la información se obtuviera de fuentes públicas y abiertas no se necesitaría de un servicio secreto para recopilarla. El trabajo de las agencias de inteligencia es espiar en los rincones oscuros del globo y tratar de armar todo un rompecabezas con base en unas cuantas piezas que han logrado mediante chismes e intercepciones.

Todos los informes de inteligencia que he leído estaban meticulosamente redactados, de forma tal, que se demostraba la confiabilidad de los datos y se reconocía que podía haber interpetaciones alternativas.

Sería una flagrante injusticia dejar que ahora las agencias de inteligencia cargaran con la culpa de construir una guerra sobre cimientos tan endebles. Al menos, la investigación Butler necesita preguntar cuáles fueron las agencias a las que se pidió información sobre Irak, y si Downing Street alguna vez hizo una pregunta escéptica a dichas agencias antes de enjaretarle al público la guerra.

Pero hay una falsedad aún mayor albritain_foreign_sce limitar los términos de referencia a la inteligencia. La verdad es que Tony Blair no llevó a los británicos a Irak porque hubiera alguna evidencia de armas de destrucción masiva. Se unió a la guerra porque quería probarle al presidente Bush que él era su mejor amigo y Gran Bretaña su aliado incondicional. La investigación Butler no es sino una distracción diseñada para analizar el pretexto para la guerra, pero no sus orígenes.

Para esclarecer la razón real de por qué Gran Bretaña fue a la guerra, tendríamos que ver todo lo que pasó entre Downing Street y la Casa Blanca durante el transcurso del año anterior. Si resulta que Washington tenía alguna razón para creer que Londres tomaría parte en una invasión a Irak antes de que se publicara el dossier de septiembre, ya no tendría mucho caso el preocuparse de por qué lo que se afirmaba en el documento estaba tan equivocado, y aún menos caso tendría tratar de culpar a las agencias de inteligecia por la decisión de invadir.

Downing Street mantendrá con una correa muy corta a lord Butler, por si éste tuviera la impertinencia de rebasar sus atribuciones oficiales. Aún así, podríamos sacar algo en claro gracias a investigaciones paralelas que se llevarán a cabo en Estados Unidos.

La confirmación última de que somos un socio menor en esa relación tan especial es el hecho de que Gran Bretaña decidió que hubiera una investigación sólo porque el presidente Bush ya había decidido abrir una para Estados Unidos. Nada podría demostrar con mayor elocuencia que nos hemos vuelto dependientes, hasta la humillación, de las iniciativas de la Oficina Oval.

Sin embargo, todavía tendremos que esperar los resultados debido a que la Casa Blanca ya dijo que se cumplirá hasta el próximo año el plazo para entregar los reportes de su investigación. Somos adultos y sabemos cuál es la razón de tomarlo con tanta tranquilidad. Le viene de maravilla al presidente Bush que la investigación sea hecha a un lado, de una patada, al lugar más lejano que pueda hallarse después de las elecciones presidenciales.

Para Tony Blair esto es un desastre potencial. La consecuencia podría ser que se emitiera un reporte embarazoso en la víspera de las próximas elecciones generales.

No sé si el presidente Bush estaba consciente de esa torpe previsión política. Es obvio que aunque supiera que esto le causaría dificultades a su amigo en Downing Street, no lo pensó dos veces.

En una de mis últimas reuniones con Tony Blair, antes de mi renuncia, le advertí que la Casa Blanca consideraría un valor agregado el hecho de que la controversia en torno a Irak debilitara a una adminstración de izquierda en Gran Bretaña.

Espero que después de la lección de la semana pasada no le haya pasado inadvertido que, a pesar de la apuesta política a la que se arriesgó por el presidente Bush, no existe en la adminstración estadunidense la menor voluntad de protegerlo de un dolor de cabeza político, pues prefiere usarlo para disminuir sus presiones domésticas.

Robin Cook fue ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña y el 18 de marzo de 2003 renunció a su puesto como presidente de la Cámara de los Comunes en protesta por el apoyo que el gobierno de su país dio a la guerra contra Irak.

N de la T. Nombre que le dan en el Reino Unido a las islas Malvinas, cuya soberanía reclama Argentina.

©The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

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