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México D.F. Domingo 8 de febrero de 2004

Bárbara Jacobs

Un uso del paraguas

"Del repertorio al que ustedes deben recurrir, jóvenes queridos, para encontrarle sentido a la vida, no descuiden -insistía, entrecerrando los ojos Lunas, transportado por sus propias palabras- las caminatas."

Bostezos de mis compañeros, deportistas de café, si acaso anhelantes de dominar algún día la velocidad de una motocicleta, las ideas de nuestro profesor los tenían sin cuidado.

Una vez en la ciudad, a la que llegaba en un autobús desde su cabaña entre montañas y bosques al lado de una carretera, Lunas se trasladaba de un lugar a otro a pie. De este modo llegaba a la preparatoria; en esta forma visitaba librerías y cafés; esta era la manera en la que volvía, entrada la noche, a la estación del sur. Lunas era un caminante particular. Hacía mapas cuidadosos de las diferentes rutas que practicaba para llegar a los mismos lugares. Cortas, largas, concurridas, solitarias, rectas, curvas, laberínticas: seguras, peligrosas. Agradables, desagradables.

Una compañera, que se empeñó en no permitirme llevar a cabo sola mi plan de seguirlo, me acompañó en más de una ocasión tras las pistas de nuestro profesor. El único denominador común a todos sus trayectos era el mercado de flores. Lo recorría pausado, como si disfrutara de la forma, el color, los aromas distintos del viejo depósito de flores no muy lejos de nuestro recinto escolar. Nunca lo vi adquirir ninguna flor; pero, una vez, sí lo vi tomar un clavel rojo y, como si la marchanta se lo hubiera obsequiado, colocárselo en el ojal de la solapa del saco, cerca de la punta de su pañuelo, que no utilizaba y que era invariablemente gris, de un gris azulado, que él o su mujer sabía doblar.

ƑY qué más debíamos incluir en el repertorio -el repertorio anárquico- de cosas que hacer para no advertir el sin sentido de la vida? Aparte de unos cuantos autores, de unos cuantos compositores, de la pintura y el arte en general, Ƒsería posible que caminar completara el cuadro?

En épocas de lluvias, Lunas abría el paraguas y se alzaba el cuello del impermeable; pero, durante los meses secos, lo que hacía con este artefacto era balancearlo. No lo soltaba sino en el salón de clases, cuando colocaba el mango en el respaldo de la silla detrás de su escritorio. El paraguas más que arma; más que objeto útil; más que manía, en Lunas hacía las veces de acompañante vivo, de interlocutor en las conversaciones que entablaba, en silencio, mientras caminaba de aquí allá. Si hacía algo con gracia, era balancear el paraguas.

"Lunas -ansiaba yo inquirir-, Ƒhacia dónde se dirige, profesor?" Me parecía que cada ruta satisfacía una necesidad o un deseo muy específico de su interior. Subir por tal calle parecía acercarlo a un posible encuentro, tal era la expresión en su rostro. ƑCon quién? La sensación era que con alguien a quien había conocido tiempo atrás, y de quien recordaba la dirección, o el punto exacto de su último encuentro; alguien a quien, sí, le gustaría rencontrar. Pero, si este era el caso, Ƒpor qué no se detenía y tocaba en la puerta de su memoria? O, para el caso, Ƒpor qué no llamaba a gritos a esa persona con la esperanza de que lo escuchara, es decir, de que esa persona aún viviera; es decir, de que aún viviera ahí, y, de que, de darse la casualidad de que fuera de esta manera, entonces pudiera abrazar a dicho ser y, a través del abrazo, transmitirle su gusto por el rencuentro? Las posibilidades eran bajas; pero el ansia crecía con el tiempo.

ƑA quién buscaba Lunas? ƑQué recuerdo viejo, cargado de una gama de múltiples emociones, pretendía que se encarnara delante de él? ƑY esto sí daba sentido a la vida, maestro? La caminata, o lo que perseguía tras cada una de sus rutas; tras cada uno de sus recorridos, Ƒtenía este encuentro como destino vital?

El sentido de la vida. El sentido de la vida cuando ni siquiera imaginábamos que algo podía hacer que uno lo perdiera. ƑCómo hablar del sentido de la vida, existente, perdible, inencontrable, rencontrable sólo por una reducidísima casualidad, a un grupo de adolescentes cuya única finalidad era terminar como bien pudieran la preparatoria?

"Del repertorio al que ustedes deben recurrir, jóvenes queridos, para encontrarle sentido a la vida, no descuiden las caminatas", nos repetía. Nos hablaba para el futuro. Nos hablaba desde el futuro. Sus palabras se clavaban en nosotros, o nos hacían bostezar, pero quedaban en el aire, y esto era innegable, y Lunas contaba con esta calidad de innegable que portaba su consejo.

Cuando pasaban 15 días y alguna de sus rutas se le hubiera escapado por motivos ajenos a las directrices que él se imponía, se aflojaba la corbata, se desabotonaba el botón superior del cuello de la camisa. Lunas parecía ahogarse a falta de haber recorrido en ese lapso determinada trayectoria: quizás lapso único en el que el ansiado encuentro sí habría podido darse. Se veía desencajado. Parecía como si se le hubiera escapado de las manos el sentido de la vida. Y, en momentos como esos, no existía un espectáculo más abrumador o descorazonador para nosotros, que lo atestiguábamos.

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