Jornada Semanal,  8 de febrero de 2004         núm. 466

ANA GARCÍA BERGUA

EL EXILIO TEMPORAL
DE PEDRO MIRET

A Pedro F. Miret se le admira como a un autor raro entre los raros. Entre los escritores que se pueden llamar "hijos" del exilio español en México su figura reverbera como la de un tránsfuga de todas partes. Pintor, arquitecto, guionista de cine, Luis Buñuel lo elogió en su famoso prólogo afirmando que su lenguaje es puramente descriptivo y podría llevarse al cine "sin la previa transformación del medio literario al de la imagen". José de la Colina escribe también que "leer, entrar en un cuento de Pedro F. Miret es entregarse a una experiencia nueva y que sólo lateralmente es literaria o estética". Es verdad que el narrador de Miret, más que contar una historia parece recorrerla y describe cada detalle, cada gesto, con una precisión visual obsesiva, dando cuenta de lo dicho por sí mismo y por los otros con toda objetividad, a la par que en la historia que está contando prevalece un gran misterio. Su narrador está siempre adentro de la historia, preso de no saber qué irá a suceder después, vértigo que suele pertenecer al lector.

Sin embargo, yo pienso que si la narrativa de Pedro F. Miret estuviese tan alejada de los recursos propiamente literarios, no sería raro que sus libros se nos cayeran de las manos, como el guión de una película que no podemos ver y no resulta satisfactorio. Por ejemplo, su novela Insomnes en Tahití: un personaje llega a un hotel en Tahití y se encuentra con otro que intenta venderle unos dibujos de Gauguin, coludido con un supuesto hijo del pintor que identifica la autenticidad de los dibujos mediante un curioso procedimiento mediúmnico. La novela consiste en los diálogos del protagonista con el vendedor, con el hijo de Gauguin y un argentino, durante una noche en que nadie de ellos duerme. ¿De qué hablan? De pintura, de estética. Pero estos diálogos, el humor combinado con agresividad, la confianza reticente entre los personajes, el hotel abandonado a cuyas puertas asoman de tanto en tanto personajes misteriosos, hacen que la novela resulte, a su manera, apasionante. El narrador de Insomnes en Tahití es esquivo: cuando alguien le pregunta quién es o a qué se dedica, simplemente responde: "se lo dije" y nos deja en ascuas. Recursos así serían imposibles de traducir al lenguaje cinematográfico. Los recursos de Miret, dentro de su rareza, dentro de su aparente inmediatez, son también muy literarios.

En efecto, el "yo" de Miret piensa, razona, sufre necesidades fisiológicas, miedos, mientras penetra en situaciones sin sentido con una naturalidad semejante a la de los sueños, naturalidad que ahorra explicaciones e incluso deja frases y palabras a la mitad, con un ritmo muy similar al de los pensamientos. Su narrativa parece prescindir del lector: uno tiene la impresión de que al leerla espía en la cabeza de otro y quizá no debería estar ahí, como los espectadores del cine a los que unos matones asesinan en uno de los cuentos de "Prostíbulos" porque no saben dibujar un león.

¿Kafka, quizá Alfred Kubin? Y también la obra de Miret, por razones obvias, se encuentra emparentada con un surrealismo más bien español, chocarrero y escatológico, como el de Buñuel en películas como El discreto encanto de la burguesía o El fantasma de la libertad. Su sentido del absurdo se hermana con el de los cuentos de Gerardo Deniz –especialmente "Necroforia", el del cadáver que la familia traslada en el metro–, o con algunos de José de la Colina, como "El partenaire de Leda" aquel del cisne que luego de hacer un número de cabaret fuma un cigarrillo con la punta del ala ya manchada de nicotina. En aquel espíritu, la realidad se desdobla sin dejar de ser ella misma de una manera casi geométrica, con resultados imprevisibles. Este parentesco no resulta raro si se piensa que fue iniciativa de Deniz y de De la Colina que la obra literaria de Pedro Miret se diera a conocer, si bien no se lee lo suficiente.

Se me ocurre que su manera de narrar corresponde a una literatura que más adelante, quizá, estará muy extendida. Una literatura imbricada con la narrativa audiovisual pero que incluye el mundo interior de sus personajes a la manera hipnótica del surrealismo. Habrá que esperar, entonces, que novísimos narradores depuren el lenguaje a su expresión más inmediata: la del pensamiento y las sensaciones tal como van apareciendo dentro de una realidad llena de sesgos inquietantes, siniestros y jocosos, para encontrarse, a la vuelta de la esquina, con la narrativa de Pedro Miret, que espera ahí desde hace treinta o cuarenta años, en una especie de exilio temporal.

PD. La verdad no entiendo por qué Juan José Gurrola necesita insultar a la gente para demostrar que Miret era su cuate y se sentaba a su mesa del café. ¿Qué le pasó, maestro Gurrola?.