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México D.F. Domingo 15 de febrero de 2004

Juan Saldaña

Pormenores

Resulta grotesco o, por lo menos, difícil de aceptar que un acto político en el que se involucra el porvenir de una nación entera, pueda ser analizado, a pocos años de su transcurso, mediante el recuento de sus banalidades. Que el detalle, en apariencia intrascendente, sea justamente lo que más nos acerque a un juicio equilibrado de la realidad.

Definidas por el detalle, así sin más, vagan por la historia de nuestros tiempos cuestiones que tendrían, desde un enfoque histórico más serio, que ser deslindadas a mayor profundidad. Pero no sucede así. En realidad, trascienden por los detalles que suscitan. En esa medida, existen historias escritas por quienes se han metido a averiguar sobre el papel real que desempeñó Malintzin y su relación interpersonal con el conquistador Hernán Cortés. Se nos ha "contado" la historia de los devaneos amorosos de los luises de la Francia eterna y de sus consecuencias sociales y políticas.

Todo pareciera indicar que este turbio ayuntamiento de los momentos políticos que dan fin a un sistema con la vida amorosa de sus primates es una constante valedera.

Porque, más allá de cualquier barato intento de "sicoanálisis histórico", lo que sí es necesario reconocer es que las relaciones humanas, su intensidad y sus ritmos, determinan, sistemáticamente, decisiones y conductas del ser humano. Y de manera asaz importante, la del ser humano que vive un universo de decisiones con consecuencias sociales como el político.

Resulta importante reconocer también en esta parte del razonamiento que un país, en un momento del desarrollo, como el nuestro, especialmente complejo y diversificado, requiere de un esfuerzo social claro, distinto, planificado, sectorizado; un esfuerzo conducido, en fin, por un gobierno con cuya filosofía última podamos estar o no de acuerdo, pero que nos sintamos obligados a secundar y apoyar en un gran esfuerzo nacional. Y eso, lisa y llanamente, constituiría la democracia mexicana, más allá del momento electoral. Orientaría un ejercicio democrático desde el gobierno, con independencia de su filiación política original.

Y ese cambio democrático hacia visiones más claras y precisas de las urgencias sociales del país, fue el cambio que esperamos una abrumadora mayoría de los mexicanos al promover el enorme viraje electoral que puso en el poder a Vicente Fox Quesada.

Han sido éstos, años de angustia y esfuerzos. Años de desgaste y desesperanza. Años en que las expectativas sociales y económicas de los mexicanos se han ido diluyendo, como el agua entre las manos.

Los mexicanos arribamos al proceso electoral del año 2000 equipados con nuestras experiencias y jalonados por nuestras esperanzas. Décadas de malos gobiernos consolidaban el voto por el cambio. Argucias y manipulaciones ilegales de las derechas se comprobaron después, pero Vicente Fox ya era Presidente de la República. Nos restaba sólo esperar un buen desempeño. Ni siquiera las enormidades que se habían comprometido en campaña, pero, bueno, algo que se les pareciera.

Tres años empeñados en trivializar el quehacer de gobierno para convertirlo, en el mejor de los casos, en una asunción de problemas cuya solución estorban, de manera sistemática, los órganos de la democracia, primero partidos, y cámaras después y que, por tanto, deben esperar su turno para ser encarados y quizá resueltos.

Tres años en que los mexicanos hemos debido transcurrir como destinatarios de una de las más feroces y despiadadas campañas publicitarias de los últimos tiempos. La campaña desde el poder, para ponderar y reconocer los méritos y logros del poder. Tal ha sido la campaña foxista de medios que buscó votos primero y consensos después.

Vagan por ahí, en distintos informes electrónicos, los presupuestos ejercidos los últimos tres años por el poder central, para soportar los costos de las campañas publicitarias producidas para difundir los méritos del gobierno. Existen cifras impensables.

Tampoco podemos negar la muy clara intención del gobierno de utilizar a los medios de comunicación, al costo que representen, para hacer constituir sus mensajes, prácticamente, en cotidianos y muy frecuentes informes de gobierno.

No se advierte aquí la muy clara diferencia que existe entre "utilizar" a los medios de comunicación para difundir la obra de un gobierno, sea ésta lo que fuere, y ser "utilizado" por los medios para multiplicar, exponencialmente, su poder.

En el desarrollo del drama de difundir la supuesta obra de gobierno, millones de mexicanos se preguntarán por la función que cumple el hecho de divulgar profusamente las intenciones futuristas de la esposa del Presidente, Marta Sahagún, o, incluso, sus intimidades de alcoba, Ƒson pormenores?

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