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México D.F. Domingo 15 de febrero de 2004

Carlos Bonfil

Festival Internacional de Cine Contemporáneo

Por largo tiempo, la cinefilia ha sido en México un placer secreto, casi culpable. Un placer (otro más) de minorías. Al consumo indiscriminado de mercancía hollywoodense, se opone hoy todavía la idea de que existe, en la periferia del gusto popular, un cine de arte totalmente ajeno a la función primordial de entretener: un cine pretencioso, intelectual y aburrido. Este prejuicio persiste tenazmente en la mente y las decisiones de muchos distribuidores, exhibidores y productores; en el reflejo de autocensura de algunos guionistas y cineastas; en la inventiva cero de quienes deciden los títulos en español de las cintas, y muy a menudo en la reacción condicionada de quien decide ir al cine evitando, de entrada, una película que invite a la reflexión o, peor aún, distraiga de la rutina. Desde hace tiempo, también, los cinéfilos contrarían esta lógica de mercado. Son los inconformes siempre insatisfechos, los buscadores de rarezas fílmicas, los improvisados biógrafos sentimentales de los grandes cineastas; en suma, los aguafiestas a quienes los amigos reprochan el haberles recomendado la cinta más soporífera en cartelera.

A lo largo del año, estos cinéfilos se enfrentan a una propuesta comercial avasalladora, organizada por temporadas, como entretenimiento vacacional, con dos periodos pico -semana santa y época navideña-, una avalancha de estrenos infantiles, cintas de acción y comedias románticas, casi todas de origen estadunidense. Frente a este panorama, la cinefilia capitalina cuenta desde hace tiempo con los cineclubes, en número menor que en décadas anteriores, pero todavía muy activos, con la programación cultural universitaria, y una Cineteca Nacional con sus muestras y foros ya rituales. Hasta hace poco, la oposición cine comercial/cine de autor parecía todavía vigente, pero las cosas han comenzado a cambiar, y el paisaje se modifica continuamente: las nuevas opciones fílmicas -cine europeo, asiático estadunidense independiente- ganan presencia en la cartelera, y el público muestra un recelo mucho menor ante el cine que prescinde de las grandes figuras taquilleras.

Cuando una empresa como Cinemex se asocia a la organización y difusión de un Festival Internacional de Cine Contemporáneo, en el que figuran 100 largometrajes y medio centenar de cortos, y en el que predominan propuestas de autor, cine de arte, búsqueda independiente, esto puede ser la señal de una gran apertura, pero sobre todo, del reconocimiento de que la cinefilia -categoría antes desdeñada- representa ya un valor comercial nuevo, muy atendible. Esto explica, sólo en parte, la expectativa y el vigor con el que comienza en pocos días este notable encuentro fílmico. Durante 11 días -del 19 al 29 de febrero- se estrenarán películas recientes de Tsai Ming Liang, Michael Haneke, Jean Luc Godard, Kiyoshi Kurosawa, Elia Suleiman, André Techiné, Otar Iosselani, Samira Makhmalbaf, Jacques Doillon, Raymond Depardon, Atom Egoyan, Dennys Arcand, Robert Altman y Tim Burton, entre muchos otros realizadores. Esto es el equivalente de lo que podría verse en tres muestras de cine y en otros tantos foros. Hay secciones paralelas de cine brasileño y cine hindú, miradas al cine estadunidense independiente, una selección de nuevo cine italiano, un ciclo de primeras obras, otro de documentales, y una vasta selección de cortometrajes canadienses y mexicanos. Una estupenda sección llamada Galas reúne a grandes autores, en su mayoría asiáticos y europeos (19 cintas), y la sección oficial propone 22 películas en competición para los premios a mejor director, mejor película y mejor opera prima; un premio más va a la cinta favorita del público. (Información más detallada en www.ficco-mex.com.)

Los desafíos que enfrenta un festival de esta dimensión son diversos, particularmente en una ciudad acostumbrada a acontecimientos fílmicos de menor escala. Un desplazamiento azaroso de un punto a otro de la ciudad (siete salas Cinemex y varios puntos más de exhibición abierta) representa en sí una dificultad seria. El esfuerzo de organización personal y de orientación será considerable para el cinéfilo capitalino, quien deberá estudiar la programación, revisar las sinopsis, verificar segundas o terceras proyecciones de una misma cinta, y acomodar su calendario y movimientos según las opciones que brinda el festival. Es de esperar que el encuentro ofrezca subtítulos al español para el mayor número de cintas posible, o en su defecto, señale clara y oportunamente la ausencia de los mismos -esto evitará que el público se sienta frustrado o, peor aún, timado. Los espectadores facilitarán su propia selección indagando en los módulos de información sobre qué películas tienen distribución garantizada en México y cuáles no -lo que le permitirá concentrarse en aquellos títulos que sólo se exhiban durante el festival. Este modo de circular a través de cien películas de calidad en poco más de una semana es todo un reto para el cinéfilo, quien deberá organizar óptimamente su tiempo libre y disfrutar del banquete fílmico con la discriminación de un gourmet, y con el cálculo y la paciencia de un conocedor aventurero.

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