Ojarasca 82  febrero de 2004


La Amazonia

¿propiedad internacional?

Cristovão Buarque


 
Durante un debate en una Universidad estadunidense, el ex-gobernador del Distrito Federal y actual Ministro de Educación de Brasil, Cristovão Buarque, fue interrogado sobre qué pensaba sobre la internacionalización de la Amazonia. Un joven estadunidense introdujo la pregunta diciendo que esperaba la respuesta de un humanista y no la de un brasileño. Cabe señalar que estaba en el aire un "debate", abierto por los diarios New York Times y Washington Post sobre la eventual "internacionalización" de las selvas amazónicas.


Como brasileño yo simplemente hablaría contra la internacionalización de la Amazonia. Por más que nuestros gobiernos no tengan el debido cuidado con este patrimonio, el mismo es nuestro. Como humanista, sabiendo del riesgo de degradación ambiental que sufre la Amazonia, puedo imaginar su internacionalización --como también de todo lo demás que tiene importancia para la Humanidad.

Si la Amazonia, desde el punto de vista de una ética humanista, debe internacionalizarse, internacionalicemos también las reservas de petróleo del mundo entero. El petróleo es tan importante para el bienestar de la Humanidad como la Amazonia para nuestro futuro. A pesar de eso, los dueños de las reservas se sienten en el derecho de aumentar o disminuir la extracción de petróleo y subir o no su precio.

De la misma forma, el capital financiero de los países ricos debería ser internacionalizado. Si la Amazonia es una reserva para todos los seres humanos, ella no puede ser quemada por la voluntad de un propietario, o de un país. Quemar la Amazonia es tan grave como el desempleo provocado por las decisiones arbitrarias de los especuladores globales.

No podemos dejar que las reservas financieras sirvan para quemar países enteros en medio de la especulación.

Antes que la Amazonia me gustaría ver la internacionalización de todos los grandes museos del mundo. El Louvre no debe pertenecer apenas a Francia. Cada museo del mundo es el guardián de las más bellas piezas producidas por el genio humano. No podemos permitir que ese patrimonio cultural, como el patrimonio natural amazónico, sea manipulado y destruido por el gusto de un propietario o de un país. No hace mucho, un millonario japonés decidió enterrar su cuerpo con un cuadro de un gran maestro. Antes que eso, aquel cuadro debería haberse internacionalizado.

Durante este encuentro, Naciones Unidas está realizando el Forum del Milenio, pero algunos presidentes de países tuvieron dificultades para asistir por restricciones en la frontera estadunidense. Por eso yo pienso que Nueva York, como sede de Naciones Unidas, debe ser internacionalizada. Por lo menos Manhattan debería pertenecer a toda la Humanidad. También París, Venecia, Roma, Londres, Río de Janeiro, Brasilia, Recife... Cada ciudad del mundo, con su belleza específica, su historia, debería pertenecer al mundo entero.

Si Estados Unidos quiere internacionalizar la Amazonia, por el riesgo de dejarla en las manos de brasileños, internacionalicemos todos los arsenales nucleares de los Estados Unidos. Ellos ya demostraron que son capaces de usar esas armas, provocando una destrucción millares de veces mayor que las lamentables quemazones hechas en las selvas de Brasil.

En los debates, los actuales candidatos a la presidencia de Estados Unidos han defendido la idea de internacionalizar las reservas forestales del mundo como canje de la deuda.

Comencemos usando esa deuda para garantizar que cada niño del mundo tenga posibilidad de comer y de ir a la escuela. Internacionalicemos a los niños, tratándolos a todos, no importando el país donde nacen como patrimonio que merece cuidarse en el mundo entero.

Cuando los dirigentes traten a los niños pobres del mundo como un patrimonio de la humanidad, no dejarán que trabajen cuando deberían estudiar, que mueran cuando deberían vivir.

Como humanista, acepto defender la internacionalización del mundo. Pero, mientras el mundo me trate como brasileño, lucharé para que la Amazonia sea nuestra... ¡Sólo nuestra!
 


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Puerto Príncipe, Haití, 1991. Fotos: Yuriria Pantoja Millán

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