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México D.F. Miércoles 18 de febrero de 2004

Llegó a definirse como ''el último presidente de la Revolución Mexicana''

Corrupción, frivolidad y despilfarro, ejes del sexenio lopezportillista

''Aprendamos a administrar la abundancia'' y ''defenderé el peso como un perro'', dos de sus frases para la historia Deuda inmanejable y crisis económica, su colofón

MIREYA CUELLAR

portillo_tele_01''Hasta que uno se haya muerto, nadie sabe si su vida ha resultado buena o ha resultado mala''. José López Portillo y Pacheco no tuvo esa gracia, quizá por ello escogió la frase de Sófocles como epígrafe de Mis tiempos, su biografía política.

El juicio de la historia lo alcanzó demasiado pronto. Los caprichos personales y familiares convertidos en actos de gobierno, la corrupción y el despilfarro, motivo de murmuraciones cuando aún despachaba en Los Pinos, le estallaron apenas traspuso la puerta. ''Agarren a López... por pillo'', provocaba Palillo la catártica carcajada desde su carpa a una sociedad que encaraba las mensuales alzas a la luz, el agua, el pan, la gasolina, el diesel... y el dólar a 57 pesos; ''la corrupción somos todos'', transformó la voz popular el lema gubernamental ''la solución somos todos''...

El de López Portillo fue un sexenio marcado por la petrolización de la economía -se supone que el hidrocarburo nos iba a sacar de pobres-, la crisis de la deuda, la estatización bancaria, la reforma política y la reunión Norte-Sur de jefes de Estado, efectuada en Cancún. A esta última acudió Fidel Castro, quien fue recibido aparte por el entonces presidente, resistiendo las presiones en contrario que ejerció la administración estadunidense.

Mujeriego, intelectual y deportista

José López Portillo murió casi pobre -vivía de su pensión-, si se le compara con sus antecesores y con lo que la sociedad mexicana de su época creyó que había robado. Mujeriego, intelectual, deportista, frívolo, apuesto... al final de su vida parecía un hombre sin voluntad que lo mismo escenificaba la boda con una actriz del popular género ''ficheras'', que se reconciliaba con la familia de su primer matrimonio. Todo ello desde una silla de ruedas y un rostro afectado por hemiplejia.

No fue un burócrata que ascendió escalando puestos dentro del partido o la administración, como Echeverría o Díaz Ordaz, sus antecesores. Tenía una formación intelectual: elaboró durante sus años de académico un texto sobre teoría del Estado; inquietudes literarias, escribió Don Q, una ficción histórica, y le gustaba pintar.

Ciertamente cuando a los 40 años decidió cerrar su despacho para ingresar al servicio público ocupó pequeños puestos, pero su destinó se marcó 10 años después (1970), cuando su amigo Luis Echeverría llegó a la Presidencia y lo llevó a los primeros planos de la política nacional.

Su origen estaba en una familia de historiadores, intelectuales y políticos. Su abuelo, José López Portillo y Rojas fue, además de escritor, gobernador del estado de Jalisco a principios del siglo XX; su padre, José López Portillo y Weber, estuvo en el escenario de la Decena Trágica como cadete al servicio del presidente Francisco I. Madero. Y el ex presidente se definía a sí mismo como un ''hidalgo pobre'', dada su posición de clasemediero, ''de la que tiene que cubrir las apariencias y a veces no tiene con qué''.

Pero también era un hombre exaltado, dispuesto a tirar a su cuñado desde un tercer piso, mientras litigaba el divorcio de su hermana Margarita; vanidoso (según él mismo se define en sus memorias)... ''parece inclinado a la suficiencia, y el hombre suficiente dicta pero no escucha, un pecado capital del gobernante, y más aún en los tiempos que corren... una inclinación a la reacción pronta, viva y extrema, que acusa el dominio del temperamento sobre el carácter'', escribió de él Daniel Cosío Villegas.

Su gusto por los caballos, el deporte y la pesca -se hacía fotografiar montando, jugando tenis, dando grandes saltos-, que disfrutaba en frecuentes vacaciones, dio paso a su fama de frívolo. Pero no sólo sus acciones, también sus excesos verbales lo condenaban; se definió como ''el último presidente de la Revolución Mexicana''.

Las costumbres de la familia no abonaban en su favor: fue célebre el concierto que hizo interpretar en la sala Ollin Yoliztli a la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, con las obras de su hija Paulina. El mejor arreglista del momento, el argentino Bebu Silveti, fue contratado por ''la señora'' -como todos se referían a Carmen Romano-, para que hiciera la orquestación del álbum Just, que la pequeña de la familia compuso.

La esposa era una mujer con afanes culturales -tocaba el piano- y para satisfacerlos -con el presupuesto público- consiguió que su marido le creara el Fondo Nacional para Actividades Sociales (Fonapas), órgano autónomo a partir del cual fundó la Escuela Superior de Música y Danza ''Carmen Romano de López Portillo'', con sede en Monterrey, Nuevo León; el conjunto cultural Ollin Yoliztli, que incluía una escuela de música, la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México y el recinto sede de la orquesta.

También del Fonapas salieron en esos años los recursos para financiar el Festival Internacional Cervantino, el que con todo y las críticas por los despilfarros (se convirtió en un escándalo que el equipo de la señora derribara la pared de un hotel para que pudiera caber su piano de cola) sí logró el reconocimiento de las elites culturales.

Los desplantes de una de las hermanas, Margarita -a quien el presidente llamaba ''mi piel; šsi la tocan, me hieren...!''-, eran motivo de tantos comentarios como la esposa. A Magui la hizo directora de Radio, Televisión y Cinematografía (RTC). Escritora que gustaba de mirarse en el espejo de Sor Juana -ganó en 1954 el premio Lanz Duret por su novela Toña Machetes-, no sólo mandó encarcelar, injustamente, como se supo más tarde, a los cineastas Carlos Velo y Bosco Arochi, sino que se ufanaba en público de que hasta al secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, ''ponía en su lugar'' porque ''a mí ningún perro me ladra en casa''.

Su primo Guillermo López Portillo era titular del Instituto Nacional del Deporte (Inde); Alicia, otra de sus hermanas, su secretaria particular; uno de sus cuñados era oficial mayor en la Comisión Federal de Electricidad... pero la cereza en el pastel era su hijo José Ramón, ''el orgullo de mi nepotismo'', como se refería a él. López Portillo aceptó que Miguel de la Madrid nombrara subsecretario de Programación y Presupuesto al joven, cuando el entonces titular de la SPP insistió por segunda ocasión en las capacidades del muchacho. Luego lo usó en pleno proceso de sucesión.

Vencido por lo que llamaba el ''demonio del mediodía'' -que ''se apoderó de mí a partir de mis 40 años''-, el presidente también cedía a la explosión amorosa y sus andanzas alimentaban el cuchicheo de la clase política. A Rosa Luz Alegría la hizo secretaria de Turismo; fue la primera mujer que alcanzó el rango de secretario de Estado en el gabinete. Ella le ayudó a redactar su discurso de toma de posesión.

José López Portillo vivía las mieles del poder. Era la época del precio del petróleo por las nubes, la economía en auge... siempre grandilocuente, hablaba de ''administrar la abundancia'', resolver el problema de pobreza de su generación y las subsecuentes, mientras su esposa se desplazaba por la ciudad con 11 vehículos escolta y los hijos se casaban en fastuosas bodas donde los regalos eran automóviles, viajes, terrenos, cuadros, joyas...

A José López Portillo lo perdía su amor filial -Ƒquién pensaría que a la vuelta de los años serían, él y sus bienes, objetos de la disputa de esa familia que tanto solapó?-, pero no era menor su lealtad y complicidad con los viejos amigos, con la palomilla de la colonia Del Valle (en los límites de la Narvarte) y la primaria Benito Juárez, de la colonia Roma. Ahí, cuando buena parte de esos terrenos eran llanos que se improvisaban como campos de futbol, tejió las relaciones que lo acompañarían en su vida pública.

Los Halcones fue el nombre bajo el que se agruparon para jugar primero canicas y más tarde beisbol y futbol americano los Calles, los Ramos, los Díaz, los Durazo y más tarde Luis Echeverría, Ricardo Martínez de Hoyos, Arsenio Farell y Jorge Díaz Serrano. La más fuerte de esas amistades sería la que entablaron Luis Echeverría Alvarez y José López Portillo.

''... Con este grupo, hasta que a él ingresó Echeverría, mis relaciones eran deportivas y sociales. Juegos, pleitos, reuniones y la aventura inicial del baile, los cortejos y las novias. No podía yo trascender discusiones sobre temas importantes. Con Luis, más tarde, fue otra cosa'', rememora López Portillo en Mis tiempos.

Caminaron juntos el país -literalmente- antes de cumplir 20 años, siguiendo a veces la ruta de la Independencia y otras la de la Conquista; tomaron juntos, cuando cursaban ya la carrera de derecho en la UNAM, una beca que los llevó en diciembre de 1940 a Chile, Argentina y Uruguay; mantenían largas discusiones políticas, escuchaban música. Deslumbraba López Portillo a Echeverría con la majestuosa biblioteca del abuelo. Los únicos 40 pesos que llevaba Echeverría el día que se casó con María Esther Zuno se los había prestado su gran amigo para festejar la ocasión en una fonda.

''No sé cómo ni por qué hacia 1943 (Echeverría) se convirtió en secretario particular de un alto dirigente del partido y empezamos a ir al PRI, que el general (Rodolfo) Sánchez Taboada presidía''. López Portillo y Echeverría siguieron, por separado, sus vidas. El primero se dedicó a litigar cobros comerciales, incumplimientos de contrato de arrendamiento, desahucios, asuntos penales de poca monta, mientras el segundo inició su ascenso en el PRI.

Cuando Echeverría llegó a la Presidencia en 1970 rescató a López Portillo, quien había comenzado 10 años atrás su propia ruta en la política. Echeverría lo hizo titular de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y desde entonces pensó en su amigo como heredero.

Por eso mismo, en la segunda mitad de su sexenio lo llevó a la Secretaría de Hacienda y le pidió que se relacionara con los sectores financieros. Eso sí, en todos esos años se dieron trato de ''usted''; ''señor presidente...'', ''señor licenciado...''

Del mismo grupo de amigos de donde salió quien lo llevó a la Presidencia de la República surgió Arturo Durazo, El Negro, el viejo compañero de juegos que lo protegía en las riñas callejeras; el ''pobre'' del grupo. Echeverría y López Portillo continuaron una formación académica, mientras Durazo permaneció en las calles. A él le entregó la Dirección General de Policía y Tránsito del Distrito Federal.

Fueron muchas las historias de horror que corrieron sobre este personaje a quien el presidente permitía usar cinco estrellas de ''general'' -se supone que el único general de cinco estrellas es el Presidente, en su calidad de jefe supremo de las fuerzas armadas- y aceptar títulos ''honoris causa'' de instituciones como el Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal.

Los muertos del río Tula, la larga cadena de corrupción que instauró en la policía capitalina y la ''institucionalización'' del terror por parte de la temible Dirección de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD), que encabezó su amigo Francisco Sahagún Baca.

Hablar de Durazo es también hablar de las imágenes de cientos de policías acarreando a pie y sobre la espalda los pesados materiales que se usarían en la construcción de una casa en el Ajusco, conocida después como El Partenón de Durazo; la casa del kilómetro 23.5 de la carretera federal a Cuernavaca, que contaba con casino, discoteca, lagos artificiales, pista para caballos, cortijo... son parte del recuento de su época.

Casi al final de su mandato, en plena crisis económica, las clases medias empezaron a cuestionar la construcción de un complejo de cuatro viviendas que todos conocieron como La colina del perro. Ante ello, López Portillo escribió algunos apuntes que retomó en su autobiografía. ''ƑEn dónde y cómo debo vivir como ex presidente? No he sinvergüenceado ni contratos ni concesiones ni licencias''.

Al presidente no le pasaba por la cabeza la posibilidad de regresar a su antigua casa. El deseaba que sus tres hijos -quienes contrajeron nupcias durante su estancia en Los Pinos- siguieran viviendo junto a él, con sus respectivas familias, como en la residencia presidencial.

Construidas sobre una loma, la colina de Cuajimalpa, las casas se apreciaban desde la carretera México-Toluca. 110 mil metros por los que pagaron 17 millones de pesos, ''barato, porque el señor Senderos no quiso hacer negocios con la familia del Presidente''. Las explicaciones del ex mandatario son confusas, porque primero dice que ''cada familia construyó con sus recursos y sus créditos'', pero ahí mismo precisa que Carlos Hank, su poderoso jefe del Departamento del Distrito Federal (DDF), se enteró ''del proyecto y generosamente nos ofreció el crédito... nos prestó 200 millones de pesos y más tarde sumas complementarias. El profesor no aceptó que formalizáramos el préstamo ni las garantías. Se lo debemos...'', escribió en Mis tiempos. Ni él ni Hank explicaron nunca si el crédito salió de la tesorería del DDF o de la bolsa del, en todo caso, dadivoso Hank.

Ese no fue el único regalo de proporciones considerables que recibió como mandatario: el sindicato petrolero le obsequió una casa en Acapulco... ''Era una costumbre tradicional en México desde muy remotos tiempos. En el regalo no había mala intención. Era gracia y no soborno. Muchos, muchísimos regalos recibí como Presidente. Igual mi familia, como era práctica secular''.

Cuando José López Portillo tomó posesión hacía 20 años que ninguna fuerza política nueva obtenía registro. El Partido Comunista estaba proscrito, el PAN dividido y el resto de la oposición partidista era ''paraestatal''. El ridículo de una campaña en solitario -sin contrincante- lo hizo reflexionar sobre la necesidad de una reforma política que abriera espacios a la verdadera oposición.

En ese contexto nació la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales, conocida como la LFOPPE, que dio vida a las asociaciones políticas, permitió las coaliciones y, sobre todo, abrió la Cámara de Diputados a las minorías y legalizó a la izquierda comunista. La reforma política se la encomendó al secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles.

En el sexenio de José López Portillo se sembró la semilla de lo que después sería ''el grupo compacto'', mejor conocidoportillo_02 como ''la familia feliz''. Alrededor de Miguel de la Madrid, a quien el entonces presidente confió la Secretaría de Programación y Presupuesto en la segunda mitad de su mandato, se aglutinaban Carlos Salinas de Gortari, Manuel Bartlett, Francisco Labastida, Rogelio Montemayor... y muchos de los funcionarios que manejaron el país las siguientes tres administraciones.

Esa elite política en ciernes -según dijo después López Portillo- le falseó las cifras del déficit público de 1981 y en plena crisis económica lo llevó a tomar decisiones que fueron auténticos volados, todo por ganar puntos en la carrera por la sucesión. Con la economía en pleno naufragio, el entonces presidente consideró -narró en varias entrevistas- que el país requería a un economista y no a un político, por eso señaló a Miguel de la Madrid como heredero.

López Portillo inició su mandato pidiendo ''perdón'' a los desposeídos y marginados ''por no haber acertado todavía a sacarlos de su postración'' y con una convocatoria a ''administrar la abundancia'', pero concluyó con una deuda inmanejable, las tasas de interés disparadas, alzas en precios y tarifas... la peor crisis económica que había vivido el país en su historia reciente.

Durante la administración de Echeverría se descubrieron grandes yacimientos de petróleo en el sureste del país -Tabasco y Campeche-, que López Portillo decidió explotar: ''... salimos al mundo afirmando en voz alta que teníamos petróleo, mucho petróleo. Primero a nuestros acreedores, para que no se impacientaran; después al resto del mundo, para hacer acto de presencia en una época crítica...'', escribió el mandatario en sus memorias luego del anuncio oficial donde se expresó que se financiaría el desarrollo del país con el hidrocarburo.

Y empezó un acelerado proceso de endeudamiento. Se construyeron obras a diestra y siniestra en busca de impulsar distintas actividades económicas. México crecía al 6 y hasta 8 por ciento anual, pero el déficit público y la inflación también. En diciembre de 1976 la deuda era de 19 mil 600 millones de dólares y para 1982 llegaba a 59 mil millones; la inflación alcanzaba 90 por ciento y el dólar había pasado de 24.50 a 57.20 pesos. El sueño de la potencia petrolera terminó en pesadilla.

En junio de 1981 se precipitó la crisis, producto no sólo de la baja internacional en los precios del petróleo -se tuvo que reducir en 4 dólares el barril-, sino de una reducción en el consumo y una serie de medidas erráticas. Con el país colocado al margen del crédito internacional, la confianza de los inversionistas se fue al suelo y por esa época se fugaban hasta 150 millones de dólares diarios.

López Portillo se negaba a devaluar el peso con el argumento político de que ''presidente que devalúa se devalúa''. Fue entonces que en una entrevista con corresponsales extranjeros dijo: ''Defenderé al peso como un perro'', lo que le ganó el mote y la burla porque, al final, tuvo que devaluar.

''México ha sido saqueado. Al ir reuniendo los datos para el Informe, me fui dando cuenta, a fondo, de la gravedad del problema. Por lo menos 14 mil millones de dólares en cuentas de mexicanos en Estados Unidos; 30 mil millones en predios de los cuales ya han pagado 9 mil millones en enganches y servicios; 12 mil millones de mexdólares. He acordado, y lo anunciaré mañana, nacionalizar la banca y un control total de cambios...'', escribió el 31 de agosto de 1982. Y así fue.

Ante la opinión pública, López Portillo responsabilizó a los banqueros de la crisis -''los sacadólares''- y les quitó el negocio. Dolido por la medida, pero no sin razón, Manuel Espinosa Yglesias escribió en su biografía: ''Cada uno de nuestros presidentes sigue creyendo que salvar al país depende sólo de su voluntad y de que todo mundo lo obedezca''.

Lo que había sido una amistad de toda la vida con Luis Echeverría quedó prácticamente rota desde el inicio de la administración lopezportillista. Ante los rumores de que Echeverría pretendía mantenerse como el ''poder tras el trono'', López Portillo, conocedor de la historia, de su país y de su partido, lo envió como embajador a las islas Fiji. Por eso, cuando al final de su mandato su ex amigo se sumó a las agrias críticas que se le hacían, publicó en los diarios, con la firma de Francisco Galindo Ochoa como responsable, un desplegado en el que sólo se leía ''ƑTú también, Luis?

Hoy, el país sepulta a un presidente que alguna vez, pesaroso, aceptó: ''šYa nos saquearon! šNo nos volverán a saquear!''

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