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México D.F. Jueves 19 de febrero de 2004

Olga Harmony

El escribidor de la colonia centro

Luis Ayhllón ha demostrado ser un hábil narrador desde Cash, el primer texto dramatúrgico que se le conoce, pero su insistencia en buscar motivos siquiátricos para sus personajes -me temo que sin ser muy ducho en la materia- y cierto afán por mostrar la brutalidad que priva en nuestro medio social de algún modo echa a perder sus buenas tramas. El escribidor de la colonia centro es un buen ejemplo de ello. En verdad que la hibridez de su drama, donde mezcla varios géneros o la superposición de escenas sin un orden estrictamente cronológico, en el que hacen hincapié algunos críticos, no es un asunto tan novedoso como para descartarlo, pero en cambio hay que preguntarse por qué Rafael Guzmán Guzmán se convierte en homicida sin ningún motivo, a no ser para reforzar la idea de una esquizofrenia de la que no se han dado suficientes datos hasta ese momento y a la que se alude en la publicidad de la obra. El texto circular, que empieza con una escena policiaca y al final nos explica la razón de ella, pero que además cuenta la historia de ese narrador compulsivo y sus avatares, desde que la madre prostituta lo entretiene con varios relatos, hasta el secuestro de otra prostituta a la que confunde con su musa, lo que cierra también el círculo de las fijaciones del extraño personaje, se podría sostener sin algunos agregados que más bien estorban.

Estos agregados son el antes mencionado homicidio gratuito o la aparición final del Narrador. La visión de la musa, en cambio, le da un alto valor simbólico sin necesidad de referirse a motivos siquiátricos, aunque su desequilibrio final está justificado por el agotamiento de esa inspiración que desde niño ha sido fundamento de su vida. El Narrador, un periodista de publicaciones amarillistas y enfermo de una gastritis aguda (el que, por cierto, vomita en escena como antes lo hiciera un personaje de su obra anterior, como para conferir, ingenuamente, mayor realismo a lo que se cuenta) debe ser el punto de vista del autor, y por lo tanto del espectador, porque de otra manera no tiene razón de ser su presencia. Ha de ser un punto de vista puntual y equilibrado, por lo que no se explica su final, ni mucho del montaje.

La escenografía de Iván Olivares es muy interesante -aunque realizada de modo precario, lo que habla de una paupérrima producción a pesar de que tuvo apoyos de instituciones públicas y empresas privadas- y recuerda al cine expresionista de las primeras décadas del siglo pasado. El gabinete del doctor Caligari podría ser la referencia más próxima, pero en la película de Robert Wiene la distorsión proviene de la enfermedad mental del protagonista y narrador y esa distorsión desaparece cuando la escena se torna normal y sabemos del padecimiento del personaje. En cambio, en El escribidor de la colonia centro, si bien Rafael sufre de graves desequilibrios, el personaje del Narrador, que nos cuenta su historia, es normal y su punto de vista no puede ser ese referente. A menos de que el Narrador sea otra alucinación del protagonista, lo que explicaría muchas cosas aunque no quede del todo claro.

La compañía El cartel, dirigida por el propio Ayhllón se desenvuelve con mayor soltura que en la obra precedente y casi todos sus actores, a excepción de Héctor Llanes, que hace el Narrador, y Mauricio Moreno, como Rafael, hacen varios papeles con mayor o menor calidad de desempeño, pero que ya muestra a una compañía en formación que puede tener un buen desenvolvimiento. El vestuario de Gabriela Tapia y la música original de Carlo Ayhllón apoyan bien el montaje de este texto que me produce varias perplejidades.

Luis Ayhllón es un autor joven que interesa sobre todo a su generación, como ocurre con muchos otros, lo que resulta muy entendible, aunque quizás su poder de convocatoria no sea todavía tan grande. Sus calidades son manifiestas y el esfuerzo de sostener un grupo propio, para escenificar sus textos, es digno de apoyo. Pero sería lamentable que todo ello se desperdiciara por algunos defectos dramáturgicos, su inclinación por cierto tremendismo y la poca nitidez de que dota a sus personajes para que resulten del todo verosímiles.

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