La Jornada Semanal,   domingo 22 de febrero  de 2004        núm. 468
No se juzge lo contrario,
los personajes son puramente secundarios
(mal sueño para una noche de verano)

Alberto Roblest

Ilustración de Ricardo PeláezAnoche tuve un sueño horrible. Soñé en la Patria. Era un departamento pequeño, con sólo dos ventanas, una de las cuales estaba tapiada. Recuerdo muy bien el cochambre bajando de las paredes, 
el mini fregadero atascado de trastes, el refrigerador en desuso y la estufa salpicada de cuajarones rojos, verdes y burbujas de grasa petrificadas. Pocos muebles en la sala; un gran sillón de cubierta desgastada, una mesilla de centro, una televisión en blanco y negro, una vieja lámpara sin pantalla, un cojín en el piso sin alfombra. Dos repisas sobre las que descansan trofeos de fútbol y figurillas de yeso. En las paredes tres cuadros de imágenes kitch completan el decorado; una es la reproducción de la última cena en gran formato, otra la foto de la Doña vestida de soldadera y tercera la del Perro Aguayo bañado en sangre... Pero en fin, no ahondemos en mas detalles y vayamos a la escena que me lanzó fuera de la cama como a las cuatro de la mañana. Es una pesadilla que se repite. 

Alrededor de la mesa en la cocina, el cura Hidalgo discute con Madero y con Gustavo Díaz Ordaz. El mantel sobre la mesa es la bandera tripartita. Pueden verse algunos cascos de cerveza, vino y otras bebidas, platos con restos de comida y un cenicero en el que un cigarro descansa consumiéndose. El cura Hidalgo le dice a Madero algo sobre los fieles, el dinero y los pollos. Madero que peina sus bigotes, mira a Díaz Ordaz que lleva guantes, lentes oscuros, una corbata de tonos grises. Madero compara la Constitución con la Ilíada y sale a relucir su gusto por el derecho romano. Díaz Ordaz descorcha una nueva botella de champagne, sirve en tres vasos y mueve la cabeza; parece decir que no está de acuerdo. Hidalgo habla ahora de la virgen morena y el porqué de su morenez y de la gracia divina. En su tono de voz, puede notarse cierto resentimiento contra la teología de la liberación y entre líneas, echa pestes contra los gachupines. Madero se encuentra hecho un lío, levanta los hombros, se mece el bigotillo, juega con un botón de su chaqueta. Creo que ni siquiera sabe que representa un papel. No recuerdo tampoco el discurso de Ordaz, pero tengo la sensación de que dice barbaridades. Hidalgo es el que más se opone al hombre de las gafas. Madero da un nuevo sorbo a su vaso, menea la cabeza y lanza una máxima en torno a los personajes secundarios, la ficción y como hacerse de un estereotipo. Ordaz escucha con atención y sonríe, su rostro es una mueca, una máscara. Se ven acalorados. Hasta ese momento no pasa de ser una reunión de borrachos, de la que soy testigo. Siguen bebiendo. La conversación llega a un punto álgido, palabrotas salen a relucir, se remueven en sus asientos. Ordaz ya no sonríe. Hidalgo pone su sable sobre la mesa. Madero su revólver. Los vasos de champagne se derriban sobre el mantel. Las facciones serias de Ordaz se transforman en una mueca del inframundo. Es grotesco. Lanza liquido de su boca, tiene las manos crispadas. Y aunque no puedo verle los ojos, detrás de los anteojos oscuros, sé que algo muy extraño esta sucediendo. Lanza un rugido atronador, su espalda parece expandirse. De algún lado en su cuello brotan dos cabezas cuyos rostros poco a poco, para terror mío, comienzan a adquirir forma. Son los rostros de Carlos Salinas de Gortari y de Antonio López de Santa Ana. Lo que me faltaba, pienso, mientras me veo soñando, ¡una escena gore de la historia! No puedo moverme. Hidalgo y Madero, a pesar de la ecuanimidad por que se les recuerda, están sobresaltados, aceleradísimos. Hidalgo se talla los ojos, no da crédito, es una maldición, un acto de Satán, según sus cálculos. Madero se arroja para atrás, hasta entonces, me doy cuenta de que viene vestido con botas de plataforma. Las tres cabezas se ven entre ellas, fascinadas cada una por la fealdad de las otras, cual espejos. No doy crédito. Santana me grita, desde unos ojos vidriosos y enrojecidos:

–¡Hey muchacho, tráeme todos los archivos donde conste las más de cinco mil muertes al año en la frontera con Texas, las causas de muerte y el porcentaje de agua en el cuerpo de las víctimas!

Definitivamente se dirige a mí, que estoy atado a una silla en la sala... hasta ese momento me percato de ello con pavor. ¿Por qué estoy atado a esta silla?, cuestiono. Intento mover los pies pero también están atados a las patas. No puedo ver a nadie detrás de mí, pero presiento que alguien me vigila, no sé que es. Las dos cabezas se mueven ahora de un lado a otro en movimientos circulares y alrededor de la cabeza de Ordaz que ha recuperado la postura y la sonrisa de hielo. Hidalgo ha dado un paso atrás, se ha refugiado al lado del refrigerador y empuña la espada. Madero más cauto, comienza a ponerse de pie lentamente, vigila el movimiento de las tres cabezas encorbatadas cuyos cuellos comienzan a alargarse. Noto que estoy temblando. Hidalgo amenaza. Madero intenta calmar a la bestia y negociar, palabra que adora. Intento zafarme de la silla con el fin de aflojar mis ligaduras y escapar por la puerta, pero solo logro lastimarme, comienzo a sangrar de las muñecas, de los tobillos. Las cabezas de la serpiente lanzan ahora tarascadas, mordidas desde sus fuertes y poderosas mandíbulas babeantes. Hidalgo y Madero han salido de mi campo visual, las armas también, ahora todo es rugidos, gritos, amenazas, mentadas de madre. Algo pasa y no sé qué es. Tengo los pelos de punta y un mal presentimiento. El departamento en su totalidad comienza a cimbrarse, a sufrir cuarteaduras. La puerta que antes existía ahora ya no está. Las figurillas caen, los trofeos. ¿Si éste es el juego de los símbolos, entonces, a cuál represento yo?, me pregunto. Empiezo a plantearme ésta y otras interrogantes, cuando un extraño fuego a mis espaldas comienza a arder, es quizá la mano de Nerón la que se ha colado para corromper a Morfeo, clarito siento el calor acercarse a mí a una velocidad inusitada, el fuego, el fuego que todo lo arrasa, árboles, bienes materiales y significados. El fuego sobre mi espalda. 

Me levanté como un resorte, bañado en sudor y a pesar de eso titiritando. Miré el reloj, iban a dar las cuatro de la mañana, pronto fueron las cinco y yo ya no pude dormir.

Alberto Roblest, México; narrador.