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México D.F. Jueves 26 de febrero de 2004

Adolfo Sánchez Rebolledo

Descomposición

Hay varias maneras de medir la salud de la nación: por ejemplo, usted puede preguntar al secretario de Gobernación y éste le dirá que la democracia en México "va de menos a más", pero el ciudadano que se atiene a su propia experiencia personal no comparte el optimismo oficial. Lo que éste critica no es, por cierto, la vigencia de los ideales democráticos, sino el ejercicio de la política actual, la falta de compromiso verdadero de mandatarios y representantes con las causas de la ciudadanía. La calidad de la democracia, y por consiguiente la credibilidad y el buen funcionamiento de las instituciones, dependen de lo que hagan y dejen de hacer los partidos, el gobierno, los medios, la sociedad civil y, desde luego, la justicia, pero eso significa que existe entre ellos un punto de partida común, un acuerdo mínimo entre los ciudadanos y sus representantes acerca del sentido de la vida pública. O puede ser que estemos equivocados y que, en efecto, la gobernabilidad democrática sea una especie de ley de la selva, donde lo único que cuenta son los intereses particulares en la lucha descarnada por el poder, algo así como el mercado, pero sin el concurso ordenador de la llamada "mano invisible".

Decir que la democracia se fortalece ante el espectáculo de miseria moral y descomposición que documentan a diario los medios es, por lo menos, una ingenuidad. Da la impresión de que sólo merecen ser objeto de atención los actos susceptibles de convertirse en un espectáculo, sin que nadie se tome la molestia de pensar en sus consecuencias generales, en sus efectos sobre la credibilidad de las instituciones.

ƑCómo es posible, por ejemplo, que el grupo de vándalos de siempre ataque a la universidad sin que esto produzca el rechazo generalizado de los partidos y la intelectualidad democrática? Estamos, de nuevo, ante la política que discurre no por las anchas avenidas de la democracia, sino por el sucio albañal de los intereses que no se atreven a decir su nombre.

La descomposición se advierte y salpica entre los niños bien metidos a políticos, tan jóvenes y tan corruptos; discurre desde la clase política tradicional al panismo persignado que quiere eternizarse por la vía de la sucesión dinástica, a la izquierda que le ha tomado tanto gusto al poder que hace todo para conservarlo, aun si para ello debe renunciar a todo programa de futuro.

El Niño Verde cayó en la trampa que le tendió su correligionario Sebastián León, quien a su vez dijo a sus seguidores que contaba con el apoyo de Gobernación. Y así sucesivamente. Es como si de pronto nos llegara el brillo de una estrella antigua para ilustrarnos sobre el pasado: allí está el aprendiz de político haciendo negocios millonarios con el empresario que se dice honesto y servicial portador de progreso y trabajo. Dos millones de dólares para aceitar la siempre lenta y hostil maquinaria burocrática del Estado ƑNo es ésta una admirable parábola acerca de los orígenes de nuestro raquítico capitalismo, una evocación fuera de lugar de cómo se gestaron tantas y tantas fortunas familiares de ahora heráldicos apellidos? Jorge Emilio actúa así porque el partido es su negocio familiar, tolerado y consentido por la ley. No es un asunto de moralidad, sino de intereses. En cualquier democracia el escándalo habría sido más que suficiente para provocar por lo menos su inmediata dimisión, pero aquí no ocurre nada y eso debiera preocuparnos a todos.

En otros terrenos las cosas tampoco van bien. El Presidente de la República se equivoca cuando trata de explicarse los abucheos cetemistas como expresión positiva de los nuevos tiempos, pero también se engañan quienes reconocen en ese trato sólo un signo de malestar social. Ambos, a mi entender, dejan de lado lo sustantivo: que el sindicalismo en manos de la gerontocracia cetemista es la impotencia institucionalizada, la incapacidad manifiesta de hacer otra cosa que no sea la negociación bajo cuerda, el arreglo subterráneo de los líderes con el poder. Allí estaban tan campantes demostrando "su" fuerza los líderes petroleros y la camarilla que jefatura al mayor de los sindicatos electricistas, de la que saldrá el apoyo a la reforma estructural que hará de la Comisión Federal de Electricidad una subsidiaria. Por eso el Presidente tragó saliva y se quedó en medio de la rechifla. Nada ilustra mejor la descomposición de la política que la imagen de Abascal rindiendo, entre silbidos, póstumo homenaje a Fidel Velásquez. Qué mejor epitafio para el cambio podíamos imaginar.

Y todavía nos falta ver muchas cosas, por ejemplo, el final de la historia de Nazar Haro, el reconocido torturador que ahora se presenta como "un buen interrogador", ante la manifiesta preocupación de mandos civiles, policiales o militares que aún no creen en la necesidad de destapar el nido de víboras de la represión de la guerrilla.

ƑY qué decir del entierro del ex presidente López Portillo, relegado a la comidilla de la crónica de espectáculos, mientras la clase política bosteza? Los vencedores no desean hablar del pasado que les repele. No hay la menor intención de examinar críticamente la herencia de un sexenio terminal. En lugar de eso, predominan los estereotipos sobre la frivolidad del mandatario, las frases hechas que inauguraran la época del cambio sustentado en las virtudes de la "iniciativa privada". Si acaso se mencionan algunos capítulos del final de la guerra sucia, pero son muy pocas las reflexiones sobre dos aspectos cruciales del gobierno del fallecido presidente: la nacionalización de la banca y la reforma política de 1977, temas cuya importancia apenas si merece subrayarse.

Y por si fuera poco -amárrense los cinturones, laicos- el Papa pide libertad para que la Iglesia pueda desarrollar su labor pastoral en México. En fin, a pesar del optimismo del secretario de Gobernación, las cosas no marchan en este México de la transparencia y la rendición de cuentas. O eso dicen.

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