La Jornada Semanal,   domingo 29 de febrero  de 2004        núm. 469
Metinides y el
desastre capturado

Gustavo Kafú

 

A Epigmenio León y Gerardo Sifuentes,
presos injustamente en el Reclusorio Norte


Incendio en una fábrica de Texcoco, 5 de junio de 1991Siempre he tenido miedo de morir quemado", dice Enrique Metinides en entrevista. Y la respuesta, por venir de él, adquiere un valor especial. Metinides tenía doce años cuando empezó a tomar fotos dentro de la 6ª. Delegación de Policía. A esa edad retrata a su primer cadáver. En 1994, cuando contaba sesenta años y pierde su empleo —debido al fraude que disuelve la cooperativa La Prensa y deja a otros 470 trabajadores sin patrimonio—, el número de veces que había retratado cuerpos sin vida era incontable.

Él mismo indica que ha fotografiado a miles y miles de muertos. Su sólo archivo podría subdividirse en las formas de la muerte que han acontecido por más de cincuenta años en la Ciudad de México: accidentes automovilísticos, suicidios, ahogados, venganzas pasionales, electrocuciones, robos, enfrentamientos entre la policía y los criminales, quemados. Así, no sólo ha visto miles de muertes: ha visto miles de formas de morir. Quizás hay algo especialmente terrible en morir abrazado por las llamas: queda demasiado poco para mostrar e intentar ordenar la irracionalidad de la muerte.

Incendio de una bodega de pinturas y mastiques, 11 abril de 1973Si bien lo anterior sería suficiente para zanjar el debate sobre si el más importante fotógrafo de nota roja del país es un artista o no —qué mayor desafío estético que la muerte—, ahora que el trabajo de Metinides empieza a ser reconocido mundialmente se destacan algunos elementos técnicos de su obra. El más llamativo, como se ha señalado por diverso críticos, es el uso del flash en su trabajo diurno. Él lo explica de manera muy simple: el flash de día rellena las sombras. Y añade: "Llegué a tomar gente gritando y se les iluminaban los dientes, los ojos, resaltaban muchísimo." En el fondo, este simple hecho le da a la obra de Metinides un efecto cinematográfico de inverosimilitud. Sus fotos no son realistas, el flashazo maquilla la escena y crea un primer efecto de orden. La foto final, como la mayoría de las buenas fotos de nota roja, tiene un carácter de excepcionalidad. El accidente nunca debió ocurrir, por esto se le consagra. La nota roja tiene este encanto; en su trágica aparición, no pierde su forma de milagro.

Quien ve las fotos de Metinides piensa en el trabajo hecho para una película. En la entrevista que le hace Gabriel Kuri, el fotógrafo señala esto con claridad: "Para mis fotografías me basé en películas en blanco y negro, policiacas y de gángsters. Me gustaba cómo los directores tomaban un cuenta las reacciones de la gente. En una película que fue definitiva, hay una escena de una vendetta en la que incendian un edificio, que sólo se ve al reflejarse las llamas sobre las caras de los testigos."

Suicidio, 17 de mayo de 1974En el mismo texto, Metinides señala otras características de su trabajo: el uso de un lente gran angular, lo que implicaba que tenía que estar sobre la víctima dada la distancia que genera dicho aparato; la perspectiva aérea o al ras de piso; y la eliminación del retoque, lo cual lograba marginando los elementos que serían posteriormente censurados, como lo dice en este texto iluminador: "Cuando se usaba el blanco y negro, en el departamento de dibujo de los periódicos retocaban la fotografía para que no se viera muy morbosa, y con los mismos pinceles borraban la sangre, con pintura gris. Pero cuando vino la fotografía a color, se me ocurrió tomar la foto con el lente en el piso. Así la sangre se pierde, porque el charco queda de perfil. Si tú tomas una foto desde arriba, el charco de sangre sale completo, y de perfil ya ni en color se ve. El primer término sale el zapato, o la mano, o la pistola." El artista, entonces, oculta los elementos más ostensibles de su obra y crea un orden que no devela, paradójicamente, aquello que imaginamos.

No es por lo tanto casual que sobre Metinides se empiece a crear una especie de leyenda que lo integra como parte de la imposible, pero permanente, ordenación del universo de la Ciudad de México. En casi todos los textos que se han escrito recientemente sobre su obra destaca la sui generis vida actual que lleva. Un hombre que vive sin dejar penetrar la luz en su departamento que da a la avenida Revolución, donde alberga varias televisiones con sistemas de cable que le permiten observar todo el mundo, videocaseteras que graban ese mundo, sistemas de radios encendidos para detectar lo que sucede en la Ciudad de México, colecciones de juguetes, ambulancias, carros de policías... Todo en acción. García Canclini comenta: "Después de mostrarme en una de las televisiones las ventajas de tener el menú más amplio de Sky, con canales en inglés, alemán, japonés, francés e italiano, dejó encendido el canal en japonés, donde algo hacía George Bush, y dedicó quince minutos a mostrarme los últimos videos de Michael Jackson. Y encendió un viejo aparato de radio de policía, en el que cada día escucha mensajes que intercambian las patrullas mientras vigilan las calles." Parece ser, pues, un hombre dentro de un templo, entendiendo los secretos que se difuminan a toda prisa por un mundo que empieza a dejar de pertenecerle.

Sin embargo, mientras Metinides se ha retirado de su primer oficio y se dice que desde 1997 no ha vuelto a tomar una foto, en 2003 su obra se presentó en una de las galería más importantes de Londres y ha sido recibida de forma excelente por la crítica. Paradojas del arte, mientras el hombre que buscó eliminar las sombras permanece dentro de un departamento de la caótica Ciudad de México, en otras urbes, no menos caóticas, se celebra su obra recordando a W. H Auden: "todo se aleja/ pausadamente del desastre".