LETRA S
Marzo 4 de 2004
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ls-tiro En el sexo me la juego

¿Por qué los hombres son menos sensibles a los mensajes preventivos? ¿Qué los lleva a aceptar o incluso a buscar riesgos en su vida sexual? ¿Cuáles son las percepciones masculinas de la sexualidad? ¿Por qué no se conocen sus creencias acerca del sexo? Esas son algunas de las preguntas que los especialistas en salud sexual Kim Rivers y Peter Aggleton, investigadores de la Universidad de Londres, intentan responder en el presente ensayo. Pero más allá del interés académico, a los autores les interesa despejar algunas nebulosidades que impiden la comprensión del comportamiento sexual masculino en la propagación y prevención de la epidemia del VIH/sida.

Kim Rivers y Peter Aggleton*

A medida que la epidemia del VIH y el sida se ha prolongado en el tiempo, aumenta el reconocimiento de las consecuencias que las desigualdades sociales y las relaciones de poder tienen en la transmisión del VIH. Factores como la pobreza, la migración y la urbanización facilitan la propagación de las infecciones. Otras variables conocidas que influyen en la vulnerabilidad de los individuos y los grupos incluyen los antecedentes sociales, la edad, la raza, el género y la sexualidad. No es infrecuente que esas diferentes variables interactúen haciendo que algunos grupos sociales resulten sistemáticamente más vulnerables al riesgo de infección que otros.

Las relaciones imperantes entre los sexos, o las relaciones de género, como se las denomina más frecuentemente, afectan no sólo al desarrollo de la epidemia, sino a la manera en que los individuos, los grupos y las comunidades reaccionan. En la forma en que se utiliza aquí, el término género se refiere a la conformación social de lo femenino y lo masculino, y pone en entredicho la idea de que las relaciones en el marco de los sexos y entre ellos están regidas por la biología o la naturaleza. Las relaciones desiguales entre los géneros pueden verse de muchas maneras, pero son particularmente visibles en la especial vulnerabilidad de las mujeres al VIH y el sida en los países en desarrollo, y en el arriesgado comportamiento de los hombres.

Estudios recientes sugieren que es menos probable que las mujeres regulen cómo, cuándo y dónde llevar a cabo las relaciones sexuales, lo que incrementa las posibilidades de un embarazo no deseado y de contraer enfermedades de transmisión sexual y el VIH. La vulnerabilidad de la mujer ante el VIH aumenta por diversas razones, entre ellas, su dependencia económica del hombre, la falta de acceso a la educación, la pobreza, la explotación sexual, la coacción y la violación; además, las probabilidades de vender su cuerpo para sobrevivir son mayores en las mujeres que en los hombres, lo cual también influye. En el entorno de esas desigualdades y en cierto sentido como legitimación de ellas están las ideologías de la masculinidad y la feminidad que hacen que parezca "natural" que el hombre tenga el papel dominante en lo relativo a la adopción de decisiones económicas, a la expresión de sus deseos sexuales y a la satisfacción de sus necesidades sexuales.

Por su parte, los hombres tienen más posibilidades de determinar cómo, cuándo y con quién llevar a cabo la relación sexual. Pese a ello, las ideologías dominantes de la masculinidad (que enfatizan el placer sexual del macho, valoran la demostración de las proezas sexuales y alientan a los hombres a que tengan relaciones con múltiples parejas) ponen a los hombres en una situación de mayor peligro de contraer el VIH y el sida. Las mujeres pueden estar preparadas para adoptar medidas preventivas a la infección por VIH, y los hombres pueden estar interesados en protegerse, proteger a sus parejas y sus familias, pero no es infrecuente que el deseo de la mujer de realizar prácticas sexuales menos peligrosas se enfrente a la falta de cooperación de los hombres.

Las variaciones entre los individuos son enormes. Mientras algunos hombres muestran poco interés en protegerse y proteger a sus parejas, otros muestran un alto grado de responsabilidad y consideración hacia el prójimo. Además, aunque la mayoría de los hombres prefieren tener relaciones sexuales con mujeres, un número no despreciable de hombres tiene relaciones sexuales con personas de uno u otro sexo o con otros hombres únicamente. Determinar si ese comportamiento es "heterosexual", "bisexual" u "homosexual" varía considerablemente, ya que tal vez en la mayoría de los países esos términos sólo se utilicen en los terrenos científico, médico y epidemiológico, y rara vez forman parte del habla local con que se abordan y comprenden las relaciones sexuales. De ahí que analizar la posición de los "hombres" en relación con la epidemia del VIH sea una tarea compleja y difícil.
 
 

La ideología de los géneros

Las políticas y los programas orientados a promover una mayor igualdad entre los hombres y las mujeres se consideran de importancia crucial para la prevención del VIH. Pese al reconocimiento cada vez mayor de la importancia de una mayor igualdad en las relaciones entre los géneros, muchos programas siguen trabajando únicamente con las mujeres en un intento por contribuir a fortalecer su papel en las relaciones sexuales. Sin embargo, la concentración de la atención en la mujer a menudo se basa en una serie de supuestos erróneos acerca de la habilidad de la mujer para regular y mantener su salud sexual.

Este énfasis en ayudar a las mujeres que son especialmente vulnerables a la infección del VIH ha hecho que se descuiden dos factores fundamentales: la participación de los hombres en los programas y la programación, y las circunstancias sociales más amplias. Por ejemplo, aunque numerosos programas y actividades de prevención del VIH se han centrado en las trabajadoras del sexo, se ha prestado mucho menos atención a sus clientes masculinos. En buena parte de los estudios sobre el género y el desarrollo, las mujeres se describen como trabajadoras dedicadas y comprensivas, con un gran interés en la comunidad. Los hombres, en tanto, casi siempre han sido caracterizados como desconsiderados, poco fiables, predispuestos a la coacción, la violación y la violencia, así como relativamente incapaces de controlar o cambiar su comportamiento.

En general se acepta que los papeles de género no son "naturales", sino un producto cultural, pero no existe consenso en cuanto a las causas que provocan su surgimiento, ni lo que hace que cambien con el tiempo. Menos aún se han explicado los vínculos entre los papeles de género y las desigualdades sexuales más generales. De ahí que resulte sumamente difícil explicar la "posición" de los hombres en relación con el sexo y las cuestiones sexuales o las formas en que las masculinidades --como conjuntos de ideologías que rigen los pensamientos, las acciones y los comportamientos-- están constituidas y se reproducen en el tiempo. No obstante, es necesario tener cierta comprensión de esos fenómenos para elaborar programas orientados a promover una mayor igualdad en el marco de los sexos y entre ellos, a fin de reducir los peligros del VIH y fomentar de una manera más general la salud sexual y reproductiva.

Las relaciones de género imperantes tienen efectos importantes sobre la salud sexual de los hombres y la salud sexual de las parejas y las familias, además de conformar una opresión más amplia de la mujer. Según las estimaciones, entre 60 y 80 por ciento de las mujeres con VIH en el África subsahariana han tenido una pareja sexual únicamente. Las investigaciones efectuadas en muchas partes del mundo sugieren que los hombres tienen un número más elevado de parejas sexuales durante su vida y que existe un doble rasero en relación con el comportamiento de los hombres y las mujeres. Por ejemplo, mientras que en muchas culturas se espera que la mujer conserve su virginidad hasta el matrimonio, se estimula a los jóvenes a que adquieran experiencia sexual. De hecho, el hombre que ha tenido muchas relaciones sexuales adquiere popularidad e importancia a los ojos de sus iguales. La sexualidad masculina es considerada a menudo tanto por los hombres como por las mujeres como algo incontrolado e incontrolable, y en algunas partes del mundo se considera que contraer una enfermedad de transmisión sexual es una señal de honor que confirma la hombría. De esta manera, mientras que la falta de conocimientos y de experiencia en materia sexual es altamente valorada si se refiere a las jóvenes, los hombres pueden verse estigmatizados si no demuestran que han tenido una amplia experiencia sexual.
 
 

Ya caliente ni'mais que me lo pongo

Algunos investigadores y profesionales de la salud han reconocido la importancia de incorporar a los hombres en los trabajos orientados a prevenir la infección por VIH, así como abordar las desigualdades más amplias que plantean una amenaza para la salud sexual. Sin embargo, una de las lagunas más importantes en esos trabajos es la ausencia de información clara acerca de las actitudes de los hombres respecto de las relaciones sexuales y la sexualidad.

Muchas mujeres señalan que los hombres se niegan a utilizar preservativos o pueden llegar a ponerse violentos cuando se les pide que adopten medidas de protección. Mujeres de Tailandia, por ejemplo, señalan que el uso de preservativos pudiera parecer apropiado en el caso de relaciones sexuales ocasionales, pero no en el contexto de una relación de larga duración. Otras mujeres han señalado que sugerir a su pareja utilizar preservativo puede equivaler a acusarlo de infidelidad. Resulta interesante observar, sin embargo, que se sabe muy poco acerca de las propias percepciones de los hombres respecto de las mismas cuestiones e inquietudes.

Sistemáticamente se han dejado de estudiar los sistemas de creencias de los hombres en materia de relaciones sexuales y sexualidad. Cuando se ha hecho, las conclusiones en ocasiones confunden los puntos de vista comúnmente aceptados sobre las actitudes de los hombres con las opiniones de los propios encuestados. Por ejemplo, investigaciones realizadas recientemente entre hombres sudafricanos sugieren que el momento escogido para pedir que se utilicen preservativos es importante para lograr respuestas favorables. Admitiendo que existe una reticencia general hacia el empleo de preservativos, los hombres señalaron que si se les pidiera utilizar condones antes de la excitación sexual, habría más probabilidades de aceptarlos. También reconocieron que, de pedírselos cuando estaban muy excitados, tal vez podrían actuar de forma coercitiva y violenta.

La propia masculinidad se ve amenazada por el uso de preservativos. Existen varias razones que explican esta afirmación: en primer lugar, si una mujer pide el empleo de preservativos, equivale a permitirle que sea ella quien defina los términos de la relación sexual; en segundo lugar, el uso de preservativos puede entrañar que los hombres tengan que situar su propio placer sexual más allá de los genitales, en una parte de su cuerpo considerada no prioritaria; en tercer lugar, el hecho de mostrar un grado de autocontrol en el comportamiento sexual puede ser considerado por algunos hombres como un elemento de feminidad, ya que la sexualidad masculina a menudo se ve como algo incontrolable y, por último, correr riesgos se considera algo típicamente masculino. Las relaciones sexuales sin penetración rara vez constituyen una opción en las relaciones heterosexuales, pues el coito se considera parte central de las relaciones sexuales entre adultos, y otras formas de placer sexual pueden verse como una vuelta a la adolescencia.

Debido a la resistencia de los hombres a emplear preservativos y a las dificultades que pueden tener las mujeres para negociar su uso, algunos autores han sugerido que la protección controlada por la mujer es fundamental para fomentar la prevención del VIH. El condón femenino, aunque más caro y de menor difusión, brinda a la mujer esa posibilidad de protección. Estudios recientes sugieren que la resistencia de los hombres a que las mujeres usen preservativos puede ser menor a la resistencia a usarlos por parte de ellos.
 
 

Es de machos someter sexualmente a otros machos

Aunque su existencia puede ser negada oficialmente, las relaciones sexuales entre hombres tienen lugar en todas las sociedades. Frecuentemente estas relaciones son objeto de estigmatización y discriminación, y tal vez sólo en ocasiones se comprenden como homosexuales, bisexuales o "gays".

Los deseos eróticos adquieren especial importancia cuando se trata de entender los comportamientos y las prácticas sexuales no normativas en algunas culturas, especialmente cuando conllevan algún tipo de transgresión. El contexto resulta importante para hacer que parezcan razonables y aceptables ciertas pautas de comportamiento que en otras circunstancias sería impensable e imposible aprobar. La segregación sexual y división jerárquica características de los establecimientos penitenciarios, los entornos militares y algunos ámbitos religiosos, por ejemplo, pueden facilitar las relaciones sexuales entre hombres. Aunque a menudo no se reconoce y rara vez se habla de ello, los encuentros sexuales que se realizan en esos entornos pueden ser importantes para determinar el prestigio social, la identidad de género en ese ámbito y fuera de él, y la situación de la salud sexual, tanto positiva (desde el punto de vista de la satisfacción) como negativamente (desde el punto de vista de los peligros vinculados con el VIH).

Se trata claramente de modalidades universales de comportamiento, pero hay que reconocer que los significados que se dan a las relaciones sexuales varían considerablemente de una sociedad a otra e incluso entre los diferentes subgrupos de una sociedad. En vista del carácter clandestino de muchos de los actos de que se trata, y su ilegalidad en muchos países, tal vez no resulte sorprendente que se siga negando la existencia de esos comportamientos. El reto que encaran los esfuerzos orientados a fomentar la salud sexual y reproductiva de los hombres que tienen sexo con hombres radica en reconocer la existencia de relaciones homosexuales entre hombres, las desigualdades que a veces reproducen, y las dificultades creadas por la estigmatización y la discriminación de que son objeto en los esfuerzos por ayudar a esos hombres con mensajes preventivos adecuados.
 
 

Protegerse no es sólo responsabilidad individual

El estigma y la culpa han caracterizado la epidemia del VIH/sida desde el comienzo. La forma en que se culpa a las personas tiene consecuencias para la atención que se presta y se recibe. Es menos probable que se culpe a los hombres que a las mujeres por contraer el VIH, y es más probable que los hombres reciban atención y cuidados de sus parejas, familias y comunidades. Las mujeres que viven con el VIH son culpadas en parte porque se percibe que han "fallado" en sus papeles como encargadas de la crianza y de proporcionar cuidados. En muchas sociedades se considera que sólo determinado tipo de mujeres (por lo general trabajadoras sexuales y mujeres que tienen muchas parejas) se infectan. Las investigaciones también sugieren que es más probable que las mujeres interioricen la culpa que se les imputa.

Además, la carga vinculada al cuidado de las personas enfermas también recae sobre ellas. Si están muy enfermos, los hombres con VIH a menudo regresan a la casa paterna para recibir los cuidados de sus madres y otras mujeres de la familia, aun cuando antes recibieron apoyo de redes sociales de amigos y amantes. En cambio, cuando las mujeres necesitan atención relacionada con el VIH, generalmente no esperan ni reciben el mismo nivel de atención y de apoyo que los hombres. Las mujeres enfermas a menudo regresan a casa de sus padres en busca de cuidados, pues es poco probable que los reciban de sus maridos.

La responsabilidad de protegerse no es cosa que ataña solamente a los individuos. Es necesario aplicar políticas y medidas sociales más amplias para limitar la propagación de la epidemia. Las relaciones desiguales de género, al igual que otras desigualdades, facilitan la transmisión del VIH y la propagación de la epidemia. A largo plazo, lograr una mayor igualdad social y de género debe ser el objetivo de quienes promueven la salud sexual y reproductiva. Sin embargo, en vista de lo arraigado que están los papeles, convicciones y expectativas en materia de género, es poco probable que se puedan lograr progresos considerables a corto plazo. Frente a la pandemia mundial del VIH y el sida es importante pensar en términos realistas respecto de lo que se puede lograr y en cuánto tiempo. Dadas las versiones dominantes de masculinidad, se debe valorar, por ejemplo, la factibilidad de promover un mayor uso de los preservativos entre los hombres, que sólo alentarlos a que se mantengan fieles a su pareja.
 
 

Versión editada. El texto completo se encuentra en: www.undp.org/hiv/publications/gender/mens.htm
*Kim Rivers, investigadora del Instituto de Educación de la Universidad de Londres.
Peter Aggleton, director de la Dependencia de Investigación Thomas Coram, Universidad de Londres. Jefe de redacción de la revista Culture, Health and Sexuality.