324 ° DOMINGO 7 DE MARZO  2004
Las pandillas, armas de la guerra sucia electoral en El Salvador
La vida en territorio mara

ALBERTO NÁJAR

El Salvador. Desde el año pasado se libra una severa batalla contra las pandillas, que abarca a prácticamente todos los países de América Central. La estrategia ha empujado a miles de pandilleros hacia el norte, sobre todo a México, que es, paradójicamente, origen y destino del problema. En El Salvador el fenómeno mara supera los límites policiacos, contaminado su combate con intereses electoreros o rencillas heredadas de la guerra. El resultado es la violencia extrema. Y un aviso del futuro inmediato que dibuja un pandillero salvatrucha: los mexicanos “no han visto nada todavía”

COLONIA BOQUIN, municipio de Mejicanos, El Salvador.- Es un pandillero respetado en la Mara Salvatrucha (MS) y desde hace varios meses tiene una duda: quiere saber dónde está Mexicali.

La palabra le suena extraña, sobre todo por la frecuencia con que se repite entre los meros macizos (jefes) de la pandilla, la más grande de Centroamérica.

En Mexicali, explica, opera una de las células mejor organizadas de la MS fuera de El Salvador, encargada del tráfico de drogas, armas, dinero e información hacia las clicas (pandillas) de Los Angeles.

Los jefes de la MS consideran a la ciudad mexicana como territorio ganado y constituye, junto con el Distrito Federal –donde la pandilla tiene registrados a mil 300 mareros distribuidos en siete clicas–, la columna vertebral de los salvatrucha en México.

Resulta curioso que los datos aparezcan en este barrio, célebre por los combates librados durante la ofensiva final del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) en 1989. La colonia Boquín fue pródiga en comandos urbanos e incluso fue éste uno de los sitios donde trabajaron las monjas estadunidenses ejecutadas por la Guardia Nacional en 1980.

Pero así es la vida en esta zona, donde, pese a la firma de los acuerdos de paz hace 12 años, las hostilidades aún no cesan. Los combates son ahora cuerpo a cuerpo entre las clicas de la MS y los cipotes (adolescentes) de la Mara 18 (M18), que de vez en cuando se presentan a retar a sus enemigos.

En estos días hay una tregua, que se romperá el 22 de marzo, horas después de las elecciones presidenciales. Mientras, los macizos afinan planes.

A finales de 2003 se reunieron 21 de los representantes de las clicas mayores para acordar la estrategia contra la Ley Antimaras aprobada en octubre pasado, y que contempla entre otras sanciones el penalizar la sola pertenencia a las pandillas.

Fue en esa reunión, a la que el pandillero asistió como asesor y mensajero para los macizos encarcelados, que escuchó por primera vez la palabra Mexicali, y desde entonces se quedó con la duda de conocer el sitio o por lo menos saber en dónde se encuentra.

Es importante. Desde el año pasado, cuando prácticamente todos los gobiernos centroamericanos emprendieron una dura batalla contra las pandillas, México se volvió el sitio más seguro para los mareros.

No se sabe cuántos han emigrado a tierras mexicanas pero al menos de la Salvatrucha se van todos los días, de cinco en cinco, “sin tatuajes y con ropa formal”, con la encomienda, afirma el pandillero, de crear clicas y combatir a los rivales de la M18.

Será una batalla sin cuartel como las que libran en El Salvador, considerado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como el segundo país más violento de Latinoamérica después de Colombia.

El año pasado, según datos de la Fiscalía General de la República (FGR), se cometieron 2 mil 367 homicidios violentos, un promedio de seis al día. De éstos, 55% se atribuyen a los maras.

La migración de pandilleros incluye a varios macizos que se refugiaron en varios estados mexicanos y preparan el terreno para cambiar a ese país el mando central de la pandilla.

Malas noticias, pues. “Ustedes se quejan por los maras que han llegado, pero nada han visto todavía. Se les viene un problema grande”, ironiza el pandillero.

Corazón mexicano

La comunidad de San Luis es un asentamiento de casas de madera y lámina, rodeada de una zona residencial de clase media.

Aquí opera una de las clicas más violentas de la MS, pues sus integrantes frecuentemente reciben la encomienda de dar marcha (ejecutar) a pandilleros rivales.

Las órdenes no se discuten, explica Gonzo (el nombre fue cambiado), sobre todo si la víctima es un mara de la M18, a quienes los salvatruchos están obligados a odiar.

La herencia viene de los orígenes de las pandillas, al inicio de la década de los ochenta, cuando por la guerra emigraron miles de salvadoreños a Los Angeles, California.

Una de las historias cuenta que los exiliados tuvieron que organizarse para defenderse de los ataques de bandas mexicanas, como la M, y al paso de los años los nuevos grupos lograron controlar sus propios territorios.

Otra versión dice que los primeros exiliados consiguieron el apoyo de la banda mexicana que controlaba la calle 18, decisión útil durante unos, años aunque después, con el arribo de más salvadoreños, resultó contraproducente.

Y es que los recién llegados consideraron una traición la alianza con los mexicanos (quienes para colmo solían atacarlos) y formaron entonces su propia pandilla con elementos puramente nacionales.

Así nació la Mara Salvatrucha, un juego de palabras para explicar la habilidad de los salvadoreños para sobrevivir a cualquier circunstancia: mara es el nombre que en el país se da a los grupos de amigos (aunque otros lo relacionan con las hormigas marabunta); salva es el gentilicio reducido y trucha se refiere a la astucia de los peces.

Es, pues, una rivalidad de identidades nacionales que llega a niveles extremos.

Los MS salvadoreños, por ejemplo, tienen prohibido combinar ropa de colores verde, blanco o rojo; tampoco pueden pronunciar el nombre de México y cuando es inevitable referirse al país dicen mexicaca.

Vamos, hasta la Virgen de Guadalupe está en lista negra porque su imagen es común entre la M18. Los MS suelen tatuarse el escudo nacional salvadoreño y algunos, dice el fiscal de la República, Belisario Artiga, “lo hacen con habilidad de artista”.

Pero estos detalles, que forman parte del adoctrinamiento de los mareros, explican sólo una parte de la violencia con que se enfrentan las bandas rivales. La otra es una cadena de venganzas que no parece tener fin.

Gonzo, un MS que a sus 20 años ya tiene varias cruces tatuadas en el cuerpo (cada una representa un muerto), es un eslabón más. “Esos camaradas mataron a mis homies (compañeros de clica) y nosotros tenemos que cobrarlo”, dice.

–¿Dónde los mataron?

–Unos en LA (Los Angeles) pero otros aquí en Salvador.

–¿Eran amigos tuyos?

–No, pero eran homies, puro salvatrucha que se chingaron los 18. Y a esos cabrones hay que darles verga.

–¿Por qué tanto odio?

–Ellos dicen que son salvadoreños, pero de corazón mexicano, y eso no se puede. Es como si tú dijeras que tienes corazón gringo.

El otro ejército

El fiscal Artiga reconoce que los distintos gobiernos salvadoreños dejaron crecer el problema de los mareros.

Superado en 1992 el conflicto armado, el país entró en un proceso de reconstrucción que incluyó nuevas leyes y el desarme de todos los grupos armados.

“Nadie vislumbró lo que significaba la etapa de posguerra y se cometieron errores”, añade. “Al desmovilizarse los cuerpos de seguridad y la guerrilla, se dejó suelta a una masa de 40 mil hombres que durante 15 años aprendieron a defenderse o matar y que de lo único que sabían era del uso de armas”.

La recién creada Policía Nacional Civil (PNC) era “un cuerpo amorfo que no estaba preparado para controlar la delincuencia urbana: es muy diferente el combate en las montañas que en las ciudades”.

Además, la economía “estaba deshecha”, en cero la creación de empleos.

Por esos años el gobierno estadunidense inició la deportación masiva de salvadoreños que estaban en prisión o cometieron algún delito en las calles.

“Llegaron miles, sin control alguno. Jamás supimos quiénes eran o si tenían antecedentes penales; muchos venían directamente de la prisión y como no habían cometido delitos aquí, al llegar al aeropuerto quedaban libres, se iban a las pandillas”.

Paradójicamente, en los primeros años de la posguerra los mareros pasaron desapercibidos, oculto el fenómeno en la vorágine de la delincuencia urbana. “Las prioridades eran otras –reconoce el fiscal–, teníamos una alta incidencia de asaltos a mano armada, robo de bancos, de furgones con mercancía y de secuestros exprés, que por cierto vinieron de México”.

Fue hasta 2002, una década después de los acuerdos de paz, que el gobierno salvadoreño empezó a aplicar acciones concretas contra los maras. Pero el problema ya estaba fuera de control.

“Ubicamos clicas involucradas en los secuestros, y después nos dimos cuenta de que empezaron a vender droga. Eso les dio acceso a armas de fuego reales porque antes traían pistolas hechizas; llegamos a detectar un grupo con misiles de guerra”.

También aumentó el número de maras. Según la PNC son cerca de 11 mil los pandilleros en activo distribuidos en 309 clicas, pero otros como Luis Romero, coordinador de proyectos de Homies Unidos (organización independiente dedicada a rehabilitar mareros) dice que son 35 mil, “todos armados y dispuestos a morir por la clica”.

Está claro. Cualquiera que sea la cifra, los maras representan un verdadero desafío para el Estado salvadoreño, que cuenta, entre la PNC y los integrantes del ejército, con una fuerza regular de 33 mil elementos.

“Es un problema muy serio para el país”, advierte el director del Consejo Nacional de Seguridad Pública, Oscar Bonilla. “Tal vez no sea como el conflicto armado que vivimos hace unos años, pero sí algo muy cercano por la violencia y el número de personas involucradas”.

La Sombra Negra

Apenas una hojeada basta para casi tirar el documento.

El informe de la PNC sobre las decapitaciones repulsa, ausentes las palabras para describir las fotos de su contenido: cabezas desprendidas, manos, piernas y pies separados del cuerpo, cadáveres partidos a la mitad...

Del cúmulo de imágenes llama la atención la foto de un cuerpo que aparece con las manos atadas a la espalda y cercenado el dedo meñique izquierdo, una práctica común de los cuerpos paramilitares que actuaron en los primeros años de la posguerra.

Es una faceta más de la batalla salvadoreña contra las maras, la sospecha de que esta clase de grupos hayan vuelto a operar. “Era la forma de amedrentar a la gente en los años de la guerra sucia”, explica Eduardo Linares, concejal del ayuntamiento del Gran San Salvador y durante nueve años combatiente del FMLN: “Decapitar personas y tirar la cabeza en sitios diferentes, o desmembrar varios cuerpos y juntar las partes de todos en un solo lugar fue el sello de la dictadura”.

Tan grave es el problema que la procuradora de Derechos Humanos, Beatrice Alamanni, habla incluso de una operación de limpieza social emprendida “por sectores reaccionarios , al margen de la ley y con la complicidad de las autoridades que quieren resolver el problema erradicando a los indeseables”.

Las sospechas se alimentan porque ni la FGR ni la PNC informan de sus investigaciones... Si las tienen.

“Se han encontrado jóvenes amarrados, colgados de los pulgares como en los tiempos de la guerra. Eso no lo hacen los mareros, no es su metodología, y por el contrario, queda la sensación de que hay operativos para limpiar al país de las maras”.

Eso no significa, aclara, que los pandilleros no puedan cometer esa clase de crímenes, “pero como no se dan datos científicos que los vinculen, queda la sensación de que vivimos tiempos parecidos al inicio de la guerra”.

Y sí. El informe de la PNC sobre las decapitaciones señala que “con base en la información recolectada (inspecciones oculares, notas de los medios de comunicación social e información de campo) se puede establecer que en la mayoría de los homicidios se vincula a individuos que pertenecen a las pandillas. Sin embargo, en algunos de los casos no se ha logrado confirmar su autoría a nivel judicial”.

Tal vez la policía no ha encontrado a los culpables, pero entre ex pandilleros como Homies Unidos la versión más socorrida es que los responsables son miembros de la Sombra Negra, un grupo encabezado por militares que entre 1992 y 1993 se dedicó a ejecutar a activistas y ex guerrilleros.

Sin embargo, lo más grave es que estos crímenes, ampliamente difundidos en los medios salvadoreños, dieron sustento al programa Mano Dura contra las pandillas.

Y es gracias a ese operativo que, si no cambia la tendencia electoral, Arena ganará los comicios del 21 de marzo.

Es claro. En El Salvador los mareros han servido para algo más que para cometer delitos.

La razón de los votos

En mayo de 2003 una encuesta del Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) reveló que el gobierno del presidente Francisco Flores recibió la calificación más baja desde su inicio, en 1999.

El 50% de los entrevistados no estaba de acuerdo con la forma en que se llevaba la administración pública, y en particular reprobó los escasos resultados en materia de seguridad.

Cercana la campaña presidencial, con un avance consistente del FMLN, en el Palacio de Gobierno se encendieron los focos rojos, sobre todo porque en esa materia, recuerda el secretario para Asuntos Legislativos y Jurídicos de la presidencia, Francisco Bertrand, ya se había hecho casi de todo.

“Tuvimos buenos resultados en el combate al secuestro, los robos a furgones y asaltos, pero de todos modos 70% de la gente pedía más seguridad”.

Hacía falta, pues, un golpe de timón, y la salida la dieron los conflictos entre bandas de mareros cuya disputa territorial incluyó, en enero anterior, la decapitación de dos pandilleros.

“Concluimos que hacía falta una fuerte señal disuasiva, detener el crecimiento del fenómeno y tomar el control de sus territorios”, explica Bertrand.

El 23 de julio se puso en marcha el programa Mano Dura, mediante el cual, advirtió el presidente Flores, quedaba prohibido pertenecer a las pandillas. El paquete se completó en octubre cuando el Congreso salvadoreño aprobó la Ley Antimaras que castiga con prisión a quienes porten tatuajes, sostengan reuniones con más de dos personas en la vía pública y aplica sanciones penales a los menores de edad.

Sin embargo, el programa ha sido severamente cuestionado por su claro tinte electorero.

Y es que, curiosamente, la ley expira el 12 de abril, tres semanas después de las elecciones presidenciales.

Además, la eficiencia del operativo también está en duda. Hasta el 23 de febrero pasado la PNC había detenido a 10 mil 178 pandilleros, de los cuales 95% están libres por falta de pruebas.

El 81% de las capturas fueron por sospechas de pertenecer a los maras o por traer algún tatuaje; sólo a 14% se le vinculó con algún delito relacionado con las pandillas.

Tampoco cesaron las decapitaciones y desmembramientos: hace unas semanas apareció la víctima 17 en un año.

Pero las críticas no hicieron mella, quizá porque el operativo fue acompañado de una intensa campaña publicitaria que incluyó un abierto intento del presidente Flores, empresarios y políticos de la gobernante Alianza Republicana Nacionalista (Arena), de vincular al FMLN con los mareros.

El 24 de febrero la PNC aseguró un cargamento de armas, que aparentemente estaba destinado a la alcaldía de Mejicanos, gobernada por el Frente.

Dos días después la tienda Hunter´s Gun –cuya propietaria es militante de Arena– reveló que las armas eran encargo suyo y que por un malentendido del proveedor se habían enviado al ayuntamiento frentista.

Sin embargo, ese mismo día el presidente Flores declaró en Guatemala que el cargamento serviría al FMLN “para armar a los mareros”.

¿Guerra sucia? Lo único cierto es que la estrategia funcionó: la semana pasada el IUDOP informó que Arena tenía el respaldo de 55.6% de los salvadoreños.

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Ser homie es ser solidario. Significa alimentar a otro marero o asesinar por tu clica. Ser mara es una forma de vida.

En un país que no termina de abandonar la posguerra, con uno de los índices de desintegración familiar más grandes del continente y al que se considera como el séptimo importador de armas en el mundo, la violencia es tan común como manejar a la ofensiva o resolver a balazos los incidentes viales.

En este panorama, la mara se convierte en casi la única posibilidad de contar con una familia. Para todos. Los líderes de la MS, explica el pandillero intrigado por Mexicali, son personas con estudios, algunos incluso militan en el derechista Arena.

Hay maras en la policía, en las ventanillas bancarias y hasta en las universidades privadas. Las jainas (novias) de algunos macizos viven en la colonia Escalón, donde está la residencia presidencial.

Es un fenómeno, explica la investigadora del IUDOP, María Santacruz, que no se resuelve con represión, pero tampoco con los programas de rehabilitación que ofrece el gobierno salvadoreño.

“¿De qué sirve jugar al futbol en la tarde (como promueve el Consejo de Seguridad), si en la noche me voy a morir de hambre?”, cuestiona Luis Romero, de Homies Unidos.

“¿Para qué capacitar a los cipotes si nadie les va a dar empleo? ¿A cuál sociedad quieren reinsertarlos, si nunca han sido parte de ella?”


¿Invasión o viendo maras con tranchete?
La maramanía chiapaneca

Laura Castellanos

¿Los maras culpables de todos los males? Tras algunas declaraciones de autoridades mexicanas, se han multiplicado las versiones de presencia de las temibles bandas centroamericanas en varias partes del país. Portar un tatuaje se ha convertido en sinónimo de pertenencia a la banda delincuencial. En nuestra frontera sur, puerto de entrada de la Mara, las cifras oficiales sugieren un panorama distinto. Más de la mitad de los abusos o atracos contra migrantes centroamericanos son cometidos por agentes mexicanos. De las agresiones perpetradas por la delincuencia común (49%), sólo en dos de cada nueve casos se identifica a los maras como responsables
 

TAPACHULA, CHIAPAS.Horror en una noche calurosa. Tres maras persiguen a Wimbert sobre los techos de los vagones en rápido movimiento. El sudor chorrea sobre los tatuajes de sus torsos flacos, macizos y desnudos. Son ágiles y crueles. Wimbert corre. Conoció a uno de los maras, veinteañero y de Honduras como él, cinco días antes. Wimbert baja presuroso por la escalera del tren y pisa con cuidado el enganche para alcanzar las escaleras del siguiente vagón. Sube y corre por el techo. Los maras se infiltraron enel grupo de migrantes centroamericanos. Otra vez escaleras. Wimbert compartió lo poco que tenía con el supuesto amigo durante varios días. Otro techo. Al cuarto día los maras descubrieron su identidad y lo atracaron. Escaleras. El último día lo estuvieron acosando y, no conformes, ahora van tras él. Techo. Lo atrapan. Lo lanzan con furia hacia las ruedas del tren. La pierna de Wimbert es cercenada hasta su pelvis. Queda tirado, aúlla de dolor. Adiós sueños.

La invasión de la marabunta

La mara marabunta arrasa todo a su paso y deja atrás una terrible destrucción. Así sucedía en una película de los setenta sobre feroces hormigas, Marabunta.

México, dicen, vive su propia invasión de marabunta. De los maras salvatruchas, integrantes de la violenta pandilla de salvadoreños nacida en Los Angeles. Los maras han llegado a ser considerados un problema de “seguridad nacional”. El Instituto Nacional de Migración (INM) habla de su presencia en ocho estados; la Comisión Nacional de Derechos Humanos envió a un grupo de especialistas a investigar el fenómeno en Chiapas, y diputados instan a tomar acciones contra ellos. Tras algunas declaraciones de funcionarios del INM se han multiplicado las informaciones sobre la presencia de pandilleros centroamericanos. En esta frontera es común que casi cualquier delito se atribuya a los maras. ¿Qué tanto hay de cierto?

El Grupo Beta Sur de Protección al Migrante, del INM, reporta sobre las quejas por abusos y asaltos contra indocumentados centroamericanos: 51% de esos delitos son cometidos por agentes de los diversos cuerpos de seguridad mexicanos y 49% por delincuentes comunes. El reporte dice que sólo en dos de cada nueve casos los agresores son maras.

Muchas de las víctimas de los maras forman parte de los 146 mil centroamericanos que fueron deportados por México el año pasado.

Ciudad Hidalgo y Tapachula son dos lugares donde los maras legítimos establecieron sus dominios desde mediados de los noventa. En diciembre pasado se realizaron diversas acciones policiacas que los dejaron reducidos y desarticulados.

Otilio Wong Arriaga, presidente del Comité Municipal de Consulta y Participación Ciudadana de Tapachula en Materia de Seguridad Pública, dice que el verdadero peligro está en Ciudad Hidalgo, el paraíso fronterizo del narcotráfico, el tráfico de armas y la prostitución infantil. En Tapachula, dice Wong, el incremento de robos a casa habitación y a transeúnte se debe a la acción de delincuentes locales.

El principal lugar de actuación de los maras salvatruchas son las vías del tren. Ahí atracan y agreden a migrantes, algunas veces junto con delincuentes locales. También suelen infiltrarse en los grupos de migrantes que van en los trenes para atacarlos durante el viaje. Tal como le sucedió al infortunado Wimbert: “Caí debajo del tren. Sólo miraba así para arriba y lo veía pasar. Ahí quedé tirado, sin mi pierna, vaciándome de sangre toda la noche. Luego vi que venía otro tren y quise pararme para arrojarme a los rieles, pero ya no tenía fuerza”.

Wimbert está en la Casa del Buen Pastor, de la señora Olga Sánchez, que prácticamente sin ayuda gubernamental alberga a migrantes que han tenido accidentes o ataques por los cuales muchos han perdido algún miembro. En la casa viven 27 personas, de las cuales ocho fueron atacadas durante su viaje. Sólo Wimbert identificó con seguridad a sus victimarios como maras.

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Sin desestimar los daños que la acción delincuencial de los maras han dejado, quizá lo más grave sea, en esta frontera, el nacimiento de toda una generación de imitadores, niños y adolescentes, que la policía local ha bautizado como maramaniáticos.

La mayoría, a diferencia de los centroamericanos, no lleva tatuajes, pero heredaron sus códigos. Los maras originales se han ido de sus colonias. Pero la pobreza y la marginación de sus imitadores mexicanos siguen siendo el caldo de cultivo para una violencia local antes desconocida.

Escámate y escucha

José escribió una canción. La canta rapeada y se detiene en seco. Mira hacia el techo, la comienza de nuevo moviendo casi imperceptiblemente su pie derecho. Ahora sí le agarra el hilo: “Qué onda muchacho/ vas, vienes y te miro/ si me traes bronca/ de loco te tiro/ me paro te tumbo/ no es tu rumbo/ y con el limbo tal vez te confundo”.

José no sabe qué significa “limbo” pero la incluyó porque le sonaba bien. La escribió hace más de dos años, cuando tenía 15. Guacha trucha. Vive en Los Reyes, una colonia popular de Tapachula. Escámate y escucha. Viste sin ninguna estridencia y su piel morena está limpia de cicatrices o tatuajes. Somos delincuentes de la Mara Salvatrucha. Es un mara tapachulteco. Nosotros violamos (la ley). Para la policía local es un maramaníatico. Nosotros controlamos.

José se detiene otra vez. Repite quedito, para sí, de nuevo toda la canción. Como los pandilleros angelinos, José también fue brincado y, no esconde su orgullo, por un mara legítimo; se integró a una clica, tuvo la consigna de ser el ranflero de su escuela y de combatir a su enemigo acérrimo: La Barrio 18, la otra banda salvadoreña angelina que también tiene su versión en Tapachula. El continúa cantando: “... y a los chavala (de Barrio 18)/ nosotros los matamos/ en trece segundos/ en el barrio estamos/ rifando la marota/ nosotros controlamos/ porque aquí en Los Reyes/ las dos letras (MS)/ de corazón las llevamos”.

José concluye por fin entre risas nerviosas. El es prisionero del viejo pleito entre la MS 13 y Barrio 18, que aquí tuvo su clímax hace casi dos años: una muchacha marera fue asesinada, decenas de homies fueron encarcelados; la rivalidad dividió territorios, familias, provocó el acoso a escuelas, riñas cotidianas, vandalismo, drogadicción.

Ahora, Tapachula vive una calma aparente. De cualquier forma José está aterrado. Es que en el camino de la vida loca decidió dejar de ser homie de la MS 13. No le teme tanto a las redadas policiacas sino a la Barrio 18 y a su propia mara. Por eso le costó trabajo recordar la canción. Al parecer, quisiera olvidarla para siempre.

Saldos de una guerra

Desde hace unos años, un informe de Beta Sur describía la rivalidad de las bandas: “se trata de dos bandas transfronterizas opuestas que pelean por el botín y territorio y cuya rivalidad es permanente e irreconciliable”.

La MS 13 nació a fines de los ochenta en Los Angeles, fundada por jóvenes salvadoreños que huían de la guerra. Para principios de los noventa la comunidad salvadoreña en esa ciudad era de más de 300 mil personas.

Entonces –como ahora–, las pandillas angelinas, integradas por una juventud arrojada del sueño americano, peleaban a muerte por el mercado de la droga, por conflictos interraciales e incluso, dentro de los mismos barrios, por el control territorial.

Los salvadoreños retomaron una palabra coloquial usada en su país: mara o pandilla. Eran la marabunta. Le agregaron salva-trucha: la identidad nacional y el orgullo de ser muy abusados. De la pandilla mexicana Barrio 18 surgió otra mara. Los números 13 y 18 los adoptaron de las calles que controlaban.

Nació la Mara Salvatrucha 13 y a principios de los noventa, en Los Angeles, ya era considerada como una de las pandillas locales más sanguinarias. Durante esa década muchos mareros fueron repatriados. Hasta 1992 el gobierno y la guerrilla salvadoreños firmaban los acuerdos de paz. El Salvador estaba destrozado. Los mareros repatriados ya nada querían hacer ahí. Algunos intentaron de nuevo internarse en Estados Unidos y utilizaron la ruta de la migración centroamericana, que cruza México, e iniciaron un flujo y reflujo interrumpido por su estancia temporal en algún lugar en el que se insertaban en las redes delincuenciales de la región.

Jóvenes salvadoreños con tatuajes llamativos y un peculiar lenguaje de señas comenzaron a ser vistos en Tecun Umán a fines de los noventa. Los Beta Sur identificaron a la “mara 13” y la “mara 18”, cada una con hasta 70 miembros, que empezaron a actuar de uno u otro lado de la frontera, atracando a los migrantes.

Por el barrio nací y por el barrio moriré

La Mara Salvatrucha 13 llegó a la polvorienta colonia Los Reyes cuando José recién empezaba la secundaria. Esa época fue para él un tormento: su padre tomaba, peleaba con su madre, ella se iba de la casa, regresaba, el dinero no alcanzaba. Comenzó a faltar a la escuela, a ser peleonero y a vagabundear en el único sitio de esparcimiento en Los Reyes: un enorme solar convertido en cancha de futbol.

Para entonces la Mara extendía su dominio. Integraba a jóvenes de otras nacionalidades arrastrados por la marginación y violencia regional: guatemaltecos, hondureños y mexicanos. Una veintena de muchachos rentó una casa en Los Reyes y comenzó a rondar la cancha en busca de adeptos.

Un mara salvatrucha treintañero contactó a José y a sus amigos. Los niños quedaron fascinados. Les enseñó los tatuajes, les habló de las pandillas de Los Angeles, de la guerra. Les dijo que él venía huyendo de su país porque la policía y los militares los ejecutaban a mansalva. Conocieron las chimbas, armas hechizas utilizadas por ellos.

El mara logró jalar a un centenar de niños. Primero, un muchacho mayor que José, El Chino, fue iniciado o brincado. Luego le tocó a él. Ser brincado es la prueba para ser aceptado: durante 13 segundos (el tiempo real dura a criterio de quienes cuentan), el aspirante tiene que aguantar una andanada de golpes. A José, como a la gran mayoría, se le respetó el que no se tatuara para evitarse problemas con sus padres.

El salvadoreño nombró al primer muchacho como ranflero o segunda voz de esa clica o célula pandilleril. La clica comenzó a hacer reuniones nocturnas en la cancha de futbol. En éstas cada marero debía dar una cooperación de cinco pesos que el ranflero guardaba celosamente para pagar la multa de algún homie o hermano que pudiera ser aprehendido. También ingresaron cinco muchachas de la colonia. Si ellas no querían ser brincadas debían tener relaciones sexuales con los dos líderes. La mariguana y la cocaína comenzaron a correr.

El salvatrucha estuvo como un año en Los Reyes y luego desapareció. José no volvió a saber de él. Pero la vida loca de la mara había llegado para quedarse. Cuando José terminó la secundaria y estaba por ingresar al Colegio de Bachilleres (COBACH), El Chino lo instruyó para que en esa escuela levantara otra clica de la MS 13 y combatiera a los miembros de la Barrio 18. Así lo hizo. La escuela, a la que asistían jóvenes de las colonias populares de las afueras de Tapachula, se convirtió en campo de guerra.

En los salones, los estudiantes no se hablaban con los del bando contrario. Las paredes fueron grafiteadas; algunos llevaban armas punzo cortantes, y la mayoría se colgó un rosario como fetiche. El de la MS 13 era blanco o café claro, el de la Barrio 18, negro o café oscuro. Las riñas eran cotidianas.

Ante la advertencia de expulsiones, vinieron las amenazas al profesorado y los ataques a las instalaciones de la escuela. Las autoridades educativas no intervinieron. En un par de ocasiones unos 70 muchachos apostados afuera arrojaron piedras, botellas y bombas molotov. El director, Miguel Pineda, se vio obligado a cargar un tubo metálico para protegerse.

Los maramaniáticos

El subcomandante operativo José Manuel Cinta Solís, de la policía municipal de Tapachula, tiene 27 años de servicio (fungió como tal hasta el 28 de febrero, día en que fue aprehendido, acusado de supuesta cobertura en la fuga del ex alcalde Manuel Pano Becerra, inhabilitado por el Congreso local). Cinta los bautizó. A las muchachas (que representan 10%) y muchachos locales les puso maramaniáticos y al fenómeno social lo llamó maramanía. El jefe policiaco estudió el fenómeno de forma empírica e ilustra: “Yo catalogo la maramanía como lo que pasó con la cantante Tatiana, la Tatianamanía. Que todo mundo quería traer esas falditas cortitas, esponjaditas, de colores azules y rosas y la mentada diadema”. Los maramaniáticos, a su entender, serían simples imitadores del comportamiento de la Mara Salvatrucha.

Hace casi dos años, recuerda, cuando el asunto en el Cobach estalló, 80% de la actividad de los maramaniáticos estaba fuera de control. Hoy presume: éste índice ha sido reducido a 20%, en parte gracias a los recorridos policiacos en las afueras de las escuelas. Tan sólo en 2003 dice que se realizaron 3 mil 342 de éstos en el centenar de planteles de educación secundaria y media superior, así como 130 operativos de revisión de mochilas.

El año pasado, la policía local detuvo a 673 presuntos maras, 252 de los cuales eran menores de edad y fueron puestos en libertad por no existir denuncia, 35 fueron trasladados a Villa Crisol y dos fueron puestos a disposición del Ministerio Público. De los mayores de edad, 190 fueron puestos en libertad por no existir denuncia, 50 puestos a disposición del Ministerio Público del fuero común y 12 al Ministerio Público de la federación; 132 fueron entregados a las autoridades migratorias.

Las crifras de maras consignados por la Procuraduría General de Justicia del Estado de Chiapas (PGJE) varían de 2002 a 2003. Las de los menores infractores se redujeron de 115 a 32, mientras las de los adultos aumentaron de 17 a 71. Ochenta fueron remitidos al INM.

Según Gonzalo Díaz Castellanos, coordinador de Fiscalías Especiales del estado, una oleada de maras pudo haber ingresado al país a fines del año pasado a raíz de que entre agosto y octubre los gobiernos de Honduras y El Salvador establecieron las leyes de “mano dura”. La nueva incursión de maras fue sofocada con rapidez. A fines de diciembre, 31 maras hondureños recién internados al país fueron aprehendidos en una casa de Tapachula.

El 10 de diciembre de 2003 fue creado el Operativo Acero como respuesta a dos ataques a grupos de migrantes que viajaban en tren, ocurridos los primeros días de ese mes. En uno de éstos, en Tuzantan, un centenar de migrantes fueron agredidos por una banda de 25 hombres. Dos mujeres salvadoreñas fueron
asesinadas. El gobierno estatal dijo que los agresores portaban armas de fuego y machetes y que “probablemente” eran de la Mara Salvatrucha.

La noticia fue difundida con escándalo en los medios de comunicación. Imágenes de maras tatuados, haciendo señas con las manos, fueron transmitidas y publicadas una y otra vez. Portar tatuajes se convirtió en la marca incuestionable de pertenencia a la mara; 21 presuntos agresores fueron consignados, según Díaz Castellanos, todos maras tatuados, a excepción de un mexicano.

En la mar de declaraciones que siguió, Mauricio Gándara Gallardo, delegado del INM, consideró la actuación de la Mara Salvatrucha como un asunto de seguridad nacional. El INM difundió un mapa en el que se señalaba la expansión de las maras a Baja California, Tamaulipas, San Luis Potosí, Veracruz, Guerrero, Oaxaca y el estado de México.

El castigo

Hoy el Cobach está en aparente tranquilidad. El director Miguel Pineda impuso la disciplina (expulsó a 70 estudiantes) y la orientadora social Claudia Sánchez organizó talleres de padres y ha sido la principal consejera del estudiantado.

Aunque los operativos policiacos han disminuido su visibilidad, la maramanía sigue latente. El informe del Consejo Municipal de Seguridad Pública ubica algunos de los lugares en los que la MS 13 o la Barrio 18 actúan: la cancha de la colonia de futbol de la colonia Pobres Unidos; la secundaria técnica 129, cuyo director fue amenazado de muerte; la colonia Procasa, en la que se elaboran chimbas en un taller de herrería; la colonia Democracia, en la que fue encontrado hace casi dos años el cadáver de la marera Brenda Berenice Ramírez; así como las colonias El Paraíso, Obrera, 6 de enero, 18 de octubre y otras escuelas.

Que se olviden de mí

La vida de José tuvo un giro inesperado: su padre dejó la bebida y logró unir de nuevo a la familia. Pero José no es feliz. En Los Reyes, los saldos del paso de la mara para él son terribles: del casi centenar de jóvenes que integraban su clica, una buena parte huyó, otra se mudó y una más ha sido encarcelada. El dejó la droga; ahora sólo quiere estudiar. Pero el simple hecho de haber sido ranflero, piensa que lo ha marcado para siempre. En su clica sólo la muerte puede exonerarlo. Su temor real o infundado le impide ir al centro, al parque Benito Juárez, a las colonias Solidaridad, Flamboyanes, Las Vegas, todas territorio de Barrio 18. Casi no sale de su casa. Teme que sus hermanos menores sean atacados.

Cuando se le pregunta qué desearía para su colonia, pide “una escuela de orientación social” y que la calidad de vida de sus habitantes mejore. Ahora le preocupan los niños de primaria que, como él, empezaron como un juego la imitación de las señas de la MS 13. “Hay niños maras de la colonia que ya empezaron a robar porque necesitan zapatos”, advierte. “Yo quisiera que la Mara se olvidara de mí, que ellos siguieran su ruta, pero que creyeran que yo nunca existí”.

Por lo pronto, el Operativo Acero ha sido extendido a Los Altos de Chiapas, pues aquí a la mara la dan por muerta. Los “replegaron” a sus países o algunos se fueron a otros estados, como sugiere Díaz Castellanos. “La situación está bajo control”, dice el funcionario. Con todo, el gobierno de Chiapas ha enviado al Congreso local una iniciativa para endurecer las penas contra los pandilleros y realiza una consulta estatal para reducir la edad penal.

Fotografías cortesía de La Prensa Gráfica