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E C O N O M I A
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México D.F. Viernes 12 de marzo de 2004

ECONOMIA MORAL

Julio Boltvinik

La economía moral es convocada a existir como resistencia a la economía del "libre mercado": el alza del precio del pan puede equilibrar la oferta y la demanda de pan, pero no resuelve el hambre de la gente

Baran y Sweezy y la cuestión social

Pobreza y carencias de vivienda en la sociedad opulenta
Solución individualista inviable: el automóvil particular

"SOBRE LA CALIDAD de la sociedad capital monopolista" es el título del penúltimo capítulo del libro de Paul Baran y Paul Sweezy El capital monopolista. La semana pasada, al rendir homenaje al recién fallecido Paul Sweezy, me referí a la estructura general del libro. Hoy quiero recordar algunos de los contenidos de este capítulo. Vaya esto como un repetido homenaje a estos grandes autores y como una oportunidad para que algunos lectores conozcan su pensamiento. Una de sus grandes conclusiones es que "el capital monopolista, con toda la productividad y riqueza que ha generado, ha fracasado totalmente en proveer los fundamentos de una sociedad capaz de promover el desarrollo de sus miembros con salud y felicidad" (p.285).1

SOBRE LA POBREZA recuerdan cómo en 1962, con la aparición del libro de Michael Harrington The Other America2, y después con la "guerra contra la pobreza" lanzada por el presidente Johnson en 1964, "todo el mundo quedó informado no sólo de que la pobreza existe en Estados Unidos sino que es uno de los problemas políticos más importantes, desvaneciendo con ello las ilusiones forjadas durante la Segunda Guerra Mundial y la Gran Celebración de los años 50, que con certeza complaciente sostenían que la pobreza en ésta, la más opulenta de todas las sociedades, sería pronto un mal recuerdo". Pero pronto, a finales de los 50, la verdad no podía esconderse más; la pobreza se estaba expandiendo y ahondando. "La opulencia empezó a aparecer como lo que es -no la cura de la pobreza sino su siamesa"- (pp. 285-287). La situación volvió a lo que era antes de la Segunda Guerra, cuando Franklin D. Roosevelt señaló que "una tercera parte de la nación estaba mal alojada, mal vestida y mal alimentada".

BARAN Y SWEEZY discuten impecablemente los criterios para definir y medir la pobreza. En primer lugar señalan que "cada sociedad tiene sus propios estándares para medir la pobreza, y, a pesar de que tales estándares puedan no ser cuantificables de manera precisa, son sin embargo hechos reales, objetivos". Años después (en 1981) Amartya Sen habría de expresar esta misma idea con la famosa frase que sintetiza la tarea del investigador sobre la pobreza y la califica: "Describir una prescripción prevaleciente no es un acto de prescripción sino de descripción". Se apoyan en el concepto de mínimo de subsistencia desarrollado por Marx como elemento central en su teoría de los salarios y de la plusvalía. Marx no pensaba, como los economistas clásicos, que los mínimos de subsistencia están determinados fisiológicamente. Por el contrario, sostenía que el número y extensión de sus así llamadas necesidades necesarias son producto del desarrollo histórico y dependen, por tanto, en gran medida del grado de civilización de un país. "De aquí fluye lógicamente -continúan nuestros autores- la definición de pobreza como la condición en la cual viven aquellos miembros de la sociedad cuyos ingresos son insuficientes para cubrir lo que es, para esa sociedad y en ese tiempo, el mínimo de subsistencia (p.288)."

ADOPTAN EL PRESUPUESTO familiar "modesto pero adecuado" definido por el Bureau of Labor Statistics (oficina de estadísticas laborales) como una aproximación al mínimo de subsistencia en Estados Unidos y, comparando los ingresos de las familias contra la línea de pobreza así definida, llegan a la sorprendente conclusión de que en 1959, "con los estándares de la sociedad capitalista misma, cerca de la mitad de la población" estaba viviendo en la pobreza en el país más rico del mundo. ƑPor qué Michael Harrington obtuvo mucho menos pobreza, 25 por ciento en 1961? La razón es muy sencilla: en lugar del presupuesto "austero pero adecuado" adoptó como línea de pobreza la mitad de éste, sin ninguna explicación. El mismo describe en qué consiste el presupuesto: para una familia urbana de cuatro personas, con pequeñas variaciones por ciudades, la media era de 6 mil 147 dólares anuales. "Según el gobierno, el presupuesto está por encima del mínimo de mantenimiento y muy por debajo del nivel del lujo. Se considera modesto y adecuado, aunque esté por debajo del término medio de que disfrutan las familias norteamericanas." Después de describir la estructura de dicho presupuesto, Harrington comenta: "Evidentemente, éste no es el presupuesto para llevar la agradable vida que pintan las revistas norteamericanas". Sin embargo, añade: "En términos actuales, no es pobreza ni nada que se le asemeje".3 Esto a pesar que en las páginas precedentes Harrington parecería fundar una concepción relativa, histórica, de la pobreza similar a la de Baran y Sweezy: "Hay nuevos cálculos de lo que el hombre puede alcanzar, de lo que debería ser un nivel de vida humano". Y más adelante añade: "los norteamericanos pobres no son pobres en Hong Kong o en el siglo XVI; son pobres aquí y ahora, en Estados Unidos. Están despojados en relación con lo que el resto de la nación disfruta, en relación con lo que la sociedad podría proporcionarles si tuviera voluntad para ello" (p. 226). A pesar de esto, corta a la mitad el presupuesto "modesto pero adecuado" y, por tanto, encuentra la mitad de la pobreza que Baran y Sweezy. Como se aprecia, la lucha por los criterios de pobreza es una vieja lucha.

DESMIENTEN, CON UN análisis detallado, la tesis de que las condiciones de la vivienda hayan mejorado durante la posguerra: "todos los esfuerzos del gobierno para enfrentar la situación de la vivienda no sólo no han llegado a la raíz del problema; de hecho han conducido a agravarlo". Para ello proporcionan algunas cifras tanto nacionales como de ciudades específicas, pero más importante, indagan en detalle el funcionamiento del proceso de renovación urbana con el cual se atacan, supuestamente, los problemas del deterioro urbano, de los slums (barrios populares deteriorados). Muestran con claridad cómo la renovación urbana se convierte en realidad en remoción de negros, en relocalización de los slums. Entre otras cosas porque una vez demolidos los edificios, las empresas desarrolladoras "no pueden obtener ganancias construyendo departamentos de renta baja para familias de bajos ingresos. Sólo pueden obtenerlos de la construcción, y renta o venta, de lujosos edificios de apartamentos, rascacielos para uso comercial o casas para residentes de clase media o alta" (p. 297). Con esta misma lucidez expresan algo que conocemos muy bien en México: "En ningún momento de la historia del capitalismo los grupos de bajos ingresos han constituido un mercado para la vivienda nueva, y el desempeño de los años de posguerra demuestra que esto es tan cierto en la era de la opulencia como en los periodos de escasez" (p. 299). Para los pobres de EU, como del resto del mundo, la única opción para resolver sus necesidades de vivienda parecería ser la vivienda pública, construida por el gobierno. Pero al respecto son muy pesimistas: "no existe la más pequeña perspectiva de que la vivienda pública llegue a proporciones importantes mientras el poder político permanezca concentrado en las manos de la oligarquía adinerada". Demandar estas cuestiones, señalan, de un gobierno capitalista, un gobierno de los ricos y para los ricos, es demandar que deje de ser capitalista (p. 300).

EL CAPITULO TRATA dos temas más: el del desarrollo de los suburbios y la crisis de la transportación urbana asociada y el de la calidad de la educación en EU. Como resultado de procesos complejos en el uso y valoración del suelo de los centros urbanos (degradación, renovación, encarecimiento) las clases medias buscaron la solución a sus problemas de vivienda en las casas unifamiliares de los suburbios. En consecuencia, una gigantesca migración interna llevó a la construcción de decenas de millones de viviendas fuera de las ciudades, en los suburbios. Las mejores casas de los suburbios se convirtieron en la imagen perfecta de la opulencia del modo de vida americano aunque sólo reflejaran una pequeña porción de las viviendas de los suburbios, ya que la mayoría eran (y son) casas baratas con expectativas bajas de duración y, por tanto, altos costos de mantenimiento, construidas en lotes pequeños. Aunque en opinión de nuestros autores incluso éstas representan una mejoría respecto a las viviendas que estos grupos solían ocupar en las ciudades, la mejoría se ve contrarrestada por la crisis de transportación que afecta sobre todo a quienes tienen que trasladarse diariamente al centro de las ciudades. El uso generalizado del automóvil permitió la expansión de los suburbios, y ésta a su vez estimuló el uso del automóvil (ya para 1962 había registrados en EU š65 millones de automóviles!): "Al negar radicalmente la lentitud de las carretas, así como la rigidez del tren limitado a las vías, el automóvil hizo posible la tremenda expansión del hinterland (área) residencial de las ciudades", que se expandió hasta 80 kilómetros del lugar de trabajo. Pero pronto "habría de presentarse la negación de la negación. Como cuando todos siguen el ejemplo del hombre que en medio de una muchedumbre se sube a su silla para tener una mejor vista, con el resultado de que nadie puede ver mejor que antes pero toda la muchedumbre ha pasado de estar firmemente sentada para estar parada sobre una base tambaleante, la proliferación del automóvil está prácticamente anulando, en muchas partes del país, la ventaja inicial que disfrutaba su propietario. La secuencia de sucesos asume la forma de destino inescapable. A medida que la ciudad infectada por autos, esmog y ruido se vuelve cada vez más inhabitable, el número de personas que se mudan fuera de la ciudad aumenta y con éste el número de automóviles de los que dependen para conmutar diariamente al trabajo. Las calles y carreteras se congestionan hasta el punto de estrangulamiento, el problema de espacio para estacionar crece y se hace irresoluble y el automóvil se convierte en el opuesto de lo que era: de un medio de transportación rápido se convierte en un obstáculo insuperable del tránsito... Ir al trabajo y volver se convierte cada vez más en largos tiempos, tedio y nerviosismo". (p. 303)

ADEMAS, LA SOLUCION del automóvil obliga a la asignación de recursos cada vez mayores para la construcción de más y más vías rápidas, que continuamente terminan sobrepasadas por el creciente tráfico de automóviles. Baran y Sweezy terminan este tema señalando: "Como en el caso de una buena parte del progreso tecnológico en el capitalismo, los frutos del automóvil están resultando ser el opuesto de sus inmensas potencialidades".

EL CAPITULO TERMINA con una larga sección dedicada al tema de la calidad de la educación que el espacio disponible no me permite explorar adecuadamente. Sirvan, pues, unas cuantas pinceladas. Baran y Sweezy proporcionan algunas cifras que muestran la debilidad del sistema educativo de EU. Por ejemplo, en 1960 el aparato militar significaba un costo del doble de todo el sistema educativo del país. Mientras el gasto educativo público y privado en educación era de 23 mil 100 millones de dólares, lo gastado en la adquisición, operación y mantenimiento de automóviles eran de 37 mil millones de dólares. Los salarios de los profesores estaban por debajo del presupuesto "modesto pero adecuado"; es decir, los profesores eran pobres. El sistema educativo era muy estratificado: "la oligarquía adinerada que se sitúa en la punta de la pirámide no envía a sus hijos a las escuelas públicas, sino a exclusivas instituciones particulares" (p. 309).

MUCHO DE LO dicho hace casi 40 años por Baran y Sweezy, como puede apreciar el lector, se aplica perfectamente al México de hoy.

1 Cito la edición original en inglés: Monopoly capital, Monthly Review Press, 1966, Nueva York.

2 Edición en español del Fondo de Cultura Económica, con el título de La cultura de la pobreza en los Estados Unidos, 1963.

3 Michael Harrington, obra citada, pp. 230-231.

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