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México D.F. Jueves 18 de marzo de 2004

Olga Harmony

El regreso al desierto

Conocida ya en lectura por el volumen de Ediciones El Milagro, en que aparece este texto -junto a Roberto Zucco- la penúltima obra de Bernard-Marie Koltés y última que vio llevada a escena en vida, se añade a las cada vez más numerosas escenificaciones del autor en nuestro país, ahora montada por Boris Schoemann, quien ya la había presentado en Morelos en una lectura dramatizada con su compañía Los Endebles, algunos de cuyos elementos se mezclan con otros que son de los más sólidos valores de nuestra escena. Schoemann no utiliza la traducción de Pilar Sánchez Navarro que aparece en la edición mencionada, sino que la traduce y la adapta, aunque su adaptación es más escénica que literaria.

Como apunta Jacques Nichel, quien la escenificó en 1995, Regreso al desierto es una mirada a su mundo infantil y adolescente, en que Koltés se identifica con Eduardo en su deseo de volar y desaparecer y en su rebeldía. En el volumen de El Milagro, se puede leer, en la conversación con Michel Genson: ''Argel no parecía existir pero, sin embargo, los cafés árabes estallaban y los árabes eran echados a los ríos". Estos recuerdos, unidos a su crianza en el seno de una familia pequeñoburguesa de la provincia francesa, Metz, el verdadero desierto al que alude en el título de su obra, dan pie para su amarga comedia en la que se burla de las familias provincianas, llevando su crítica a los mayores extremos, y con la que salda alguna cuenta con su padre, combatiente francés en la guerra de Argel y que sin duda tiene muchos rasgos de Adrián, más quizás en su autoritarismo hacia Mateo, que incluye las muchas bofetadas que le arrea que en esa actitud de no dejarlo salir, aunque es muy posible que la idea de que afuera todo es una selva no esté lejos del entorno del autor.

También hay que recordar la irrisoria declaración de Adrián de que los franceses no necesitan aprender otras lenguas, porque la suya es muy bella y envidiada, con lo que subraya ese patrioterismo de quienes están muy seguros de su lugar, a contrapelo de Matilde (''ƑQué patria tengo yo?") y aun del paracaidista negro (''Me dicen que una nación existe y luego no existe más"). Está la muy chistosa intervención del fantasma de María, cuya familia era ''la verdadera burguesía" frente a esos advenedizos Serpenoise, en que relata su despectivo horror ante el pastel que le dio su suegra, elitismo de clase que luego será imitado por Adrián, cuando declara que en su casa no hay mujeres, sólo damas.

En un espacio diseñado por Gabriel Pascal, con muros oscuros que casi convergen, en uno de los cuales se abren cinco puertas claras y en el otro un asiento que se puede convertir en cama, se dan todos los ambientes que pide el autor, con el apoyo de una pequeña mesa que sale de una puerta, que dará a la cocina donde trabaja Aziz, luego el café de Saifi y con una simbólica palmera estilizada (que ubicará al jardín junto a las sombras de árboles de la iluminación de Pascal). Schoemann acentúa la comicidad con matices y actitudes que dan los espléndidos Julieta Egurrola como Matilde y Luis Rábago como Adrián y en el encuentro de los dos hermanos, en que divide sus parlamentos para dar varias entradas. Combina las escenas de gran movilidad en las que los gritos e improperios no están ausentes, como la del pleito y corretizas entre Adrián y Matilde (apoyadas por la dirección de movimiento escénico de Marcela Aguilar) con escenas muy intimistas, quietas, dichas en voz casi susurro, sobre todo en los monólogos de los dos hermanos y el de Eduardo antes de desaparecer en el aire.

Pilar Boliver diseñó un vestuario, maquillaje y peinados muy acorde con la época, en algunos casos muy simbólico como el de Habibe (la muy buena actriz Carmen Mastache) que no se despoja de abrigo, guantes y gorro ni para dormir -porque en Francia padece frío- o el desaliño de Marta (María Fernanda García), a veces grotesco como el de los conjurados Borny, Sablón y Plantieres. Estos personajes son encarnados por Hugo Arrevillaga, que hace también un muy buen Eduardo, Enrique Arreola que intepreta también a Saifi y Raúl Adalid que es el cauto Aziz en las escenas en que el criado aparece. María Elena Olivares sobreactúa a la señora Queuleu -aquí Kuló- y completa el reparto Duane Cochran, cuyo fuerte acento no molesta porque encarna al paracaidista negro, un árabe entre franceses.

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