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México D.F. Sábado 20 de marzo de 2004

Cientos de escolares fueron cautivados por su vena docente en el Zócalo

Marsalis dictó, de bulto, una cátedra de su majestad el blues

El trompetista recibió el trato que sólo se dispensa a los ídolos del ámbito comercial

De la mano de cuatro músicos más, se armó tremendo bailongo en la plancha de concreto

ANGEL VARGAS

No'mbre, pos la mera verdad es que sí estuvo bien chingón. Nunca había escuchado algo así; toca reboniiito el negrito ése; ¿cómo se llama?, ¿Winston, no? Me gustó también mucho el de la batería; está cañón, ¿verdad?

El alboroto es infernalmente divertido en el Zócalo: gritos, silbidos, aplausos, y apenas si puede escucharse la voz puberta de Javier Sánchez, quien de improviso interrumpe la breve charla.

Pide ser esperado ''tantito" y corre hacia la bola de chavos que se forma en torno de Wynton Marsalis para saludarlo, tocarlo, pedirle un autógrafo o que se tome una foto con alguno de ellos.

La blancura de los dientes del trompetista estadunidense irrumpe a cada momento en forma de sonrisas, al tiempo que estampa su firma lo mismo en un libro de Carl Sagan, que en un boleto de concierto o en una modesta hoja de cuaderno escolar.

Policrómico mosaico vivo

Quién habría de imaginarlo: un músico de jazz, que seguramente hasta ayer era desconocido para la mayoría de adolescentes y jóvenes que ahora lo aclaman, siendo tratado como un ídolo de la música comercial, acaso Luis Miguel o Ricky Martin.

Provocar tal reacción no fue el objetivo de Marsalis al aceptar ofrecer este viernes un concierto didáctico en el mismísimo ombligo de la megaurbe, como parte de la versión 20 del Festival de México en el Centro Histórico.

La docencia es su máxima pasión, ¡claro!, sólo después de hacer jazz. Está convencido de la importancia social del arte para el desarrollo integral de la persona, según ha manifestado en varias ocasiones,

Hastío e indiferencia imperan, antes de comenzar la sesión, en los rostros todavía aniñados de la mayoría de adolescentes que ocupan las centenas de sillas dispuestas por los organizadores para hacer más cómodo el momento.

Son privilegiados, una gigantesca lona los protege del sol del mediodía, que pega con tubo y que debió ser soportado por aquellos, sobre todo adultos, que no pudieron franquear las vallas metálicas que dividían la zona cercana al escenario del resto de la plancha de concreto.

En espera de la música, varios de esos chavos y chavas platicaban, otros echaban desmadre con sus cuates y por allí se veía a unos osados que desafiaron la autoridad de sus profesores y se pusieron a jugar una cascarita.

Varias fueron las escuelas secundarias invitadas al concierto, cuando menos cinco, todas ellas públicas, a excepción de la Greenhills, las cuales hicieron del sillerío un policrómico mosaico vivo, por la variedad de colores de los uniformes.

Quizá primero fue por guasa o para liberar la energía contenida, pero recibieron con gran jolgorio, aplausos y aullidos a Marsalis y al cuarteto de músicos que lo acompañaron, integrantes de la Lincoln Center Jazz Orchestra.

Esa atmósfera tan festiva, sin embargo, sería la tónica en adelante durante los poco más de 60 minutos que el reconocido y carismático trompetista, uno de los mejores jazzistas del mundo, explicó el abecé del blues de bulto, es decir, tocando su música.

El blues, un automóvil

¿Qué es el blues?, de hecho, fue el nombre de esta sesión en la que el también compositor diseccionó ese género involucrando, seduciendo e inclusive hipnotizando a su juvenil audiencia.

Como palabra, explicó Marsalis, su majestad el blues ''tiene dos significados en inglés: azul y triste. Aunque como música no puede ser tristeza, porque el ritmo siempre nos hace más ligero inclusive lo más triste. El blues es, entonces, como subirse en la bicicleta de la tristeza para ir hacia la alegría".

Paso por paso y haciendo participar a los chavos, explicó en qué consiste el swing, qué es el ritmo del shuffle, qué emociones se pueden hacer con cada instrumento, cuáles son las funciones de las secciones rítmica y melódica, y cuál es la forma del blues y sus 12 compases.

Los jovencitos ya estaban dentro del saco; gritaron, aplaudieron, silbaron y rieron a rabiar. El clímax llegó cuando el quinteto tocó The second line. Todos aullaron y algunos, tímidamente, comenzaron a bailar; poco a poco se fueron uniendo más, hasta convertirse en mayoría.

Inclusive el embajador de Estados Unidos, Tony Garza, que andaba por allí, así como los diplomáticos que lo acompañaban le entraron al bailongo. Eso era ya un carnaval, un pachangón de antología que hacía vibrar, sudar, hervir a todos.

Acabó la pieza y estalló la emoción con frenesí.

La banda se despidió y los chavos no la dejaban ir; exigieron otra hasta que lo consiguieron. Y así, la escena anterior se repitió.

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